jueves, 5 de febrero de 2015

Conocereis de Verdad | 1 - Por qué soy católico? - 7.1Cristo y su Iglesia III siglos antes Constantino

Conocereis de Verdad | 1 - Por qué soy católico? - 7.1Cristo y su Iglesia III siglos antes Constantino






Thursday 5 February 2015 | Actualizada : 2015-02-04
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San Ignacio de Antioquía*
lo dejó muy claro: "La fe es el principio, el amor es el término". Y
San Juan de la Cruz nos recuerda que "Al final de tu vida te examinarán
del amor". 
*San Ignacio, que fue el tercer obispo de Antioquia, del año 70 al 107, muriendo martir de la Iglesia católica





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Cuando Constantino decidió aliarse con los cristianos,
perseguidos por sus rivales Magencio en Italia y Licinio en Asia, es
porque los cristianos ya eran mayoría en muchas ciudades y minorías
importantes, vivas y coordinadas en otras muchas. La demografía
cristiana ya había ocupado socialmente el imperio antes de Constantino.
La Iglesia Católica ya llevaba 300 años anunciando el Reino de Dios en
la salvación de Cristo.






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miniatura del sc. XIII- europea



En memoria de los mártires
cristianos, quienes perseverando en las doctrinas bíblicas enseñadas por
la Iglesia católica [inclusive antes de estar finalizada la Biblia] no
dudaron en ofrendar sus vidas, exaltando el nombre de Cristo y
confesando ser ‘hijos de la Iglesia’. Jesucristo nos envió el Espíritu
Santo para que santifique y asista con su Amor a la Iglesia. Las sectas
son inventos desequilibrados y perversos. En la Iglesia, el Espíritu
Santo santifica también nuestras almas, las llena de su Amor, de su
Sabiduría, nos infunde la fe, nos da la verdad, nos llena de fortaleza
para permanecer firmes en la fe en medio de las persecuciones que
tengamos que sufrir, nos comunica el santo temor de Dios. Si estamos en
gracia somos templos del Espíritu Santo y habita en nuestras almas.
Procuremos vivir con toda pureza y santidad y amor para que viva
dignamente en nosotros el Espíritu Santo. Jesús nos dice: «El Espíritu
de Verdad os guiará hacia la Verdad completa».




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LA IGLESIA DE CRISTO EN SUS INICIOS


EL EDICTO DE MILÁN: INITIUM LIBERTATIS, por Angelo Cardenal Scola.
“El Edicto de Milán del año 313 tiene un significado histórico, porque
marca el initium libertatis del hombre moderno”, afirmaba el ilustre
cultor del derecho romano Gabrio Lombardi. Ello sugiere que las medidas,
firmadas por los dos Augustos, Constantino y Licinio, determinaron no
sólo el fin progresivo de las persecuciones contra los cristianos sino,
sobre todo, el acta de nacimiento de la libertad religiosa. Con el
Edicto de Milán aparecen por primera vez en la historia las dos
dimensiones que hoy llamamos “libertad religiosa” y “laicidad del
Estado”, aspectos decisivos para la buena organización de la sociedad
política. Si la libertad religiosa no se convierte en libertad realizada
situada en la cima de la escala de los derechos fundamentales, toda la
escala se derrumba. La libertad religiosa es hoy la señal de un desafío
mucho más vasto: el de la elaboración y la práctica, a nivel local y
universal, de nuevas bases antropológicas, sociales y cosmológicas de la
convivencia propia de las sociedades civiles en este tercer milenio.
Este proceso no puede significar un retorno al pasado, sino que debe
tener lugar respetando la naturaleza plural de la sociedad. Por tanto
debe partir del bien práctico común de estar juntos. Sirviéndose del
principio de comunicación entendido correctamente, los sujetos
personales y sociales que habitan la sociedad civil deben narrarse y
dejarse narrar buscando un reconocimiento mutuo, ordenado, con vistas al
bien de todos.

 

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Ser
pescadores de hombres (cf. Mc 1, 17), sin dejarse vencer por el
cansancio o el desánimo producidos por el vasto campo de trabajo
apostólico, debido al reducido número de sacerdotes y a las muchas
necesidades pastorales de los fieles que abren su corazón al Evangelio.

En los misteriosos designios de su sabiduría, Dios sabe cuándo es tiempo de intervenir. Y
entonces, como la dócil adhesión a la palabra del Señor hizo que se
llenara la red de los discípulos, así también en todos los tiempos,
incluido el nuestro, el Espíritu del Señor puede hacer eficaz la misión
de la Iglesia en el mundo.

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328 año
En el conflicto entre el cristianismo y el culto tradicional del
emperador, típico de la resistencia pagana, a Parma-Italia se erige un
cipo a Constantino como ‘Pontífice máximo’ que, lógicamente nada tiene a
ver con los ‘papas’ sucesores del apóstol Pedro, desde el 64ca.

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COLECCIONES ANTERIORES AL "CORPUS IURIS CANONICI"
2.1. Colecciones pseudoapostólicas (ss.II-V)
Doctrina Duodecim Apostolorum o Didaché (ss. I-II): con tiene preceptos morales, normas litúrgico-sacramentales y normas sobre la jerarquía.
Didascalia
(s. 111): su contenido es similar al de la Didaché, pero ofreciendo el
testimonio de una disciplina más articulada en el episcopado.
Traditio Apostolica S. Hippolyti (220 aprox.):
contiene el ritual romano de la ordenación de todos los grados y
ministerios en la Iglesia primitiva y trata de varias instituciones
eclesiásticas.
Constitutiones Apostolicae (ss. IV-V):
es una colección de normas relativas a las costumbres y a la liturgia;
depende de las recopilaciones anteriores, pero contiene también algunas
herejías.
Canones 85 Apostolici (s. IV):
forman la última parte de las Constitutiones Apostolicae y tratan de
las obligaciones, de las cualidades de la ordenación de los clérigos, de
los delitos y de las penas. Hay varios cánones que provienen de los
sínodos orientales de los cuatro primeros siglos.

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Remar mar adentro
¿para ir a dónde? La respuesta es clara:  para ir al encuentro del
hombre, misterio insondable; y para ir a todos los hombres, océano
ilimitado. Esto es posible en una Iglesia misionera, capaz de hablar a
la gente y, sobre todo, capaz de llegar al corazón del hombre porque
allí, en ese lugar íntimo y sagrado, se realiza el encuentro salvífico
con Cristo. Remar en la barca de Pedro: ¡pescador de hombres!

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AÑO 313 – La Iglesia católica ya estaba compuesta por cerca de 7.000.000 de fieles, o sea, el 5%ca. de la población del Imperio.

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Para
conocer una historia es necesario, pero no suficiente, conocer los
hechos, pues es preciso también conocer el espíritu, o si se quiere la
intención que animó esos hechos, dándoles su significación más profunda.

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El
cristiano está advertido de que es necesario conocer la historia para
distinguir los hechos. El cristiano a sus hermanos advierte que es
imprescindible estudiar la historia para comprender el contexto
histórico de los hechos. El cristiano nota que conociendo la historia,
se percibe la riqueza de la Tradición, repara la grandeza del Magisterio
y la magnanimidad de la salvación en la Escritura enseñada por la
Iglesia.

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DE CÓMO LA IGLESIA CATÓLICA IBA ESCRIBÍENDO EL NUEVO TESTAMENTO…
El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que
tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el
Nuevo Testamento. Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios:
"Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que
Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue
sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se
apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El Apóstol habla
aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3-18).
El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).
Es
cierto que no podemos escuchar las palabras de Jesús, como podemos
escuchar, por ejemplo, las palabras del Papa Juan Pablo II, de feliz
memoria, por medio de un video o un DVD. En este caso estaremos
escuchando las palabras del difunto Papa. Jesús, en cambio, no es un
difunto; él está vivo y está hablando hoy. En efecto, él aseguró a sus
apóstoles que hablaría a través de ellos y en ellos: “El que a vosotros
escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).
La voz de Cristo no cesó cuando
murió el último apóstol, como enseña el Catecismo: “Por institución
divina los Obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la
Iglesia. El que los escucha a ellos, escucha a Cristo; el que, en
cambio, los desprecia a ellos, desprecia a Cristo y al que lo envió” (N.
862). La recomendación de Dios no está errada –‘absit’- cuando nos
manda escuchar a Jesús, porque Jesús está vivo hoy y habla a través de
los legítimos pastores de la Iglesia que son sucesores de esos
apóstoles. “Escuchémosles”. Dos milenios, solo la Iglesia Católica
anunciando a Cristo: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).
“fidem custodire, concordiam servare”», custodiar la fe, conservar la concordia.

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La
Iglesia es evangélica porque evangeliza en la universalidad (católicos)
de su misión. Y lo hace con el Evangelio que es en primer lugar, la
Obra de Cristo, lo que predica y lo que hace Jesucristo. Dar la vida por
el Evangelio es lo mismo darla por Cristo Jesús. Y este Evangelio que
es la Obra de Jesús, debe ser predicado en el mundo entero Mc. 13,10;
16,15. La Iglesia -solo ella con las palabras de Pedro en la sucesión
apostólica- predica al mundo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”
Mt.16,18. Y por esta verdad absoluta, ‘las sectas manipuladoras de la
Biblia’, o ‘las idolatrías ε
?δωλολατρε?α
contemporáneas’, la acosan, la persiguen sin tregua hasta el
derramamiento de sangre. Como un yunque, en el que se han gastado tantos
martillos durante 2000 años, la Iglesia ‘nuevo pueblo de Dios’
(Mc.6,30), -ofrece la salvación- teniendo como destinatarios a todos los
pueblos. Esa es su misión católica y catolizante, para quien pregunte:
¿Quién es éste?, lo descubra con Pedro que le confiesa como Mesías (Mc
8,29). Es Jesús que con su obra, nos ha conseguido la salvación. Siendo
luz, buena sal y fermento en el mundo, evangeliza la Iglesia.

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Cuando
Constantino decidió aliarse con los cristianos, perseguidos por sus
rivales Magencio en Italia y Licinio en Asia, es porque los cristianos
ya eran mayoría en muchas ciudades y minorías importantes, vivas y
coordinadas en otras muchas. La demografía cristiana ya había ocupado
socialmente el imperio antes de Constantino. La Iglesia Católica ya
llevaba 300 años anunciando el Reino de Dios en la salvación de Cristo.

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Card. Joseph Ratzinger
Fecha: 28/07/2008. Publicado en: Mirar a Cristo (1989), Edicep, Valencia, 1990.

La misión en la Iglesia antigua -  “Es
interesante recordar que la Iglesia antigua, tras el fin de la época
apostólica, desarrolló como Iglesia una actividad misionera
relativamente reducida, que no tenía ninguna estrategia propia para
anunciar la fe a los paganos, y que, no obstante, su época fue un
período de gran éxito misionero.
La conversión
del mundo antiguo al cristianismo no fue el resultado de una actividad
planificada, sino el fruto de la verificación de la fe en el mundo, tal y
como se hacía visible en la vida de los cristianos y en la comunidad de
la Iglesia. La invitación real, de experiencia a experiencia y nada
más, fue, humanamente hablando, la fuerza misionera de la antigua
Iglesia. La comunidad de vida de la Iglesia invitaba a la participación
en esta vida. Viceversa, la apostasía de la Edad Moderna se basa en la
caída de verificación de la fe en la vida de los cristianos.
En esto queda demostrada la gran responsabilidad de los cristianos de hoy”. Al siglo: Card. Joseph Ratzinger -
S.S. Benedicto PP. XVI, Obispo de Roma

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Historia de la Iglesia – del siglo I al III


Cristo Jesús ´alfa y omega´ principio y fín


Autor: P. Antonio Rivero | Fuente: Catholic.net
Estudiar la historia de la Iglesia es estudiar la historia de nuestra familia en la fe.

INTRODUCCIÓN

Estudiar
la historia de la Iglesia es estudiar la historia de nuestra familia en
la fe. ¿A quién no le interesa saber sobre la historia de su propia
familia? ¿No es verdad que solemos repasar los álbumes de fotos pasadas
con regocijo y con emoción contenida? También nos asombramos de algunas
fotos que salieron movidas, o un poco oscuras y mal enfocadas.

Repasaremos
nuestro álbum de fotos; fotos sacadas desde hace dos mil años. Iremos
viéndolas juntos con el cariño con que uno va hojeando lo más querido de
su familia. De aquellas fotos que salieron muy bien, alegrémonos y
demos gracias a Dios. De aquellas que están un poco movidas o medio mal,
no nos escandalicemos, sino con respeto y en silencio demos la vuelta a
la página, tratando de pedir a Dios por esos momentos difíciles de
algunos hijos de la Iglesia, que tal vez desfiguraron el rostro de la
Iglesia con su conducta. A todos nosotros nos puede pasar esto, si nos
desviamos del espíritu del Evangelio.

La Iglesia es la estupenda
obra que nos dejó Jesús aquí en la tierra para que le conozcamos a Él a
fondo, lo amemos mejor, nos entusiasmemos de Él y extendamos su Nombre
por todos los confines de la tierra. Es, pues, en la Iglesia donde
nacimos a la vida divina, a la vida de fe. Es la Iglesia la que, como
Madre, alimenta nuestra fe en la liturgia y en los sacramentos. Es la
Iglesia la que nos protege con sus brazos maternales, cuando nos
sentimos desprotegidos. Es la Iglesia la que nos tiende sus manos cuando
hemos caído en el camino de la vida. Es en la Iglesia donde queremos
vivir y morir en paz.

Antes de ir hojeando las fotos siglo por
siglo, quiero dejar unos presupuestos, sin los cuales es imposible
entender y amar a la Iglesia:

1. La Iglesia es de origen divino:
Dios
Padre la planeó. Dios Hijo la fundó durante su vida terrena, cuando fue
eligiendo a sus apóstoles, los fue formando, les ordenó celebrar el
memorial de su muerte, y con la fuerza de su Espíritu les dejó la misión
de continuar su obra y de predicar su Reino; por eso, podemos decir que
la Iglesia es “Cristo prolongado”. Y Dios Espíritu Santo la está
santificando y llevando a su plenitud. Por tanto, a la Iglesia hay que
mirarla con los ojos de la fe; si no, jamás la podremos entender. De
esta fe tiene que brotar un amor apasionado a nuestra madre Iglesia y un
deseo de dilatarla por todo el mundo. A esto lo llamamos apostolado,
que no es fanatismo, sino exigencia del amor a la Iglesia.

2. Diversos nombres dados a la Iglesia:
Jesús,
para hacernos entender lo que es la Iglesia, quiso explicarla a través
de imágenes o figuras: redil, cuya puerta es Cristo; rebaño que tiene
por pastor a Cristo; campo y viña, cuyo dueño es el Señor; edificio,
cuya piedra angular es Cristo, que tiene a los Apóstoles como fundamento
y en el que los demás somos piedras vivas y necesarias. Pero uno de los
más hermosos nombres que la Iglesia ha recibido es el de “comunión”.
“Comunión expresa más que comunidad, más que hecho social, más que
congregación, más que asociación, más que fraternidad, más que asamblea,
más que sociedad, más que familia, más que cualquier forma de
colectividad humana; significa Iglesia, es decir, hombres y mujeres
vinculados en Cristo. Ese cuerpo social, visible y espiritual, es
precisamente lo que llamamos Iglesia” (Pablo VI). Esta Iglesia-Comunión
exige espíritu de comunidad; la comunión y la comunidad no admiten ni
individualismo ni particularismo.

El Concilio Vaticano II ahondó
en otra imagen de la Iglesia: la Iglesia como Pueblo de Dios, que
peregrina en la historia hacia la plenitud escatológica, es decir, hacia
la plena glorificación en Cristo al final de los tiempos; Pueblo de
Dios, que convoca a judíos y gentiles, se forma parte de él, no por la
carne, sino por el agua y el Espíritu; Pueblo de Dios, que tiene por
cabeza a Cristo muerto y resucitado; todos los que formamos parte de ese
Pueblo de Dios tenemos la dignidad y libertad de los hijos de Dios; la
ley de este Pueblo de Dios es el mandato de la caridad y tiene como fin
extender a todos los hombres el Reino de Dios y hacerlo crecer hasta la
consumación final. Esta imagen de Pueblo de Dios tiene un contenido
profundamente religioso, pues es un Pueblo creado por la elección de
Dios y por la alianza que él establece con los hombres. No es un término
con sabor político-social, como ha querido manipular y reducir la así
llamada “iglesia popular” .

3. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia.
Así
como el alma da vida al cuerpo humano, así el Espíritu da vida a este
cuerpo que es la Iglesia, mediante los sacramentos; además, el Espíritu
Santo ilumina y guía a la Iglesia durante todos los momentos de su
caminar terreno para que permanezca fiel a las enseñanzas de Jesús, su
fundador.

4. Las propiedades de la Iglesia:
Esta
iglesia es una, porque tiene su origen en la Trinidad, porque su única
cabeza es Cristo, y porque está animada por un solo Espíritu; y
manifiesta esa unidad en una sola fe, unos mismos sacramentos, y una
misma jerarquía. Es santa, porque su fundador, Jesucristo, es santo y la
vivifica con su Espíritu; porque a través de los sacramentos la
santifica, y porque sus frutos más hermosos son los santos. Es católica,
porque ha sido enviada a todos los hombres, está abierta a todas las
razas, lenguas y naciones, sin excluir a nadie, y porque conserva la
totalidad de la fe. Y es apostólica, porque por voluntad de Cristo está
cimentada sobre Pedro y los demás apóstoles.

5. Estructura de la Iglesia:
Cristo
quiso fundar una en la que todos somos iguales por el bautismo, pero al
mismo tiempo la quiso gobernada por Pedro y los demás apóstoles. La
Iglesia, por tanto es jerárquica, no democrática. Todos somos Iglesia y
Pueblo de Dios, sí, pero Cristo dio a Pedro y a los demás apóstoles la
misión y la autoridad para guiar, santificar y regir a sus hermanos. Los
continuadores de los apóstoles son los obispos y sacerdotes. Por tanto,
la Iglesia está formada por los ministros sagrados (obispos, sacerdotes
y diáconos), por los laicos y por los religiosos. La misión de los
pastores es servir a sus hermanos con la Palabra, con los sacramentos y
la caridad, al estilo de Cristo, que vino a servir y no a ser servido.
La misión de los laicos, en comunión y bajo la guía de los pastores, es
participar en las realidades temporales, ordenándolas según el plan de
Dios en Cristo, a fin de que su mensaje llegue y transforme todos los
ámbitos sociales. La misión de los religiosos es seguir de cerca las
huellas de Cristo practicando los consejos evangélicos, y de esa forma
vivir consagrados a Dios, santificar a la Iglesia y dar testimonio ante
el mundo de las realidades del Reino de los cielos.

6. ¿Cómo mirar a la Iglesia?
Tres miradas podemos lanzar a la Iglesia:

a) Mirada superficial:
La
Iglesia se presentaría como una sociedad religiosa más, entre muchas
otras. Es la mirada “aséptica” del descreído, de quien no tiene fe. Sólo
ve los defectos de quienes están en la Iglesia y al frente de la
Iglesia.

b) Mirada más penetrante:
Reconocerá
los valores y la vitalidad de la Iglesia. Discernirá en su unidad y
universalidad un conjunto de caracteres maravillosos. Se asombrará del
poder espiritual del Papa, afirmando que su origen, desarrollo e influjo
constituyen el fenómeno más extraordinario de la historia del mundo.
Pero todavía no va al fondo. Es la mirada del estudioso bien
intencionado y honesto.

c) Mirada de fe:
Es
la única manera de percibir el misterio de la Iglesia. Con la fe
descubrimos que su origen está en Dios, que Cristo la ha enriquecido con
su Espíritu y con los medios de la salvación, y que tiene por misión
hacer que todos los hombres lleguen al pleno conocimiento de la verdad y
participen de la redención operada.

7. ¿Qué es, pues, la historia de la Iglesia y las claves de interpretación?
Es
un entramado de hechos humanos y divinos, en donde la silenciosa acción
del Espíritu Santo se combina eficazmente con la palpable libertad de
los hombres. Y las claves de interpretación de la historia de la Iglesia
son éstas:

a) La historia de la Iglesia sólo se entiende en función de su tarea santificadora y evangelizadora.
El Vaticano II definió a la Iglesia como “Sacramento universal de
salvación” (Lumen Gentium, 48)...”enviada por Dios, se esfuerza en
anunciar el Evangelio a todos los hombres” (Ad Gentes, 1). Sólo a la luz
de la fidelidad a esa misión cabe calificar de acertados o equivocados
los hechos de sus ministros y de sus fieles.

b) La capacidad de errar de los hombres explica muchos episodios históricos negativos :
las herejías, la torpe intromisión de algunos eclesiásticos en
cuestiones o ambiciones temporales (aseglaramiento, afán de poder,
simonía, etc...), así como las vidas poco edificantes de otros. Estos
hechos tristes, recogidos en su historia, no afectan a lo que es la
Iglesia. Es más, ponen de manifiesto que ella es divina porque, a pesar
de sus hombres, su doctrina se ha mantenido incólume desde que Cristo la
predicara, produciendo abundantes frutos de santidad en todos los
tiempos .

c) La Iglesia, manteniendo los rasgos esenciales determinados por su fundador, Cristo, también ha evolucionado en la historia
al compás de los hombres, precisamente porque no es una sociedad
desencarnada. Por eso, a la hora de interpretar los hechos hay que
considerar el contexto histórico, que explica muchas decisiones y modos
de obrar (p.e. la inquisición eclesiástica, Papas que coronaban a los
emperadores, lucha por la investidura, etc.). No hacerlo así, es pecar
de anacronismo o errores de juicio objetivo.

d) La Iglesia es experta en humanismo:iluminada
por la revelación de Cristo, Dios y hombre perfecto, y enriquecida por
su larga historia conoce en profundidad las glroias y las miserias del
hombre, al que quiere ofrecer la salvación de Cristo. Esto explica:
?  Que
a lo largo de sus veinte siglos haya sabido enjuiciar con tanta
libertad y equidad muchas situaciones humanas, venciendo la fuerte
coacción de poderosos intereses partidistas: guerras, decisiones de
parlamentos, conferencias internacionales, etc.
?  Que
esté en inigualables condiciones para defender la dignidad de la
persona humana y los principios morales de su actuación, y para juzgar
con la luz de la moral los retos que la ciencia, la cultura o la
política ponen a la sociedad. Fruto de todo ello es su doctrina social .

8. ¿Cuál es el fin de la Iglesia?
Es
predicar a todos los hombres la Buena Nueva de la redención operada por
Cristo. Esta salvación de Cristo debe abarcar a todos los hombres sin
distinción de clases sociales, y a todo el hombre: en su alma y en su
cuerpo. Es un fin, por tanto, sobrenatural pero que empieza en el
tiempo, espiritual pero que transforma la realidades de este mundo.

9. ¿Cuáles son los deberes para con la Iglesia?

a) Creer en ella:
No
se puede creer en Cristo sin creer en ella. No se puede ser cristiano
sin la mediación de la Iglesia. “Nadie puede tener a Dios por Padre, si
no tiene a la Iglesia por madre” –decía san Cipriano. La fe en Cristo
nos llega a través de la Iglesia.

b) Conocer su doctrina:
La
doctrina de la Iglesia no es otra que el evangelio de Cristo, que le
fue transmitido por los apóstoles y que ella, guiada por el Espíritu de
la Verdad, continuamente medita, predica, defiende y aplica a las
diversas situaciones en que viven sus hijos y el mundo.

c) Amar a la Iglesia,
Si
la Iglesia nos ha engendrado para Cristo, por medio del bautismo,
debemos amarla como un hijo ama a su madre: un amor que la comprende,
que la apoya, que reza por ella, que se alegra de sus triunfos, que
sufre con sus fracasos.

d) Cooperar con su misión,
para
que todos lleguen al pleno conocimiento de la verdad y a la salvación
que Cristo nos ha traído con su vida, muerte y resurrección. Así fue al
inicio: la Iglesia fue extendiendo su radio de acción gracias a los
viajes de san Pablo, a la palabra y ejemplo de los primeros cristianos, y
a los milagros con que los apóstoles confirmaban la doctrina de Jesús.
Incluso las mismas persecuciones, como veremos, sirvieron, para bien o
para mal, para dar a conocer al mundo este fenómeno del cristianismo.

e) Defenderla,
aunque
suframos martirio. Defenderla con la palabra, con los escritos, con el
testimonio. Nunca, lógicamente, con las armas o con la violencia,pues se
oponen a su esencia que es la caridad.

Termino esta
introducción con un texto de Hermas, escritor de la primera mitad del
siglo II, preocupado de los problemas de la Iglesia de su tiempo. Tuvo
una visión con un ángel, que tomó la apariencia de un joven pastor. Y en
esto llegó una anciana vestida de esplendor, con un libro en las manos,
se sentó sola y saludó a Hermas.

Hermas, afligido y llorando, le dijo al ángel vestido de pastor:

-¿Quién es esa anciana?
-La Iglesia, me dijo.
-Y, ¿cómo es tan anciana?
-Porque fue creada antes que todo lo demás. Por eso es tan anciana; el mundo fue formado para ella, dijo el ángel.

“En
la primera visión la vi muy anciana y sentada en un sillón. En la
siguiente, tenía un aspecto más joven, pero el cuerpo y los cabellos
eran todavía viejos; me hablaba de pie; estaba más alegre que antes. En
la tercera visión era muy joven y hermosa; de anciana tenía tan sólo los
cabellos; estuvo muy alegre y sentada en un barranco”.

“En la
primera visión –dijo el joven- esa mujer aparecía tan anciana y sentada
en un sillón, porque vuestro espíritu estaba ya viejo, marchito y sin
fuerzas, por vuestra molicie y vuestras dudas...En la segunda visión la
viste en pie, con aire más joven y alegre que antes, pero con el cuerpo y
los cabellos de anciana, pues el Señor se apiadó de vosotros; vosotros
desechasteis vuestra molicie y os volvió la fuerza y os afianzasteis en
la fe...En la tercera visión, la viste más joven, hermosa, alegre, de un
aspecto encantador; los que hayan hecho penitencia se verán totalmente
rejuvenecidos y afianzados”

De nosotros, sus hijos, depende que
la Iglesia siga joven, lozana y alegre. Y con nuestra actitud de
continua conversión y lucha por la santidad iremos hermoseando el rostro
de esta madre, que tantos hijos han afeado con sus actos a lo largo de
los siglos.

Comencemos, pues, a abrir con respeto el álbum de familia, de nuestra familia eclesial desde el principio.


Historia de la Iglesia Siglo I Edad Antigua

Los primeros pasos y dificultades de la Iglesia.

SIGLO I
INTRODUCCIÓN

La
Iglesia no es obra humana. La fundó Cristo cuando fue escogiendo a sus
apóstoles, pero fue en Pentecostés donde Dios Espíritu Santo lanzó a la
Iglesia hasta los confines de la tierra. Ya Jesús había ascendido al
cielo. El mensaje de los apóstoles no era otro que el que les dejó
Jesucristo, pues ellos fueron testigos privilegiados de cuanto hizo y
dijo el Hijo de Dios.

Ese día de Pentecostés en Jerusalén, ante
los peregrinos judíos reunidos con ocasión de la fiesta, Pedro proclamó
la Buena Nueva y se hicieron bautizar tres mil personas. ¡Había nacido
la Iglesia misionera! Poco tiempo después, la comunidad de Jerusalén
contaba con unas quince mil personas, hecho de suyo exorbitante, pues
Jerusalén no contaría con más de cincuenta mil almas. Nótese que fue
esto un hecho casi único, regalo del Espíritu Santo, pues de ahí en
adelante ni paganos ni judíos se convirtieron masivamente. La
evangelización también para los apóstoles fue un trabajo lento, palmo a
palmo, de hombre a hombre.

Lo mismo que Jesús, esos primeros
miembros de la Iglesia son judíos. Hablan el arameo, la lengua semítica
más extendida por el Próximo Oriente. Siguen llevando una vida de judíos
piadosos: rezan en el templo, respetan las normas alimenticias y
practican la circuncisión. Los primeros judíos convertidos al
cristianismo aparecen como “grupo” dentro del judaísmo, en el cual hay
fariseos, saduceos, zelotes. Ellos son los “nazarenos”, por seguir a
Jesús de Nazaret. Lo que les caracteriza es el bautismo en el nombre de
Jesús, la asiduidad a la enseñanza de los apóstoles, la fracción del pan
(eucaristía) y la constitución de comunidades fraternas llenas de
caridad . Pero eran hombres de la tierra, con virtudes y con vicios,
como todos.

A estos cristianos de cultura judía se añaden pronto otros judíos y paganos de cultura griega, que son llamados helenistas.

Los
primeros pasos de la Iglesia se encuentran narrados en el libro de la
Sagrada Escritura, llamado Hechos de los Apóstoles, primera historia de
la Iglesia.

Historia de la Iglesia. Sucesos en el Siglo I Edad Antigua

La
Iglesia fundada por Jesucristo tropieza desde el inicio con un ambiente
religioso, político y social en el que abundan la injusticia y la
corrupción.


SUCESOS

No todo fue fácil para la Iglesia

La
Iglesia fundada por Jesucristo tropieza desde el inicio con un ambiente
religioso, político y social en que abundan la injusticia y la
corrupción. La corrupción comenzaba en los gobernadores y jefes
religiosos y se extendía a todos los estratos de la sociedad. En ese
ambiente los cristianos fueron creciendo y resolviendo las dificultades
que surgían.

Veamos ahora qué dificultades encontró esta Iglesia, fundada por Cristo.

¿Qué obstáculos y dificultades enfrentó la Iglesia primitiva?

El
primer escollo que debió superar la Iglesia primitiva fue éste: ¿Sería
la Iglesia una rama más de la religión judaica, o se trataba de algo
nuevo? ¿Cómo llegó el cristianismo a independizarse de sus raíces judías
y convertirse en una religión universal?

Nuestra religión se
llama católica, es decir, universal. Cristo envió a los suyos “a todas
las naciones” (Mt 28, 19), diciéndoles: “Seréis mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el extremo de la tierra”
(Hech 1, 8). Sin embargo, dicho universalismo no fue entendido desde el
inicio por todos. Tal desinteligencia constituyó el primer gran escollo
con que se topó la Iglesia en los albores de su existencia.

¿Cuál
era la actitud que se debía tomar frente a la ley antigua, frente a
Israel? No olvidemos que los cristianos estaban convencidos de que
Israel era el pueblo de Dios. Gran parte de los primeros cristianos eran
judíos de nacimiento, como los doce apóstoles y los setenta y dos
discípulos, fieles a la ley de Moisés, y sólo podían entender el
cristianismo como un complemento del judaísmo. La Iglesia no era sino la
flor que coronaba el viejo tronco de Jesé.

Resultaba lógico que
así pensaran. Parecía, pues, obvio que en el pensamiento de muchos de
los primeros cristianos la Iglesia no fuera sino la prolongación de
Israel, una nueva rama brotada del pueblo elegido. Para muchos de ellos
la Iglesia era judía: judío su divino fundador, judía su madre, judíos
los apóstoles, judíos sus primeros miembros. Como se ve, la Iglesia
hundía sus raíces en el antiguo Israel.

Esta perplejidad se
manifestaba asimismo en la liturgia de los primeros cristianos. Tenían
un culto propio, que realizaban en las casas particulares y consistía en
escuchar la predicación de los apóstoles y celebrar la fracción del pan
o Eucaristía. Pero también asistían al culto público, que se celebraba
en el templo, junto con los demás judíos (cf Hech 2, 42.46). Igual que
había hecho Jesús, acudían a las sinagogas, donde les era posible hacer
oír la buena nueva al interpretar la ley y los profetas. Lo único que
los distinguía de los allí presentes era la fe en que Cristo, muerto y
resucitado, era el Mesías anunciado por los profetas.

El vínculo
entre la Iglesia y el pueblo judío sólo se rompería por una señal del
cielo y en razón de una imposibilidad absoluta, cuando la autoridad
judía, hasta entonces respetada, rechazase de manera violenta la nueva
comunidad.

Y llegó lo que tenía que llegar, pues al predicar los
apóstoles y los primeros cristianos que Jesús era el Mesías, el
Sanedrían se inquietó y comenzó la persecución. Los jefes del pueblo
judío quisieron acabar con “esta nueva secta” y el nuevo estilo de vida,
porque los apóstoles y seguidores ya no seguían la ley de Moisés en
todo, sino la nueva ley dada por Jesús, el Hijo de Dios, con quien
habían vivido. Querían acabar con ellos porque practicaban nuevos ritos:
bautismo, eucaristía y porque obedecían la autoridad de Pedro y de los
demás apóstoles.

La persecución abierta comenzó un día en que
Pedro y Juan subieron al templo a orar. A la entrada yacía un tullido de
nacimiento, que les pidió limosna. Pedro le dijo que no tenía dinero,
pero que le daba lo que estaba a su alcance, la curación en nombre de
Jesús. Y así fue.

Todos los presentes quedaron estupefactos, y
se arremolinaron en torno a los dos apóstoles. Entonces Pedro habló al
pueblo enrostrándoles el haber entregado a Jesús cuando Pilato deseaba
liberarlo. Prosiguió diciéndoles que Dios había preanunciado estas cosas
por los profetas, así como por Moisés. “Resucitando Dios a su Hijo, os
lo envió a vosotros primero para que os bendijese al convertirse cada
uno de sus maldades” (Hech 3, 14-26).

Era demasiado para los
jefes judíos. Mientras Pedro hablaba, las autoridades lo mandaron
prender, juntamente con Juan, ordenando que fuesen conducidos al día
siguiente a la presencia del consejo. Asi se hizo, pero al comparecer
ante el tribunal Pedro no se amilanó, confesando tajantemente que no
había salvación sino en Jesucristo, piedra angular rechazada por la
Sinagoga.

Comenzó entonces a desencadenarse la persecución.
Esteban fue el primer mártir discípulo de Cristo que murió por su
fidelidad a Él el año 36. Entre estos fariseos convencidos estaba Saulo
de Tarso, a quien posteriormente Jesús, camino de Damasco, se le
apareció y le mostró el nuevo camino a seguir . A raíz de ese encuentro
Saulo se convirtió, se hizo bautizar y, por gracia de Dios, llegó a ser
el apóstol de los gentiles o paganos.

¿Qué otras dificultades tuvo que afrontar la primitiva Iglesia de Cristo?

Se
suscitó una discusión entre los primeros cristianos. Los de origen
judío pensaban que debían exigir a quienes creían en Cristo y pedían el
bautismo la práctica de algunas costumbres judías, como la circuncisión y
el no comer carne de cerdo ni sangre. Pero Pablo y Bernabé se opusieron
diciendo que bastaban la fe y el bautismo. Tal fue la disputa que los
apóstoles tuvieron que reunirse en Jerusalén, y allí, inspirados por el
Espíritu Santo, dieron la razón a Pablo.

Surgió también tirantez
entre los cristianos judíos y los helenistas convertidos. Los helenistas
se quejaron de que sus viudas necesitadas eran mal atendidas en las
distribuciones cotidianas de alimentos. Los apóstoles eligieron a 7
hombres de beuna fama y llenos del Espíritu para imponerles las manos y
dedicarlos a ese servicio.

Otra dificultad que encontraron los
primeros cristianos fue la inserción de la fe cristiana en el mundo
grecorromano, en que había tantas religiones politeístas, se daba culto
de adoración al emperador, dilagaban los vicios, y las ideas filosóficas
no siempre concordaban con el Evangelio. ¿Qué hacer?

¡Pobre Jerusalén!

La
catástrofe que marcó dramáticamente la historia de Israel fue la
destrucción de Jerusalén, llevada a cabo por Tito en el año 70. Quedaron
arrasados la ciudad y el templo, centros neurálgicos del pueblo de
Israel. A pesar de todo, los judíos lograron reorganizarse; pero años
después el emperador romano envió al general Julio Severo que aniquiló
toda resistencia judía y fundó una colonia romana, donde los judíos no
podían poner el pie. Golpe mortal. Destruidos Jerusalén y el templo, se
desmoronó la moral del pueblo judío. Los símbolos visibles de la antigua
alianza habían desaparecido.

Pero Dios hizo surgir un huracán llamado Saulo de Tarso...

La
Iglesia despliega velas con Pablo de Tarso que viaja por Asia, Grecia,
Roma y otros sitios. Funda numerosas comunidades eclesiales, sufre
hambre, cárcel, torturas, naufragios, peligros sin fin. Una obsesión
tiene: predicar a Cristo. Toda su labor evangelizadora quedó plasmada en
sus cartas, que encontramos en el Nuevo Testamento.

En estas
cartas profundizó el tema de la redención con que el Señor Jesús nos
liberó del pecado, y desarrolló las exigencias de la vida cristiana .
Pensamiento clave en Pablo es Cristo : “Cristo, misterio de Dios” (Col
2,2). El Cristo de Pablo es vivo y arrebatador (Fil 3, 7-14), lo
describe con caracteres de fuego (Gál 3,1). El mismo, Pablo, lleva en su
cuerpo las señales de Cristo (Gál 6,7) y se siente impulsado a predicar
el evangelio (1Cor 1,17). Por el evangelio se hace todo para todos
(1Cor 9,20-23); soporta todo por dar a conocer a Cristo (Flp 1,18); todo
lo puede en Cristo (Flp 4,13). Le impulsa el amor de Cristo (2Cor
5,14), y nadie en el mundo lo puede separar de él (Rm 8,35-39). Su vida
es Cristo y morir es una ganancia para irse con Cristo (Flp 1,23). Lo
que no es Cristo, para él es basura (Flp 3,8-15). Cristo es misterio
oculto desde los siglos en Dios (Ef 3,9). En la persecución de Nerón,
año 67, Pablo fue decapitado; fue el único modo de hacerlo callar.

Y el Imperio Romano tuvo miedo...”¡cristianos a las fieras!”

Ante
la expansión del cristianismo el imperio romano tuvo miedo, pues no
quería que nadie le hiciera sombra. Varios emperadores se sirvieron de
cualquier catástrofe para echar la culpa a los cristianos , pues causas
justas para perseguirlos no había . Resulta también una ironía de la
historia constatar quien cometió tan grande injusticia contra los
cristianos fue el imperio romano, el inventor del derecho .

Así
comenzaron las persecuciones de los emperadores romanos . La primera de
todas, la de Nerón (54-68) que incendió Roma, expuso a los cristianos a
los mordiscos de las fieras, crucificó a muchos de ellos y los cubrió de
resina y brea para que sirvieran de antorchas que iluminaran el Circo
de Nerón (hoy la plaza de san Pedro). En esta persecución de Nerón murió
crucificado Pedro, el primer Papa, en el año 64, y en el año 67 Pablo,
por decapitación. Ambos, Pedro y Pablo, fueron primeramente encerrados
en la cárcel Mamertina. Más tarde fueron muriendo también los demás
apóstoles; algunos de ellos martirizados, según cuenta la tradición.
Otra de las persecuciones del primer siglo contra los cristianos fue la
del emperador Domiciano, en el año 92, en la que murieron muchos y otros
fueron torturados. Por ejemplo, san Juan Evangelista fue metido en una
caldera de aceite hirviendo, pero salió ileso y milagrosamente
rejuvenecido. Desterrado a la isla de Patmos, escribió el Apocalipsis y,
según la tradición, escribió en Efeso su Evangelio y las tres
epístolas. Murió en dicha ciudad alrededor del año 101.

Algunos convertidos al cristianismo flaqueaban también

Ya
desde este siglo se dieron las primeras herejías . La herejía ha sido
una ola interna que siempre ha amenazado la nave de la Iglesia. Estos
herejes, dice san Juan, “de nosotros han salido, pero no eran de los
nuestros” (1 Jn 2, 19). Lo quiere decir: que eran cristianos “de
nombre”, pero no verdaderos. ¿Cuáles fueron las primeras herejías que
brotaron en este siglo?

a) Los judaizantes,
judíos que, después de bautizados, exigían a los demás la circuncisión y
otras prácticas judías, como necesarias para la salvación.

b) Ebionitas:
judaizantes que afirmaban que la salvación depende de la guarda de la
ley mosaica. Consideraban a Jesús como un simple hombre, hijo por
naturaleza de unos padres terrenos. Jesús, por su ejemplar santidad,
había sido consagrado por Dios como Mesías el día del bautismo y animado
por una fuerza divina. La misión que recibió sería la de llevar el
judaísmo a su culmen de perfección, por la plena observancia de la Ley
mosaica, y ganar a los gentiles para Dios. Esa misión la habría cumplido
Jesús con sus enseñanzas pero no con una muerte redentora, puesto que
el Mesías se habría retirado del hombre Jesús al llegar la pasión. La
cruz era escándalo para estos judaizantes. Rechazaban el punto esencial
del cristianismo: el valor redentor de la muerte de Cristo.

c) Los gnósticos,
influidos por cierto misticismo difundido en ambientes hebreos, por el
dualismo del zoroastras persas y por la filosofía platónica, buscaban
resolver el problema del mal. Entre Dios que es bueno y la materia que
es mala están los eónes. Uno de esto toma la apariencia de Jesús, pero
sólo la apariencia. La salvación consiste en liberar de la materia el
elemento divino. Esto sólo lo podrán hacer los “espirituales”, gracias
al conocimiento secreto y superior que Jesús les ha comunicado.

d) Maniqueos:
gnósticos persas, de moralidad severa. Creían en dos principios
creadores: el creador del bien y el creador del mal, que siempre están
en pugna. Cayeron en la mayor disolución.



Historia de la Iglesia. Respuesta de la Iglesia. Siglo I Edad Antigua.

Nunca se desanimaban. Sentían en su interior arder el fuego y el ímpetu de Pentecostés.

II. RESPUESTA DE LA IGLESIA

¿Qué
hizo la Iglesia y los primeros cristianos, con la luz y la fuerza del
Espíritu Santo, ante toda esta avalancha de dificultades y problemas?
Nunca se desanimaban. Sentían en su interior arder el fuego y el ímpetu
de Pentecostés.

“¡Felices de poder sufrir algo por el Nombre de Cristo!”

Ante
la oposición de los fariseos y del Sanedrín, que impedían a los
apóstoles predicar en nombre de Jesús, ellos, los cristianos obedecían a
Dios antes que a los hombres. Fueron presos, azotados, pero ellos
salían gozosos por haber podido padecer por el nombre de Jesús. El
discurso de Esteban ante el Sanedrín fue la gota de agua que colmó la
medida: un arrebato de furor sacudió a la asamblea, que arrastró a
Esteban fuera de la ciudad y le dio muerte, a pedradas. Esta persecución
obligó a muchos discípulos a huir de Jerusalén, y gracias a ello se
abrieron nuevos caminos a la predicación evangélica.

“Como vosotros os resistís, nos dirigimos a los paganos”

¿Cómo
reaccionó la Iglesia primitiva ante la destrucción de Jerusalén? Los
judíos, ante la destrucción del templo y de Jerusalén, se dispersaron
por toda la geografía del imperio romano: Antioquía, Éfeso, Tesalónica,
Corinto, Chipre y Roma. Este hecho, conocido como la diáspora, ya había
comenzado antes de Cristo, pero se intensificó con la caída de la ciudad
santa. Fue a ellos a quienes Pablo y los primeros cristianos predicaron
primeramente el evangelio. Pero como muchos se cerraron en banda y no
quisieron creer en Jesús como el Mesías preanunciado por los profetas,
se dedicaron a predicar a los paganos para lograr su conversión al
cristianismo .

Nuevos problemas, nuevas soluciones

La
Iglesia seguía su afán evangelizador. Muchos griegos se convertían y
recibían el bautismo. Pero no tardaron en venir las dificultades, pues
algunos helenistas comenzaron a quejarse de que no se atendía
debidamente sus las viudas.

¿Qué hicieron los apóstoles? Los
apóstoles establecieron el servicio del diaconado, escogiendo a siete
hombres, que tenían la finalidad de cooperar con los doce en la
predicación, en el bautismo y en el servicio del prójimo. De esta
manera, los apóstoles no abandonarían la oración y la predicación.

Otro
problema surgió: qué cargas imponer a los paganos que se convertían.
También aquí los apóstoles dieron solución convocando el concilio de
Jerusalén (año 51 d.C.): no se les impondrán las prescripciones judías.
No debe haber más ley que la de Jesucristo. Así la fe cristiana se iba
desligando del judaísmo y se abría a una visión universal, sin necesidad
de sufrir un trasplante cultural para acceder al Evangelio.

Fue
sobre todo Pablo, quien más luchó por la unidad de los primeros
cristianos, judíos y paganos . Su ímpetu evangelizador era imparable, y
poco a poco fue formando pequeñas comunidades de cristianos, iglesias
locales, en diversas ciudades del Asia Menor y de Grecia. Incluso, ya
encadenado, llegó a Roma donde existía una comunidad cristiana y en ella
ejerció su ministerio apostólico. En esas iglesias locales iba dejando
presbíteros con autoridad, como Tito y Timoteo. Así las primeras
comunidades, por la acción de los apóstoles, se iban estructurando
jerárquicamente, de tal forma que a principios del siglo segundo, san
Ignacio de Antioquia, hablaba de que en cada iglesia había un obispo,
varios presbíteros y diáconos. Así se consolidó la jerarquía
eclesiástica .

Pero no sólo Pablo, también Pedro se dedicó a
predicar a los judíos que vivían en la diáspora: Ponto, Galacia,
Bitinia, etc., tal como atestigua su primea carta. También llegó a Roma,
la capital de imperio. En esa ciudad predicó, ejerció su autoridad
apostólica y fue crucificado. Muerto él, le sucedieron san Lino, san
Anacleto, san Clemente, san Evaristo, etc. en una sucesión
ininterrumpida que llega hasta el actual pontífice, Juan Pablo II,
Vicario de Cristo.

Es aquí el lugar para hablar un poco sobre el
origen divino de la Iglesia y el gobierno apostólico, es decir, quién
fundó la Iglesia y cómo los apóstoles iban gobernando la Iglesia al
inicio. Lo explicaré como apéndice de esta lección .

Se oye ya la voz del Papa y de la tradición

Del
Papa san Clemente (ca. 97) nos queda su carta a los corintios, escrita
para exhortarlos a poner fin a las divisiones que los perturbaban. No
obstante, los obstáculos para la conversión no fueron pocos.

De
este siglo I es el importante documento llamado “Didaché” (Didajé) o
“Doctrina de los doce apóstoles”. Este documento, juntamente con dos
cartas de san Clemente Romano y la llamada Epístola de Bernabé son el
hallazgo más valioso de los tiempos modernos, referente a la primitiva
literatura cristiana; apareció en un códice de 1873, encontrado en la
biblioteca del Hospital del Santo Sepulcro de Constantinopla, por el
arzobispo griego Filoteo Briennios. Se ignora quién fuera el autor, pero
la doctrina es netamente evangélica, por eso se conjetura que el autor
sería algún apóstol fundador de una iglesia o alguno de sus discípulos.
La fecha exacta de su composición se ignora, pero se calcula hacia el 70
ó 90.

La Didaché termina con un llamado a velar en espera de la
venida del Señor: “Vigilad sobre vuestra vida, estad preparados.
Reuníos con frecuencia, inquiriendo lo que conviene a vuestras almas.
Porque de nada os servirá todo el tiempo de vuestra fe, si no sois
perfectos en el último momento”. Juntamente a este documento de la
Didaché aparece otro de similar valor llamado “Discurso a Diogneto”, de
autor y destinatario desconocidos, verdadera joya literaria y ascética
de la cristiandad primitiva.

¿Cómo comenzaron a administrar los sacramentos en este siglo?

Los
sacramentos se administraban ya en la era apostólica, en cuanto a su
esencia, pero no en cuanto a su modalidad, pues no había ritual fijo en
ese momento.

Se practicaba el bautismo, incluso a los niños, y
se hacía normalmente por inmersión. Inmediatamente se ungía a los
bautizados para comunicarles el Espíritu Santo y se les admitía a la
eucaristía. Eran los sacramentos de la iniciación. También practicaban
la confesión, pues dice la Didaché: “Reunidos cada día del Señor, partid
el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados”.
Quien absolvía era únicamente el obispo y se consideraban pecados
gravísimos: el homicidio, la idolatría y el adulterio. La carta de
Santiago (St 5,4) atestigua asimismo que, cuando uno enfermaba, llamaban
a los presbíteros de la Iglesia para ungirlos con óleo.

No
existía, es verdad, una teología de los sacramentos, ni se había fijado
su número. Todo esto ocurrió mucho después. Pero en algunas lápidas
sepulcrales y pinturas de la catacumbas aparecen símbolos del bautismo,
de la confirmación, eucaristía y confesión.

No hay mal que por bien no venga

Como
la fe es necesaria para el bautismo, poco a poco se sintió la necesidad
de hacer breves compendios de la doctrina, que los catecúmenos debían
aprender antes de ser bautizados. Así nacieron los “credos” bautismales.
Más tarde, cuando brotaron las herejías, los obispos reunidos en
sínodos y en concilios precisaron y sintetizaron las verdades de la fe
en “credos” más amplios. Dice san Ambrosio: “La estructura del Credo es
ternaria, porque es esencialmente símbolo de la Trinidad. Resume la
triple respuesta a la triple pregunta concerniente a las tres Personas
divinas: ¿crees en Dios Padre Todopoderoso? ¿Crees en Jesucristo? ¿Crees
en el Espíritu Santo?” (De sacramentis, tract. II c, 7, n. 20).

“Id por todo el mundo”

Ante
el problema de la inserción de la fe cristiana a la cultura
grecorromana, los primeros cristianos fueron poco a poco sembrando la
palabra de Jesús con firmeza, claridad y valentía, con la predicación y
con el ejemplo de una vida coherente, honesta, que llegó incluso al
heroísmo de morir por Cristo.

El mismo imperio romano facilitó,
con su organización y sus vías de comunicación, la predicación rápida
del evangelio por todo el mundo mediterráneo. Pero lo más importante de
todo es que el evangelio responde a una espera profunda de los hombres.
Los puntos principales en los que insistían los primeros cristianos
constituyeron una bomba para el imperio romano; y son éstos:

·La comunidad cristiana acoge a todos los hombres, porque son iguales y libres ante Dios y salvados por Cristo.
·A sólo Dios hay que dar culto.
·Hay que llevar una vida de austeridad, de pureza y de caridad con los necesitados.

“La sangre de los mártires es semilla de cristianos”!

CONCLUSIÓN

Comenzaba
la lucha de varios siglos del imperio contra los cristianos, pero
también el atractivo cada vez mayor del evangelio para los habitantes de
ese imperio, al ver el ejemplo heroico de muchos cristianos que se
dejaban matar antes de claudicar de su fe. ¡Qué razón tuvo Tertuliano al
decir: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”! Cuando
llegó la hora de la libertad de la Iglesia, el cristianismo había
penetrado profundamente en Oriente y Occidente: Siria, Asia Menor,
Armenia, Mesopotamia, Roma y la mayor parte de Italia, Egipto y Africa
del norte. Otras tierras, como Galia y España, sin alcanzar el nivel de
las primeras regiones, contarían también en su población con fuertes
minorías cristianas.


Historia de la Iglesia. Apéndice. Siglo I Edad Antigua

La Iglesia no es una invención humana. Ya estuviera destruida hace muchos siglos. La Iglesia es parte del misterio de Dios.

APÉNDICE

1.Origen divino de la Iglesia

La
Iglesia no es una invención humana. Ya estuviera destruida hace muchos
siglos. El concilio Vaticano en su constitución “Lumen Gentium” presenta
a la Iglesia como fruto de la sabiduría y la bondad con que Dios Trino
busca reunir a todos los hombres, dispersos por el pecado, en una sola
familia.

La Iglesia es parte del misterio de Dios. Si olvidamos
esto, nunca comprenderemos el origen y la finalidad de la Iglesia.
Colocar en Dios Trino el origen de la Iglesia puede herir la
sensibilidad del hombre moderno, acostumbrado a una convivencia
democrática y educado en una cultura que tiende a rehuir la
trascendencia. Le resulta difícil comprender que una asociación de
personas, como es la Iglesia, deba su origen a alguien que es anterior y
está por encima de ella. Por eso, no es raro que muchos se pregunten
hoy día si realmente la ekklesía es una asamblea convocada por Dios, o
si más bien es fruto de una simple decisión asociativa de los primeros
discípulos de Jesús después de la resurrección y ascensión a los cielos.


Si decimos que la Iglesia tiene su origen en Dios, debemos
aceptar que no somos dueños de ella y que es Él quien determina su
naturaleza y su misión, y que por lo mismo debemos acudir a lo que Él
nos ha revelado para resolver los problemas que surjan. Pero si alguien
dice que la Iglesia ha nacido de una simple decisión de los primeros
discípulos de Jesús, entonces los amos de la Iglesia somos nosotros; el
modo de concebirla, de estructurarla, las mismas tareas que ejerza
dentro de la historia caen bajo nuestro arbitrio. Son muchos los que hoy
día piensan así, los que consideran que la Iglesia no es más que una
sociedad humana, y que está en nuestras manos decidir pragmáticamente
los diversos problemas que la historia y las culturas van presentando.
Rechazan todo magisterio que se apoye en la autoridad de Cristo, y se
extrañan de que los pastores de la Iglesia no acepten las teorías de los
teólogos o la opinión pública como norma de fe o moral .

Los
liberales protestantes, por contraponer razón y fe y separar el Jesús
histórico del Cristo de la fe, veían el origen de la Iglesia no en el
Jesús que predicó en Palestina y murió en Jerusalén, sino en la fe de la
primera comunidad en Cristo resucitado. Los manuales católicos, en
cambio, por su afán apologético, consideraban imprescindible presentar
que la Iglesia como sociedad había sido fundada directamente por
Jesucristo, quien la dotó de su propio fin y de sus propios medios.
Ambas visiones, aun siendo contrapuestas, se mueven dentro de un mismo
ámbito teológico, que nos parece claramente reducido. Unos se referían
al Cristo de la fe; los otros, en cambio, al Jesús de la historia. El
enfoque queda así exclusivamente crístico (centrado en Cristo); y no se
integra el misterio de Cristo en el misterio de Dios Trino. Y esto si lo
vio claro el concilio Vaticano II, en su constitución “Lumen Gentium”,
que concluye su primer capítulo con las palabras de san Cipriano: “Así
toda la Iglesia aparece como el pueblo unido por la unidad del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo” (Lumen Gentium, 4).

Por tanto, en
el origen de la Iglesia está Dios Trino. Dios Padre la planeó y la
preparó admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la
Antigua Alianza; Dios Hijo la inauguró en la tierra, eligiendo a unos
apóstoles a quienes llamó, formó y les envió, dándoles sus poderes para
que continuaran su misión salvadora; y el Espíritu Santo, la está
llevando a su plenitud, hasta el final de los tiempos, santificándola,
iluminándola y guiándola.

2.Gobierno apostólico en este siglo I

La
autoridad en Iglesia, durante el siglo I, fue ejercida por los
apóstoles mientras estos vivieron. En Jerusalén, tal como cuenta el
Libro de los Hechos, los Doce iban resolviendo los problemas bajo la
guía de Pedro. Éste gozaba ya desde el inicio de una función
preeminente, y así lo vemos que visita las comunidades de Samaría (Hch
8,14) y más tarde recorre las ciudades costeras de Lida, Jope y Cesarea
(Hch 9,32-10,48). Posteriormente es Pablo quien, tras su conversión,
predica en Damasco y Antioquía, y se lanza a una serie de viajes durante
los cuales va fundando diversas iglesias locales: Corinto, Tesalónica,
Éfeso, etc. En todas ellas Pablo ejerce la autoridad apostólica, pero
para ayudarse consagra a Tito y Timoteo. Incluso les ordena que vayan
consagrando a otras personas dignas para ponerlas al frente, como
obispos, de las comunidades. Tal fue el encargo de Tito en Creta.

El
hecho es que los apóstoles, queridos por Cristo como pastores con
autoridad en el seno de su Iglesia, consagraron a otros por medio de la
invocación del Espíritu Santo y la imposición de las manos, y éstos
consagraron a otros. Era la forma de perpetuar en la Iglesia la
autoridad apostólica con que Cristo había querido enriquecerla. El
resultado es que en cada comunidad o iglesia local había “obispos” o
“presbíteros”, y que a inicios del siglo I – según ya dijimos - la
jerarquía en una iglesia local estaba compuesta de un obispo, al que
ayudaban varios presbíteros y diáconos.

En estas comunidades no
todo era agua de rosas, como podemos ver por los problemas a los que
debía hacer frente san Pablo en sus cartas, e incluso surgían herejías
como se aprecia por las cartas de san Juan y por el libro del
Apocalipsis. Pero había entre ellas la conciencia de la unidad, de
formar la Iglesia de quienes creían en Jesús y habían recibido su
Espíritu. Y de esta conciencia brotaba la búsqueda de la comunión.

Esta
comunión se alimentaba de la eucaristía, pues “aun siendo muchos, somos
un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan” (1Co 10,17), y
en la adhesión al propio obispo. Dice san Ignacio de Antioquía: “El
obispo no ha obtenido el ministerio de regir la comunidad por sí mismo o
por medio de los hombres, sino de Nuestro Señor Jesucristo...Seguid
dondequiera que esté a vuestro pastor, como hacen las ovejas; todos los
que pertenecen a Dios y a Cristo están unidos con el obispo...No
participéis sino en la única eucaristía, no hay más que un altar, no hay
más que un solo obispo rodeado del presbiterio y de los diáconos” (A
los de Filadelfia 1, 1-2; 3, 2-5).

También buscaban la comunión y
cohesión entre las diversas comunidades. Se manifestaba ese empeño en
las colectas por las comunidades pobres, en las cartas que se enviaban
mutuamente, y en la lucha por mantenerse adheridas a la doctrina de los
apóstoles.

3. Estructura de la Iglesia

Creo
que es bueno, antes de seguir con los siguientes siglos, dar algunas
notas sobre la estructura de la Iglesia, para que podamos comprender
mejor su misterio y su misión. Y los vamos hacer en una breve síntesis:

a) Igualdad y diversidad en la Iglesia:
Por una parte, el concilio Vaticano II reafirma, por un lado la radical
igualdad de todos los miembros de la Iglesia, basándose no en motivos
humanos y sociológicos, sino en la voluntad de Dios que nos ha hecho
partícipes de las mismas realidades sobrenaturales por medio del
bautismo (cf. Lumen gentium, 32b); esta igualdad bautismal convierte a
los cristianos en una comunidad. Pero por otro lado, junto a esta
igualdad fundamental, el concilio reconoce la pluralidad de carismas que
el Espíritu Santo reparte entre los diversos miembro de la Iglesia, y
afirma igualmente la diferencia que el Señor estableció entre los
ministros sagrados y el resto del Pueblo de Dioscf. Lumen gentium 32c).
Esta unidad fundamental y esa diversidad funcional, que Cristo ha
querido para su Iglesia, están ordenadas entre sí, se implican y se
exigen mutuamente.

b) Ministerialidad de las diversas funciones:
tanto la función de los pastores como las funciones de los demás fieles
deben ser consideradas como servicios o ministerios. Los pastores están
para santificar, apacentar y guiar a los fieles. Y los laicos están
para elevar el mundo donde trabajan y ordenarlo según el plan de Dios.
Por tanto, esta ministerialidad es el puente que une la pluralidad de
funciones y la unidad bautismal.

Terminemos diciendo que no
debemos reducir la Iglesia a una comunidad humana cualquiera. La Iglesia
sí es una comunidad, pero en un sentido un poco especial. Veamos tres
diferencias entre la Iglesia y cualquier otra sociedad natural,
cultural, política, etc. En primer lugar, la Iglesia no nace de la
voluntad asociativa de sus miembros, es fruto de una convocación divina
acogida en la fe. En segundo lugar, la Iglesia es una comunidad en tanto
en cuanto vive históricamente y expresa en formas visibles de
comportamiento una comunión sobrenatural. En tercer lugar, podríamos
decir que la comunidad eclesial, visible, con sus funciones varias, sólo
tiene sentido en cuanto signo de la comunión sobrenatural en Cristo y
en su Espíritu.

De todo esto sacamos estas conclusiones: La
autoridad de los pastores en la Iglesia no puede considerarse como
representación y delegación de la base popular, ya que la reciben del
mismo Cristo, quien a su vez recibió del Padre todo poder en el cielo y
en la tierra par realizar la obra de la redención. La verdad que
transmite la Iglesia no puede tampoco reducirse a la simple opinión de
la mayoría, pues su misión es conservar, predicar y defender, con la
asistencia del Espíritu Santo, únicamente la verdad revelada para
nuestra salvación. Los ministros ordenados en la Iglesia no son meros
delegados de la comunidad para realizar ciertas funciones necesarias,
sino que, por haber recibido el sacramento del orden, son configurados
ontológicamente con Cristo, Cabeza y Pastor, y participan de su función
capital, es decir, de su autoridad, de manera que en ellos y por medio
de ellos Cristo Cabeza continúa enseñando, santificando y guiando a su
Cuerpo que es la Iglesia .

SIGLO II

INTRODUCCIÓN

Las
comunidades cristianas vivían su fe en un ambiente mayoritariamente
pagano. Y sin embargo, aumentaba, por la gracia de Dios, el número de
los creyentes. Esto ocasionó problemas. La discreción de que rodeaban su
culto, hacía sospechar lo peor. Por esta época ya se ha generalizado la
celebración de la eucaristía cada domingo, que era el Día del Señor .


Nos
encontramos aquí con un fenómeno de psicología de masas. El
cristianismo viene de Oriente y se está extendiendo a Occidente. Los
cristianos son algo así como unos inmigrantes cuyas costumbres no acaban
de comprenderse: se reúnen, rezan, comparten sus bienes, son
respetuosos, recatados, demasiado honestos... Constituyen –se dice- una
secta; y ya sabemos todo lo que se oculta tras esta palabra. Por eso, el
mundo romano no ve con buenos ojos a los cristianos. Hay, pues, que
eliminarlos.




Historia de la Iglesia. Sucesos en el Siglo II Edad Antigua

Varias fueron las calumnias y herejías populares que se levantaron contra los cristianos.

SUCESOS

“El varón que no peca con la lengua es varón perfecto”

Varias fueron las calumnias populares que se levantaron contra los cristianos:

a)Los cristianos son ateos:
porque no participaban en el culto a los dioses oficiales, ni en el
culto idolátrico al emperador. Esto amenaza el equilibrio de la ciudad,
pues – según la opinión popular- los dioses se sienten ofendidos y se
vengan enviando calamidades tales como inundaciones, terremotos,
epidemias, incursiones de los bárbaros. También se decía que los
cristianos daban culto a un asno o a un bandido condenado a muerte en
una cruz.


b)Los cristianos practican el incesto:
los paganos pensaban que, si los cristianos se reunían en banquetes
nocturnos, era para entregarse a orgías y a las peores torpezas entre
hermanos y hermanas.


c)Los cristianos son antropófagos:
por no comprender la eucaristía, los paganos pensaban que el cuerpo que
comen y la sangre que beben eran los de un niño, sacrificado
ritualmente.


Había también objeciones y calumnias de los sabios y políticos contra los cristianos :

d)Los cristianos son unos pobres hombres ignorantes y pretenciosos:
son gente reclutada entre las clases sociales inferiores, aprovechando
su credulidad. Ponen en entredicho los valores de la civilización romana
y minan la autoridad del padre de familia dado que el Cristianismo
reconocía la dignidad de las mujeres y de los niños. No olvidemos que en
el mundo pagano la mujer y el niño no valían prácticamente nada;
simplemente se les toleraba: a la mujer, porque trabajaba en casa y
criaba los hijos; y a los niños, porque después serían mayores.


e)Los cristianos son malos ciudadanos:
porque no participan en los cultos de la ciudad ni en el culto
imperial, no aceptan las costumbres de los antepasados, y rechazan
formar parte de la magistratura y del ejército.


f)La doctrina cristiana se opone a la razón:
Dios, perfecto e inmutable, no puede rebajarse a ser un niño pequeño.
La resurrección de los cuerpos es una formidable mentira. El Dios
pacífico del Nuevo Testamento está en contradicción con el dios guerrero
del Antiguo Testamento. Los cuatro relatos de la pasión se contradicen.
Los ritos cristianos son inmorales. El bautismo fomenta los vicios, al
pensar que un poco de agua perdona de una vez todos los pecados. La
eucaristía es un rito antropofágico. Todo esto decían los sabios sobre
los cristianos.


“Exterminad a los cristianos”

En
este siglo II continuaron las persecuciones contra los cristianos.
Había que borrar el nombre de Cristo de sobre la faz de la tierra.


La de Trajano,
tercera persecución, que al igual que Nerón, consideraba el
Cristianismo como “religión ilícita”. Víctima de esta persecución fue
Ignacio de Antioquía, despedazado por las fieras en el anfiteatro,
llamado hoy coliseo. Trajano condenaba a los que se afirmaban
cristianos. Una carta del historiador Plinio el Joven, gobernador de
Bitinia (norte de la actual Turquía), nos informa sobre el procesamiento
y la ejecución de cristianos en su provincia.


Durante
el reinado del emperador Marco Aurelio (161-180) fueron condenados en
Roma el apologista Justino, y en Esmirna el obispo Policarpo, que fue
discípulo de Juan y catequista de Ireneo, futuro obispo de Lyon. Con
Policarpo tenemos el primer testimonio del culto a las reliquias de los
mártires.


Siguieron las
persecuciones de Adriano, Antonio Pio, Septimio Severo. Este último
prohibió a los paganos abrazar el Cristianismo bajo pena de muerte


¡Otra vez la herejía!

Brotes de herejía en este siglo:

Herejía docetista:
estas personas afirmaban que Cristo no era hombre, sino que sólo tenía
apariencia de hombre. Pensaban que ser hombre restaba mérito, dignidad a
Cristo, el Hijo de Dios. Por querer defender la divinidad, no se
aceptaba la humanidad. Nuestra fe es bien clara: Cristo es al mismo
tiempo verdadero Dios y verdadero hombre. Esta es la verdad completa. La
verdad incompleta constituye ya una herejía.


El gnosticismo
fue la herejía más fuerte de este siglo II, aunque ya vimos que comenzó
en el siglo I. Era como una gran corriente de ideas y de intuiciones
religiosas de diversa procedencia, aunadas por la tendencia sincretista
que tanto auge alcanzó en la antigüedad. El punto de arranque de esa
corriente lo constituía el anhelo de resolver el problema del mal. ¿Cómo
encontrar el conocimiento perfecto, la verdadera ciencia que diese la
clave del enigma del mundo y de la presencia del mal, que aclarase el
sentido de la existencia humana? Decía que existía un Dios supremo y,
por debajo de él, una multitud de “eones”, seres semi-divinos que
formaban con Dios el pleroma, el mundo superior. Nuestro mundo material e
imperfecto, donde reside el mal, no era obra del Dios supremo, sino del
demiurgo, que ejercía el dominio sobre su obra. En este mundo creado se
encontraba desterrado el hombre, la obra maestra del demiurgo, en quien
late una centella de la suprema Divinidad. De ahí, el impulso que el
hombre siente, en lo más íntimo de su ser, a unirse con el Dios sumo y
verdadero. Tan sólo la “gnosis”, es decir, el conocimiento perfecto de
Dios y de sí mismo, permitiría al hombre liberarse de los malignos
poderes mundanos y alcanzar el universo luminoso, el pleroma del Dios
Padre y Primer Principio.


Esta
herejía fue difundida en el siglo II por Marción, Valentín, Epifanio y
Simón el mago. Trató de incluir a Cristo en ese sistema cosmogónico,
como un “eón” en medio de los demás. Cristo desciende sobre Jesús en el
momento del bautismo (dualismo personal).


El mismo Marción,
originario del Ponto, distingue el Dios del Antiguo Testamento, creador
y malo, del Dios del amor que nos revela Jesús. Detrás de esta postura
de Marción, se esconden dos dioses: el del Antiguo Testamento y el del
Nuevo Testamento. Además, niega a Jesús una verdadera naturaleza humana.
Y finalmente dice que no habrá salvación más que para las almas, no
para los cuerpos.


La herejía de los montanistas
también dio dolores de cabeza a la Iglesia. Apareció hacia el año 170
cuando Montano, después de recibir el bautismo, comenzó a anunciar que
era el profeta del Espíritu Santo, y que este Espíritu iba a revelar por
su conducto a todos los cristianos la plenitud de la verdad. El rasgo
más notable de esta revelación era el mensaje escatológico: estaba a
punto de producirse la segunda venida de Cristo, y con ella el comienzo
de la Jerusalén celestial. Solamente una estricta vida moral prepararía a
los creyentes para esta venida; por ello había que evitar huir del
martirio, había que guardar ayuno riguroso y abstener, en lo posible,
del matrimonio. A esta secta se adhirió Tertuliano.


Los novacianos:
Novaciano sostenía que la apostasía era un pecado irremisible y que los
lapsi nunca podían ser readmitidos a la comunión de la Iglesia, ni
siquiera en la hora de la muerte. Sostenía, además, que la Iglesia debía
formarse sólo por los enteramente puros; y negaba, como los
montanistas, que la idolatría, el adulterio y el homicidio pudieran
perdonarse.


Los lapsi:
ante persecuciones tan duras, algunos cristianos claudicaron y
desertaron para salvar la vida, adoraron las divinidades paganas y
rindieron culto al emperador. Se les llamó traidores. Algunos, terminada
la persecución, pidieron perdón y volvieron al seno de la Iglesia.


Historia de la Iglesia Respuesta de la Iglesia. Siglo II Edad Antigua

La Iglesia tuvo que hacer frente a todos los desafíos, siempre con el auxilio del Espíritu Santo, que le daba fuerza y luz.

II. RESPUESTA DE LA IGLESIA

La
Iglesia seguía muy de cerca el latido del mundo y tuvo que hacer frente
a todos los desafíos, siempre con el auxilio del Espíritu Santo, que le
daba fuerza y luz.

“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios...”

La
actitud de la Iglesia frente al poder temporal civil y político del
imperio era bien clara: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios” (Mt 20, 15-21). Los dos apóstoles Pedro y Pablo
desarrollaron en sus cartas toda una catequesis sobre los deberes del
cristiano frente a la autoridad pública, que sirvió de pauta a los
fieles en sus actitudes ante el imperio romano. Consecuencia de ella es
el deber de obedecer a la autoridad pública, cuando esa autoridad
pública respete la ley de Dios. La manifestación práctica de esa actitud
era el perfecto cumplimiento de todas las cargas y servicios, que
incumben al cristiano como deber cívico (cf. 1 Pe 2, 17; Rm 13, 1-2; Rm
13, 5-7).

La Iglesia no se quedaba callada

Graves
eran las herejías que querían destruir nuestra fe y nuestro dogma. Y
Dios hizo surgir a una serie de hombres de Iglesia, bien formados, que
supieron aclarar la doctrina de Cristo, para que no se diluyera con
otras doctrinas extrañas y paganas.

Entre ellos, emergen los
padres apostólicos: el mártir san Ignacio de Antioquía (muerto alrededor
del año 117), san Policarpo (muerto en el 180), Papías (muerto en el
154), san Ireneo de Lyon (muerto en el 202). Estos padres apostólicos
profundizaron las enseñanzas de Cristo. Sus aportaciones doctrinales y
morales son muy valiosas para nosotros, sobre todo, al defender la fe
cristiana contra la herejía gnóstica, ya explicada anteriormente, que
enseñaba la existencia de un Dios del bien y de un principio del mal.

Y
ante dichas herejías y calumnias terribles contra los cristianos, Dios
siguió ayudando a su Iglesia por medio de una serie de cristianos,
hombres de cultura, que lucharon por dar base filosófica al
cristianismo, no siempre con acierto, pero que influyeron en la teología
posterior. Se los llamó los padres apologistas: defendieron a la
Iglesia de las acusaciones, elaborando así una primera teología. Entre
ellos, el gran Orígenes, primer teólogo cristiano; san Justino (mártir
en 165), y Tertuliano en su obra Apologética, y un autor desconocido que
escribió la carta a Diogneto. Contestan así a las calumnias y
acusaciones:

a)“Nada hay secreto entre nosotros”:“estamos
presentes por todas partes, tenemos las mismas actividades que
vosotros, los mismos alimentos y los mismos vestidos. Lo único que
rechazamos es acudir a los templos y asistir a los espectáculos del
anfiteatro”.

b)“Sois vosotros los que tenéis costumbres nefastas”:la
sociedad romana practicaba el infanticidio y el aborto, dos cosas que
los cristianos no aceptamos, por ser un crimen. Además, la sociedad
romana exaltaba el desenfreno de la sexualidad hasta el paroxismo,
contando las hazañas amorosas de los dioses y tolerando el intercambio
de esposas.

c)“El cristianismo es una doctrina conforme a la razón”:
nada hay en el cristianismo que se oponga a la razón. Es verdad que
algunos apologistas defendieron el cristianismo atacando la religión
pagana con poco tacto y caridad, por ejemplo, Tertuliano, que era muy
impulsivo. Pero, en general, los cristianos fueron respetuosos de los
paganos, y trataban de evangelizar más con el ejemplo que con la
palabra.

d)“Los cristianos somos buenos ciudadanos”:los
apologistas no cesan de proclamar su lealtad al estado, siguiendo lo
que dicen la carta a los romanos en 13, 1-7 y la primera carta 1 Pedro
en 2, 13. Y aunque no consideran al emperador como divino, sin embargo
le obedecen y rezan por él. Además pagan sus impuestos. Y si no
aceptaban formar parte de la magistratura y del ejército, era porque,
tarde o temprano, estarían en contradicción con el evangelio, dado que
estaban obligados a participar en ceremonias idolátricas y a ejercer la
violencia.

A cada una de esas herejías, la Iglesia respondió.

a)Contra los docetistas, reaccionó Ignacio,obispo
de Antioquía, que defendió con vehemencia el realismo de la
encarnación: Jesús es verdaderamente un personaje histórico, un hombre
verdadero, que comía, bebía, lloraba, se cansaba, sonreía. A este Jesús
lo encuentran los cristianos en una comunidad unida en la fe, en el amor
y en la eucaristía.

b)Contra Marción reaccionó san Ireneo, defendiendo
la unidad de Dios en el antiguo y nuevo testamento, y la salvación
completa del hombre, cuerpo y alma, realizada por Jesucristo, verdadero
Dios y verdadero hombre. El mismo Ireneo exige que no se tengan en
cuenta para nada las doctrinas o escritos transmitidos fuera de la
sucesión apostólica, pues en ese tiempo aparecieron los llamados
evangelios apócrifos. Fue Ireneo quien declaró que sólo hay cuatro
evangelios.

La fuerza y el alimento de los sacramentos

¿Cómo celebraban los Sacramentos y la Cuaresma?

a)El Bautismo: desde
el día de Pentecostés, los apóstoles bautizaron a todos los que tenían
fe en Jesús. No era necesaria preparación especial. Sólo bastaba tener
fe en lo que predicaban los apóstoles. Posteriormente ya se exigió un
período específico de preparación llamado catecumenado, cuya duración
variaba de una iglesia a otra. El catecúmeno debía saber de memoria el
credo; se le instruía además en la doctrina cristiana, en los ritos,
oraciones y cantos. Sirvió el catecumenado para seleccionar candidatos
con más seguridad. La mayoría de los que entraban en la fe eran adultos.
La selección permitía posponer el bautismo a quienes todavía
practicaban oficios o profesiones que chocaban con la doctrina
cristiana, hasta que cambiaran de oficio. Tal era el caso de los actores
eróticos y gladiadores. ¡Qué conciencia se tenía de la dignidad
cristiana!

b)La eucaristía: En
este siglo II no existían ritos fijos ni uniformes, exceptuando las
palabras de Jesús en la última cena. Pero la celebración eucarística o
misa, en lo substancial, era la misma que hoy día. Sólo han ido
cambiando los ritos, que con el paso de los siglos fueron formando
diversas tradiciones . La eucaristía, como era sacramento instituido por
Jesús, no se celebraba en el templo ni en las sinagogas sino en casas
de familias . La primera documentación sobre la eucaristía consta en los
evangelios y en la carta de san Pablo a los corintios (cf. Lc 22,
19-20; Mt 26, 26-30; Mc 14, 22-26; 1 Co 11, 23-25). Al inicio, la
eucaristía se celebraba sólo el día del Señor (domingo), pero luego
comenzó a celebrarse también los días feriados (siglo II). Habla con
frecuencia de la eucaristía san Ignacio de Antioquía, martirizado en la
persecución de Trajano (año 107). Luego san Justino, mártir (año 150)
nos deja un precioso testimonio; dice que el domingo se reúnen los
fieles cristianos, se leen las memorias de los apóstoles (evangelios) y
algunos profetas; el celebrante pronuncia la homilía; se ponen de pie
para orar, y darse el beso de la paz. Luego ofrecen al obispo que
preside pan, vino y agua. Este los recibe en forma solemne y pronuncia
la “oración larga” de la eucaristía (hoy diríamos la plegaria
eucarística) que incluye las palabras sacramentales de Cristo. Todos
respondían: Amén. Enseguida se distribuía la eucaristía a los presentes.

c)¿Y la penitencia o confesión? Ya
desde el siglo II existía la reconciliación de los pecadores, pero
solamente para los pecados graves (apostasía, asesinato, adulterio) y
una sola vez en la vida. La Iglesia exigía mucho de los cristianos al
inicio, tanto que algunos por este motivo retrasaban la hora de
bautizarse. Hay que esperar hasta el siglo V para ver cómo se inicia la
confesión privada, gracias a los monjes británicos e irlandeses. Poco a
poco, conociendo nuestra debilidad, la Iglesia fue facilitando la
práctica de la confesión, dando oportunidad de acercarse a ella con
mayor frecuencia. Hoy día, ya sabemos, podemos acercarnos cuantas veces
queramos a este sacramento, con arrepentimiento y sincero propósito de
enmienda, pues Dios nos tiende sus brazos misericordiosos a todas horas.
En el apéndice de este capítulo explicaré las etapas que tuvo el
sacramento de la confesión.

d)La Cuaresma: En
la segunda mitad del siglo II el Papa Víctor (189-198), después de una
intensa controversia, fijó la Pascua cristiana en el domingo siguiente
al 14 de Nisán, fiesta de la Pascua judía, aunque casi todas las
iglesias de Oriente continuaron celebrándola el 14 de Nisán. La Cuaresma
inició embrionariamente con un ayuno comunitario de dos día de
duración: Viernes y Sábado Santos (días de ayuno), que con el Domingo
formaron el “triduo”. Era un ayuno más sacramental que ascético; es
decir, tenía un sentido pascual (participación en la muerte y
resurrección de Cristo) y escatológico (espera de la vuelta de Cristo
Esposo, arrebatado momentáneamente por la muerte). A mediados del siglo
III, el ayuno se extendió a las tres semanas antecedentes, tiempo que
coincidió con la preparación de los catecúmenos para el bautismo de la
noche pascual. A finales del siglo IV se extendió el triduo primitivo al
jueves, día de reconciliación de penitentes (al que más tarde se añadió
la Cena Eucarística), y se contaron cuarenta día de ayuno, que
comenzaban el domingo primero de la Cuaresma. Como la reconciliación de
penitentes se hacía el Jueves Santo, se determinó, al objeto de que
fueran cuarenta días de ayuno, comenzar la Cuaresma el Miércoles de
ceniza, ya que los domingos no se consideraban días de ayuno. Al
desaparecer la penitencia pública, se expandió por toda la cristiandad,
desde finales del siglo XI, la costumbre de imponer la ceniza a todos
los fieles como señal de penitencia. Por tanto, la Cuaresma como
preparación de la Pascua cristiana se desarrolló poco a poco, como
resultado de un proceso en el que intervinieron tres componentes: la
preparación de los catecúmenos para el bautismo de la Vigilia Pascual,
la reconciliación de los penitentes públicos para vivir con la comunidad
el Triduo Pascual, y la preparación de toda la comunidad para la gran
fiesta de la Pascua. Como consecuencia de la desaparición del
catecumenado (de adultos) y del itinerario penitencial (o de la
reconciliación pública de los pecadores notorios), la Cuaresma se desvió
de su espíritu sacramental y comunitario, llegando a ser sustituida por
innumerables devociones y siendo ocasión de “misiones populares” o de
predicaciones extraordinarias para el motivar el cumplimiento pascual,
en las que se ponía el énfasis en el ayuno y la abstinencia. Con la
reforma litúrgica, después del Concilio Vaticano II (1960-1965), se ha
hecho resaltar el sentido bautismal y de conversión de este tiempo
litúrgico, pero sin perder también la orientación del ayuno, la
abstinencia y las obras de misericordia.


Historia de la Iglesia. Conclusión. Siglo II Edad Antigua

La Iglesia, con la asistencia del Espíritu Santo, iba poco a poco llevando a cabo la misión encomendada por Jesucristo

CONCLUSIÓN

Así
acabamos el siglo II. La Iglesia, con la asistencia del Espíritu Santo,
iba poco a poco llevando a cabo la misión encomendada por Jesucristo.
Dificultades, había, no cabe duda. Los cristianos iban con el ejemplo y
con la palabra defendiendo su fe cristiana, y llevando esa fe por donde
iban. Es verdad que los cristianos apologistas no convencieron a todos
sus interlocutores; tampoco Cristo lo logró. Los enemigos eran fuertes y
usaban todo tipo de tretas para acabar con el cristianismo. Por eso,
cuando buscaban a los responsables de las desgracias de la época,
siempre las acusaciones se lanzaban contra los cristianos. Y para calmar
el furor del pueblo, los emperadores pronunciaban condenas contra los
cristianos. Así nacieron las crueles e inhumanas persecuciones. ¿Qué
hicieron en esos terribles momentos los cristianos? Ellos se fortalecían
con los sacramentos y se animaban con su caridad.


¿Quieres
conocer un poco la vida de los primeros cristianos? Aquí te dejo este
fragmento de la famosa carta anónima a Diogneto del siglo II:
“Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el país,
ni por el lenguaje, ni por la forma de vestir. No viven en ciudades que
les sean propias, ni se sirven de ningún dialecto extraordinario; su
género de vida no tiene nada de singular...Se distribuyen por las
ciudades griegas y bárbaras, según el lote que le ha correspondido a
cada uno; se conforman a las costumbres locales en cuestión de vestidos,
de alimentos y de manera de vivir, al mismo tiempo que manifiestan las
leyes extraordinarias y realmente paradójicas de su república
espiritual. Cada uno reside en su propia patria, pero como extranjeros
en un domicilio. Cumplen con todas sus obligaciones cívicas y soportan
todas las cargas como extranjeros. Cualquier tierra extraña es patria
suya y cualquier patria es para ellos una tierra extraña. Se casan como
todo el mundo, tienen hijos, pero no abandonan a los recién nacidos.
Comparten todos la misma mesa, pero no la misma cama. Están en la carne,
pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son
ciudadanos del cielo. Obedecen a las leyes establecidas y su forma de
vivir sobrepuja en perfección a las leyes. Aman a todos los hombres y
todos les persiguen. Se les desprecia y se les condena; se les mata y de
este modo ellos consiguen la vida. Son pobres y enriquecen a un gran
número. Les falta de todo y les sobran todas las cosas. Se les desprecia
y en ese desprecio ellos encuentran su gloria. Se les calumnia y así
son justificados. Se les insulta y ellos bendicen...En una palabra, lo
que el alma es en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma
se extiende por todos los miembros del cuerpo como los cristianos por
las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero sin ser del
cuerpo, lo mismo que los cristianos habitan en el mundo, pero sin ser
del mundo...El alma se hace mejor mortificándose por el hambre y la sed:
perseguidos, los cristianos se multiplican cada vez más de día en día.
Tan noble es el puesto que Dios les ha asignado, que no les está
permitido desertar de él”.


Termino con unas palabras de san Justino (siglo II) sobre la celebración de la Eucaristía:“El
día llamado del Sol (actual domingo) se reúnen todos en un lugar, lo
mismo los que habitan en la ciudad que los que habitan en el campo, y,
según conviene, se leen los recuerdos de los apóstoles y los escritos de
los profetas, conforme el tiempo lo permita. Luego, cuando el lector
termina, el que preside se encarga de amonestar con palabras de
exhortación, a la imitación de cosas tan admirables. Después nos
levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya
dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua.
El que preside pronuncia con todas sus fuerzas preces y acciones de
gracias y el pueblo responde “Amén”, tras de lo cual se distribuyen los
dones sobre los que han pronunciado la acción de gracias, comulgan
todos, y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes..Y nos
reunimos todos el día del Sol, primer porque es el primero de la semana y
luego porque es día en que Jesucristo resucitó de entre los muertos. Lo
crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno (sábado) y al
día siguiente del de Saturno, o sea el día del Sol, se dejó ver de sus
apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos expuesto a vuestra
consideración”
(San Justino, Apología en defensa de los cristianos, cap. 66-67, Patrología Griega 6, 430-432).


Siglo II Edad Antigua Apéndice

El sacramento del perdón a lo largo de los siglos

APÉNDICE: El sacramento del perdón a lo largo de los siglos

A
partir del inaudito poder de remitir los pecados, concedido por Nuestro
Señor Jesucristo a los apóstoles, este sacramento ha comenzado su
complejo camino por la historia de los hombres. Simplificando mucho,
podemos decir que se han sucedido tres diversas formas de celebración:
la penitencia pública en la antigüedad, la penitencia “tarifada” y la
penitencia “privada”. La transición de una a otra no ha sido ni
inmediata ni fácil. Porque cada nueva etapa fue fruto de una maduración
inspirada por el Espíritu del Señor y de una ardua búsqueda por
descubrir las riquezas, por corregir los abusos, por aumentar el valor
santificador del sacramento del perdón.


Nos
dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “A través de los cambios que
la disciplina y la celebración de este sacramento han experimentado a lo
largo de los siglos, se descubre una misma estructura fundamental.
Comprende dos elementos igualmente esenciales: por una parte, los actos
del hombre que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber,
la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción; y, por
otra parte, la acción de Dios por el ministerio de la Iglesia. Por medio
del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de Jesucristo
concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la
satisfacción, ora también por el pecador y hace penitencia con él. Así
el pecador es curado y restablecido en la comunidad eclesial” (Número
1448).


1.Penitencia pública

El
modo habitual en que se celebraba el sacramento de la penitencia
durante los primeros siglos de la Iglesia suponía una sucesión de varias
etapas, un verdadero camino penitencial que iba desde la confesión del
pecado hasta la reconciliación final. Tratemos de describir cada una de
esas etapas.


El primer paso era
el más reservado y el menos litúrgico. El cristiano que había pecado
gravemente se acercaba al obispo y le confesaba su pecado. El obispo lo
amonestaba severamente haciéndole tomar conciencia de la gravedad de su
falta, invitándolo a confiar en la misericordia del Señor y determinando
la duración de la penitencia que debía él realizar, de acuerdo a la
gravedad de su acción pecaminosa. No siempre la confesión era
espontánea. Muchas veces el obispo mismo iba al encuentro del miembro de
la comunidad que había pecado gravemente y lo exhortaba a la conversión
y a la penitencia. En algunas ocasiones, cuando el pecado era conocido
por todos y el pecador era impenitente, el obispo lo amonestaba
públicamente para lograr su salvación y para edificación de la
comunidad. Esta función espiritual era muy importante en todo ese
período. Tiene además un valor permanente, pues el ministro no actuaba
solamente al final del proceso penitencia (absolviendo), sino que era
quien ponía en marcha todo el proceso llamando a la conversión,
amonestando, exhortando. Es interesante recalcar que la confesión era
secreta. Más aún, la confesión pública se consideraba un abuso. A lo
sumo se daba sí una publicidad indirecta cuando el pecado era ya
públicamente conocido. Como ahora. Públicos eran los demás pasos del
proceso penitencial, es decir, a partir del ingreso en el grupo de
penitentes.


Esta entrada en el
grupo de los penitentes poseía carácter público y litúrgico. La Iglesia
tenía entonces dos comunidades sin plena competencia eucarística, es
decir, que no podían comulgar: la de los catecúmenos que se preparaban
para el bautismo y la de los penitentes que se preparaban para la
reconciliación sacramental. El pecador entraba a formar parte de estos
grupos en medio de una celebración comunitaria. Poco a poco se fueron
desarrollando ritos de entrada, como la imposición de las cenizas o la
expulsión simbólica del templo como signo de la ruptura que el pecado
había introducido en la comunidad.


Durante
el lapso que duraba la pertenencia al grupo, los penitentes estaban
sometidos a determinadas prescripciones litúrgicas. Las costumbres eran
ligeramente diversas según las distintas iglesias locales. Algo, sin
embargo, era común a todas: la prohibición de comulgar; así comprobamos
que el pecado ya ha introducido distancia entre el pecador y la
eucaristía. Y no podría recuperarse la plena comensalidad con Cristo,
sino hasta después de la reconciliación. El pecado es una autoexclusión
que solamente puede levantarse con la penitencia.


Estas
prácticas litúrgicas eran duras y penosas. Pero la cosa no terminaba
allí. El grupo debía “hacer penitencia”, no solamente en la asamblea,
sino también en la vida cotidiana. Los penitentes estaban sometidos a
ayunos y actos de humildad. Debían renunciar a fiestas y diversiones.
Debían renunciar a cargos honoríficos. Estaban obligados a la
abstinencia sexual. Muchas de estas prescripciones durísimas no cesaban
del todo ni siquiera con la reconciliación.


¿Qué
hace la comunidad cristiana durante el tiempo de penitencia? Colabora
con los pecadores en la reparación del pecado. Con su ejemplo y
especialmente con su oración. La remisión del pecado debía obtenerse de
Dios y para conseguirla no bastaba la acción del penitente. Era
necesaria la acción de la comunidad, la oración de la Iglesia. El
pecador no está en condiciones de expiar sus pecados por sí solo: “Por
eso pide la ayuda de todo el pueblo cristiano” (san Cesáreo de Arlés).
Por otra parte, la comunidad cristiana no puede permanecer indiferente:
“El cuerpo no puede gozar cuando uno de los miembros está enfermo; sufre
todo entero y debe trabajar todo entero en la curación” (Tertuliano).


Cumplida
la penitencia, llega el tiempo de la reconciliación, que es pública y
solemne. En la mañana del Jueves Santo se realizaba una celebración
comunitaria, presidida por el obispo en presencia de los fieles. Los
penitentes dejaban entonces sus lugares habituales y eran llevados a la
asamblea. Se postraban en tierra en señal de humildad y un diácono,
asumiendo la representación de toda la comunidad, era el encargado de
presentar los penitentes al obispo y pedir la gracia de la
reconciliación.


Después de esta
petición de la comunidad pronunciada por el diácono, el obispo exhortaba
a los penitentes a no recaer en el pecado. Luego ejercía su ministerio
de reconciliación.


Para concluir
esta descripción es preciso tener en cuenta que a la dureza de la acción
penitencias se añadía un elemento terrible: sólo se podía recibir el
sacramento una sola vez en la vida. No podía repetirse. Por eso, muchos
demoraban la penitencia hasta el momento de la muerte, para no malgastar
la última oportunidad y para evitar las severidades consecuentes.


¿Qué decir de esta primera forma de penitencia?

Esta
forma de penitencia pone ante nuestros ojos la seriedad del pecado y la
incongruencia que implicaba la recaída del cristiano. El pecado no es
una banalidad o una travesura. Si el pecado es cosa seria, también ha de
serlo la penitencia. Positivo fue también el tiempo de maduración que
suponía todo el proceso; todo esto ayudaba a madurar la propia
conversión y a fortalecer la decisión de recomenzar una vida nueva. Otra
cosa de alabar en esta penitencia: el aspecto comunitario. Era una
auténtica liturgia comunitaria en la que toda la Iglesia estaba afectada
y participaba. En esta penitencia el acento caía sobre la acción
penitencial que expresaba la contrición interior (la satisfacción) y
sobre la reconciliación. La confesión del pecado no ocupaba aún el
centro psicológico de la celebración, sino que constituía más bien un
requisito para poder determinar la duración de la penitencia.


También
esta forma de penitencia encerraba algunos aspectos que la Iglesia fue
mejorando con el tiempo: el rigor excesivo dejaba a la sombra la actitud
bondadosa de Jesús hacia los pecadores. La excesiva acentuación de la
satisfacción parecería que el perdón era conquista personal y no un
regalo gratuito de Dios. Además los demás fieles podían dejar anidar el
fariseísmo en su corazón: al fin y al cabo los pecadores serios eran los
otros, los que estaban allí, en ese grupo. “Nosotros, después de todo,
tan malos no somos...”.


2.La penitencia tarifada

Para
superar estos inconvenientes de la penitencia pública, Dios suscitó la
creatividad pastoral de los monjes británicos, por cuyo influjo aparece,
hacia fines del siglo VI, un nuevo modo de celebrar el sacramento de la
penitencia. Los elementos son los mismos. Pero el marco celebratorio
cambia sustancialmente. Y cambia también la disciplina penitencial.


Estas son las características de esta segunda forma de penitencia:

.El
ministro no es ya solamente el obispo, sino cualquier sacerdote
debidamente autorizado. El motivo es obvio: el aumento de los penitentes
hacía ya imposible al obispo presidir personalmente las liturgias
penitenciales.


·Desaparece la
publicidad de la penitencia, y no hay ingreso a ningún grupo, es decir
que no hay grupo especial de penitentes; no hay reconciliación en el
marco de una celebración comunitaria; todo el proceso es ahora reservado
y secreto, y sólo algunos parientes y amigos pueden identificar al
cristiano penitente por el modo de comportarse en su vida doméstica.


·Nadie queda excluido de los beneficios del sacramento, ni los jóvenes, ni los religiosos, ni los sacerdotes.

·Porque se ha abolido el principio de la unicidad, la penitencia es ahora repetibles y la repetición ya no es tan temible.

·Ya no existen consecuencias penitenciales que duren toda la vida.

No
se crea, sin embargo, que todas estas facilidades han convertido al
sacramento en una “ganga”, ya que todavía es rigurosa la expiación que
se exige.


Así quedaría este
segundo modo de confesarse: el pecador busca al sacerdote y confiesa sus
pecados; el sacerdote lo amonesta, le aconseja y le impone una
satisfacción de acuerdo con determinadas reglas. El pecador se retira y
cumple la satisfacción. Al final de su expiación retorna y recibe la
absolución de sus pecados.


La
satisfacción por lo tanto no queda al arbitrio del sacerdote, sino que
era determinada de acuerdo con libros específicos, los “libros
penitenciales”, que establecían una medida, una tasa, una tarifa por
cada pecado. De aquí el nombre de penitencia “tarifada” .


Así
se iban educando las conciencias, se iban encarnando los valores
evangélicos. El sacramento de la penitencia se iba transformando en una
escuela de vida.


¿Qué decir de esta segunda forma de penitencia?

Aunque
se mantiene todavía el sentido de la seriedad del pecado y la
laboriosidad de la penitencia, sin embargo, se va perdiendo en el camino
el sentido comunitario y eclesial.


Entre
los aspectos más positivos de esta penitencia tarifada hay que tener en
cuenta el sentido pastoral y educativo que el sacramento ha ido
consolidando; se da una mayor atención a la singularidad de cada
individuo en la determinación de las satisfacciones, hay un mayor
respeto por la intimidad de la persona al suprimir toda publicidad y
acentuar el carácter reservado de la celebración y el secreto de la
confesión: hay un verdadero aporte educativo en la formación de las
conciencias y en la transmisión de los valores.


Quizá
la evolución más notable consiste en haber hecho pasar el sacramento de
una óptica “penal” a una óptica “ascética”. Al hacerlo, se difunde en
la Iglesia la conciencia de la pecaminosidad personal, el sacramento se
convierte en una posibilidad de crecimiento para todos (jóvenes,
religiosos, sacerdotes, etc.) y se abre el camino a la llamada confesión
de devoción, es decir, a la acusación de los pecados veniales.


Entre
los aspectos que habría que mejorar en esta forma de penitencia
tarifada son éstos: además de lo dicho, sobre que se perdió el sentido
eclesial del proceso, habría que decir también que las tarifas podían
abrir el camino al formalismo y a una concepción demasiado “material” de
la penitencia y de la satisfacción; es decir, parecería una concepción
mercantil de la penitencia en la que se podrían esconder gravísimos
abusos.


3. La penitencia privada

También aquí el Espíritu Santo volvió a iluminar a la Iglesia para revisar un poco el modo de llevar el perdón de Dios.

Dado
que algunas penitencias tarifadas eran exorbitantes, entonces la
reflexión de la Iglesia encontró una manera de redimir las “tasas”
penitenciales. Y lo hace subrayando que no sólo el ayuno es una obra
penitencial, sino también la limosna y la oración. Se va creando de esta
manera un sutil sistema de compensaciones penitenciales: tanta oración
(recitación de los salmos, por ejemplo) equivale a tantos días de ayuno.
O bien, tanta limosna equivale a una penitencia de tal duración.

Pero,
¿qué pasa con quien no sabe leer los salmos o, en razón de su
debilidad, no puede ni ayunar ni velar, ni hacer genuflexiones, ni tener
los brazos en cruz, ni postrarse en tierra? “Que elija a alguno que
cumpla la penitencia en su lugar y que le pague por eso, pues está
escrito: Llevad las cargas los unos por los otros”
(Cánones del rey Edgar).


Pero,
como se puede uno imaginar, esto dio lugar a abusos. Esta solidaridad
sobrenatural completa, pero no reemplaza, la propia parte personal. Nada
más personal e inalienable que la conversión y la penitencia. Los
méritos de los demás vienen en apoyo, en ayuda; pero no son alienantes. Y
sobre todo, no pueden comprarse. He aquí el abuso: ha nacido una nueva
profesión, la de los penitentes “a sueldo”. Peor aún, la penitencia se
ha convertido, prácticamente, en una actividad para pobres. El rico
encuentra quien lo sustituya. De esta manera la tarifa penitencial
desemboca en un mercado de penitencias.


Menos
mal que no faltaron las intervenciones sensatas de la jerarquía. Pero
había que atacar la raíz de estos abusos. Y la raíz estaba en la tarifa
penitencial, en los libros penitenciales. Estos abusos suscitaron una
severa reacción eclesial: los obispos individualmente, y reunidos en
concilios, prohibieron el uso de las tarifas penitenciales y ordenaron
incluso la destrucción de los libros penitenciales.


Nace
así, prácticamente desde el siglo XI, esa forma de celebración del
sacramento de la penitencia que podríamos llamar “privada” y que es
aquella en la que hemos sido educados la mayoría de nosotros.


¿Cuáles son las características de este modo de celebrar la penitencia?

·La
supresión de cualquier tipo de tasa penitencial. Se aconseja que la
satisfacción consista en actos pertenecientes a la virtud que ha sido
conculcada por el pecador: actos de humildad a los soberbios, pureza y
mortificación a los impuros, justicia a los deshonestos, actos de
generosidad a los tacaños, etc...


·Ya
no hay etapas penitenciales, pues se concede la absolución en la misma
ceremonia de la confesión, sin haber cumplido la satisfacción. Por eso
el sacerdote que confiesa tiene que lograr todo ese clima de
arrepentimiento en el penitente, para que la confesión no se convierta
en algo formalista sin peso interior. El dolor de la confesión bien
hecha, la vergüenza, eran en sí mismos ya satisfactorios.


·La
confesión se convierte en el elemento fundamental, ya no tanto la
satisfacción. Por eso, se llamará el sacramento de la confesión.


¿Qué decir de esta tercera forma del sacramento de la penitencia?

Esta
forma ha posibilitado una profundización de la gracia concedida por el
sacramento en el camino de la santidad, y no tanto una conquista
personal debida a todo el esfuerzo de ascesis, penitencia o de oración
que hacía el penitente, como podrían parecer las formas anteriores. La
purificación propia de sí mismo y la búsqueda de la santidad, no se
sitúan solamente en el plano de la ascesis, sino en el orden
sacramental, son “pascualizados” gracias a la celebración frecuente del
sacramento, incluso para los pecados veniales.


También
se potencia el valor educativo del sacramento, gracias a la
sistematización de los principios de la vida moral llevada a cabo por
una buena teología de las virtudes y los pecados.


Esta
celebración, por otra parte, ha permitido una máxima atención de las
necesidades espirituales de cada persona y ha constituido en muchos
casos el punto de partida de una verdadera dirección espiritual, en la
que han descollado tantos santos confesores, y que ha eclosionado en
tantos frutos de santidad y de apostolado.


También
esta forma puede traer consigo algunas puntos a tener en cuenta: no
convertir el sacramento de la penitencia a un solo recuento de pecados,
sin olvidarse ninguno; pero sin valorar la sinceridad de la conversión;
llegar incluso a escrúpulos indecibles por haber olvidado algún pecado, y
no saborear la gracia y la alegría pascual que me trae el sacramento.


Hay
que lograr integrar en el sacramento de la penitencia todos los
elementos armónicamente: examen de conciencia, dolor profundo por los
pecados, confesar sinceramente todos los pecados, propósito de enmienda y
cumplir la satisfacción o penitencia. Pero todo en un clima de humildad
y penitencia, pero siempre en una celebración renovada, fecunda y
gozosa. Eso es lo que se ha propuesto el Concilio Vaticano II con
respecto a este sacramento.

Carta a Diogneto

Escritos de los Padres de la Iglesia

Se
trata de un breve tratado apologético dirigido a un tal Diogneto que,
al parecer, había preguntado acerca de algunas cosas que le llamaban la
atención sobre las creencias y modo de vida de los cristianos: "Cuál es
ese Dios en el que tanto confían; cuál es esa religión que les lleva a
todos ellos a desdeñar al mundo y a despreciar la muerte, sin que
admitan, por una parte, los dioses de los griegos, ni guarden, por otra,
las supersticiones de los judíos; cuál es ese amor que se tienen unos a
otros, y por qué esta nueva raza o modo de vida apareció ahora y no
antes» (Cap. 1).

El desconocido autor de este tratado, compuesto
seguramente a finales del siglo II, va respondiendo a estas cuestiones
en un tono más de exhortación espiritual y de instrucción que de
polémica o argumentación. Literariamente es, sin duda, la obra más bella
y mejor compuesta de la literatura apologética: sus formulaciones
acerca de la postura de los cristianos en el mundo o del sentido de la
salvación ofrecida por Cristo son de una justeza y una penetración
admirables.

Esta antigua obra es una exposición apologética de
la vida de los primeros cristianos, dirigida a cierto Diogneto—nombre
puramente honorífico, según la opinión más difundida—y redactada en
Atenas, en el siglo II. Investigaciones recientes invitan a
identificarla con la Apología de Cuadrato al emperador Adriano, que
durante siglos se creyó perdida. Desgraciadamente, el único manuscrito
que se conservaba de este antiguo texto fue destruido en el siglo
pasado, durante la guerra franco-prusiana, en el incendio de la
biblioteca de Estrasburgo. Todas las ediciones y traducciones se basan
en ese único manuscrito, ya desaparecido.

La parte central de
esta apología expone un aspecto fundamental de la vida de los primeros
cristianos: el deber de santificarse en medio del mundo, iluminando
todas las cosas con la luz de Cristo. Un mensaje siempre actual, que el
Señor ha recordado a los hombres en estos tiempos últimos con las
enseñanzas del Concilio Vaticano II.


I. Refutación del politeísmo

Una
vez que te hayas purificado de todos los prejuicios que dominan tu
mente y te hayas liberado de tus hábitos mentales que te engañan,
haciéndote como un hombre radicalmente nuevo puedes comenzar a ser
oyente de ésta que tú mismo confiesas ser una doctrina nueva. Mira, no
sólo con tus ojos, sino también con tu inteligencia cuál es la realidad y
aun la apariencia de ésos que vosotros creéis y decís ser dioses. Uno
es una piedra como las que pisamos; otro es un pedazo de bronce, no
mejor que el que se emplea en los cacharros de nuestro uso ordinario;
otro es de madera, que a lo mejor está ya podrida; otro es de plata, y
necesita de un guardia para que no lo roben; otro es de hierro y el orín
lo corrompe; otro es de arcilla, en nada mejor que la que se emplea
para los utensilios más viles. ¿No están todos ellos hechos de materia
corruptible?... ¿No fue el escultor el que los hizo, o el herrero, o el
platero o el alfarero?... No son todos ellos cosas sordas, ciegas,
inanimadas, insensibles, inmóviles? ¿No se pudren todas? ¿No se
destruyen todas? Esto es lo que vosotros llamáis dioses, y a ellos os
esclavizáis, a ellos adoráis, para acabar siendo como ellos. ¿Por eso
aborrecéis a los cristianos, porque no creen que eso sean dioses?... 1

II. Refutación del judaísmo

¿Por
qué los cristianos no practican la misma religión que los judíos? Los
judíos, en cuanto se abstienen de la idolatría y adoran a un solo Dios
de todas las cosas al que tienen por Dueño soberano, piensan rectamente.
Pero se equivocan al querer tributarle un culto semejante al culto
idolátrico del qué hemos hablado. Porque los griegos muestran ser
insensatos al presentar sus ofrendas a objetos insensibles y sordos;
pero éstos hacen lo mismo, como si Dios tuviera necesidad de ellas, lo
cual más parece propio de locura que de verdadero culto religioso.
Porque el que hizo «el cielo y la tierra y todo lo que en ellos se
contiene» (Sal 145, 6) y que nos dispensa todo lo que nosotros
necesitamos, no tiene necesidad absolutamente de nada, y es él quien
proporciona las cosas a los que se imaginan dárselas... No es necesario
que yo te haya de informar acerca de sus escrúpulos con respecto a los
alimentos, su superstición en lo referente al sábado, su gloriarse en la
circuncisión y su simulación en materia de ayunos y novilunios: todo
eso son cosas ridículas e indignas de consideración. ¿Cómo no hemos de
tener por impío el que de las cosas que Dios ha creado para los hombres
se tomen algunas como bien creadas, mientras que se rechazan otras como
inútiles y superfluas? ¿Cómo no es cosa irreligiosa calumniar a Dios,
atribuyéndole que él nos prohíbe que hagamos cosa buena alguna en
sábado? ¿No es digno de irrisión el gloriarse en la mutilación de la
carne como signo de elección, como si con esto ya hubieran de ser
particularmente amados de Dios?... Con esto pienso que habrás visto
suficientemente cuánta razón tienen los cristianos para apartarse de la
general inanidad y error y de las muchas observaciones y el orgullo de
los judíos 2.

III. Los cristianos en el mundo

En
cuanto al misterio de la religión propia de los cristianos, no esperes
que lo podrás comprender de hombre alguno. Los cristianos no se
distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni
por sus costumbres. En efecto, en lugar alguno establecen ciudades
exclusivas suyas, ni usan lengua alguna extraña, ni viven un género de
vida singular. La doctrina que les es propia no ha sido hallada gracias a
la inteligencia y especulación de hombres curiosos, ni hacen profesión,
como algunos hacen, de seguir una determinada opinión humana, sino que
habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo
en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al
vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran
viviendo un tenor de vida admirable y, por confesión de todos,
extraordinario. Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros;
participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como
extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es
extraña.

Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan
a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero
no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es
la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia
vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los
desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con
ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos (/2Co/06/10).
Les falta todo, pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en
la misma deshonra. Son calumniados, y en ello son justificados. «Se los
insulta, y ellos bendicen» (1 Cor 4, 22). Se los injuria, y ellos dan
honor. Hacen el bien, y son castigados como malvados. Ante la pena de
muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos les declaran
guerra como a extranjeros y los griegos les persiguen, pero los mismos
que les odian no pueden decir los motivos de su odio.

Para
decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los
cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros
del cuerpo, y los cristianos lo están por todas las ciudades del mundo.
El alma habita ciertamente en el cuerpo, pero no es del cuerpo, y los
cristianos habitan también en el mundo, pero no son del mundo. El alma
invisible está en la prisión del cuerpo visible, y los cristianos son
conocidos como hombres que viven en el mundo, pero su religión permanece
invisible. La carne aborrece y hace la guerra al alma, aun cuando
ningún mal ha recibido de ella, sólo porque le impide entregarse a los
placeres; y el mundo aborrece a los cristianos sin haber recibido mal
alguno de ellos, sólo porque renuncian a los placeres. El alma ama a la
carne y a los miembros que la odian, y los cristianos aman también a los
que les odian. El alma está aprisionada en el cuerpo, pero es la que
mantiene la cohesión del cuerpo; y los cristianos están detenidos en el
mundo como en un prisión, pero son los que mantienen la cohesión del
mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal, y los cristianos
tienen su alojamiento en lo corruptible mientras esperan la inmortalidad
en los cielos. El alma se mejora con los malos tratos en comidas y
bebidas, y los cristianos, castigados de muerte todos los días, no hacen
sino aumentar: tal es la responsabilidad que Dios les ha señalado, de
la que no sería licito para ellos desertar.

Porque, lo que ellos
tienen por tradición no es invención humana: si se tratara de una teoría
de mortales, no valdría la pena una observancia tan exacta. No es la
administración de misterios humanos lo que se les ha confiado. Por el
contrario, el que es verdaderamente omnipotente, creador de todas las
cosas y Dios invisible, él mismo hizo venir de los cielos su Verdad y su
Palabra santa e incomprensible, haciéndola morar entre los hombres y
estableciéndola sólidamente en sus corazones. No envió a los hombres,
como tal vez alguno pudiera imaginar, a un servidor suyo, algún ángel o
potestad de las que administran las cosas terrenas o alguno de los que
tienen encomendada la administración de los cielos, sino al mismo
artífice y creador del universo, el que hizo los cielos, aquel por quien
encerró el mar en sus propios limites, aquel cuyo misterio guardan
fielmente todos los elementos, de quien el sol recibió la medida que ha
de guardar en su diaria carrera, a quien obedece la luna cuando le manda
brillar en la noche, a quien obedecen las estrellas que son el séquito
de la luna en su carrera; aquel por quien todo fue ordenado, delimitado y
sometido: los cielos y lo que en ellos se contiene, la tierra y cuanto
en la tierra existe, el mar y lo que en el mar se encierra, el fuego. el
aire, el abismo, lo que está en lo alto, lo que está en lo profundo y
lo que está en medio. A éste envió Dios a los hombres. Ahora bien, ¿lo
envió, como alguno de los hombres podría pensar, para ejercer una
tiranía y para infundir terror y espanto? Ciertamente no, sino que lo
envió con bondad y mansedumbre, como un rey que envía a su hijo rey,
como hombre lo envió a los hombres, como salvador, para persuadir, no
para violentar, ya que no se da en Dios la violencia. Lo envió para
invitar, no para perseguir; para amar, no para juzgar. Ya llegará el día
en que lo envíe para juzgar, y entonces ¿quién será capaz de soportar
su presencia?... 3.

IV. El designio salvador de Dios

65
Dios, Señor y Creador del universo, que hizo todas las cosas y las
distinguió según su orden, no sólo se mostró amador de los hombres, sino
también magnánimo con ellos. En realidad siempre fue tal, y lo sigue
siendo, y lo será: benévolo, bueno, sin ira y veraz: sólo él es bueno. Y
habiendo concebido un designio grande e inefable, lo comunicó sólo con
su Hijo. Pues bien, mientras su voluntad llena de sabiduría se mantenía
en secreto y se guardaba, parecía que no se cuidaba ni se preocupaba de
nosotros. Pero después que lo reveló por medio de su Hijo amado y
manifestó lo que tenía preparado desde el principio, nos lo dio todo de
una vez, a saber, no sólo tener parte en sus beneficios, sino ver y
comprender lo que ninguno de nosotros hubiera jamás esperado.

Así
pues, teniéndolo todo preparado en sí mismo y con su Hijo, hasta el
tiempo próximo pasado nos permitió que nos dejáramos llevar a nuestro
antojo por nuestros desordenados impulsos, arrastrados por los placeres y
concupiscencias. No es que tuviera en manera alguna complacencia en
nuestros pecados, pero los toleraba. Ni tampoco aprobaba entonces aquel
tiempo de iniquidad, sino que iba preparando el tiempo actual de
justicia, para que, habiendo quedado en aquel tiempo convictos par
nuestras propias obras de que éramos indignos de la vida, ahora fuéramos
hechos dignos de ella por la bondad de Dios; y habiendo quedado bien
patente que nosotros por nosotros mismos no podíamos entrar en el reino
de Dios, se nos conceda ahora la capacidad de entrar por el poder del
mismo Dios. Cuando nuestra iniquidad llegó a su colmo y se puso
plenamente de manifiesto que la paga que podíamos esperar era el castigo
y la muerte, llegó aquel momento que Dios había dispuesto de antemano a
partir del cual tenía que mostrarse su bondad y su poder. ¡Oh
maravillosa benignidad y amor de Dios para con los hombres! No nos
aborreció, no nos arrojó de sí, no nos guardó rencor, sino que se mostró
magnánimo, nos soportó, y compadecido de nosotros cargó sobre sí
nuestros pecados. ÉI mismo «entregó a su propio Hijo» (Rm 8, 32) como
rescate por nosotros: al santo por los pecadores, al inocente por los
malvados, «al justo por los injustos» (1 Pe 3, 18), al incorruptible por
los corruptibles, al inmortal por los mortales. Porque, ¿qué otra cosa
podía cubrir nuestros pecados, fuera de su justicia? ¿En quién podíamos
nosotros, malvados e impíos, ser justificados, sino sólo en el Hijo de
Dios? ¡Oh dulce trueque! ¡Oh obra insondable! ¡Oh beneficios
inesperados! La iniquidad de muchos quedó sepultada en un solo justo, y
la justicia de uno bastó para justificar a muchos malvados.

De
esta suerte, habiéndonos convencido Dios en el tiempo pasado de que por
nuestra propia naturaleza no éramos capaces de alcanzar la vida, y
habiendo mostrado ahora al salvador que es capaz de salvar lo imposible,
quiso que a partir de estas dos cosas creyéramos en su bondad y le
tuviéramos como sustentador nuestro, padre, maestro, consejero, médico,
inteligencia, luz, honor, gloria, fuerza, vida, sin que anduviéramos
preocupados de nuestro vestido o comida.

Si deseas llegar a
alcanzar también tú esta fe, procura primero alcanzar el conocimiento
del Padre. Porque Dios amó a los hambres, por los cuales hizo el mundo, a
quienes sometió todas las cosas de la tierra, a quienes dio la razón y
la inteligencia, los únicos a quienes concedió mirar hacia arriba para
que pudieran verle, a quienes modeló a su propia imagen, a quienes envió
a su Hijo unigénito (1 Jn 4, 9), a quienes prometió el reino de los
cielos, que dará a los que le hubieren amado. No tienes idea de la
alegría que te llenará cuando llegues a alcanzar este conocimiento, o
del amor que puedes llegar a sentir para con aquel que primero te amó
hasta tal extremo. Y cuando llegues a amarle, te convertirás en imitador
de su bondad. No te maravilles de que el hombre pueda llegar a ser
imitador de Dios: lo puede, si lo quiere Dios. Porque la felicidad no
está en dominar tiránicamente al prójimo, ni en querer estar siempre por
encima de los más débiles, ni en la riqueza, ni en la violencia para
con los más necesitados: en esto no puede nadie imitar a Dios, porque
todo esto es ajeno de su grandeza. Más bien el que toma sobre sí la
carga de su prójimo, el que en aquello en que es superior está dispuesto
a hacer el bien a su inferior, el que suministra a los necesitados lo
que él mismo recibió de Dios, éste se convierte en Dios de los que
reciben de su mano, éste es imitador de Dios.

Entonces, aunque
morando en la tierra, podrás contemplar cómo Dios es el Señor de los
cielos; entonces empezarás a hablar los misterios de Dios; entonces
amarás y admirarás a los que reciben castigo de muerte por no querer
negar a Dios; entonces condenarás el engaño y el extravío del mundo,
cuando conocerás la verdadera vida del cielo, cuando llegarás a
despreciar la que aquí se tiene por muerte, cuando temerás la muerte
verdadera, que está reservada para los condenados al fuego eterno que ha
de castigar hasta el fin a los que a él sean arrojados. Entonces,
cuando hayas llegado a tener conocimiento de aquel fuego, admirarás a
los que por causa de la justicia soportan este fuego temporal, y los
tendrás por bienaventurados 4.
........................
1. Carta a Diogneto, cap. 2,
2, Ibid., cap. 3-4.
3. Ibid., cap. 5-7.
4. Ibid., cap. 8-10.

+++

La
búsqueda apologética no es otra cosa que la búsqueda de la Verdad:
sobre Dios, sobre el Hombre, sobre la Historia. No, por tanto, un oficio
más entre muchos, sino el primer trabajo que se le pide al creyente. No
al de hoy, al de siempre: la primera entre todas las obras de caridad
es proclamar la Verdad.

+++

HISTORIA ECLESIÁSTICA -
Eusebio de Cesarea

Libro 3
Lugares en los que los apóstoles predicaron a Cristo
I
1. Así, pues, se hallaban los judíos cuando los santos apóstoles de
nuestro Salvador y los discípulos fueron esparcidos por toda la tierra.
Tomás, según sostiene la tradición, recibió Partia; Andrés, Escitia, y
Juan, Asia, y allí vivió hasta morir en Éfeso.
2.
Pedro parece que predicó en el Ponto, en Galacia, en Bitinia, en
Capadocia y en Asia a los judíos en la dispersión y, finalmente, cuando
llegó a Roma, fue crucificado invertido, como él mismo había creído
conveniente padecer.
3.
¿Qué diremos de Pablo, el cual, partiendo de Jerusalén y hasta el
Ilírico, llevó a término el evangelio de Cristo y al final fue
martirizado en Roma durante el reinado de Nerón? Estos detalles los
cuenta Orígenes literalmente en el tomo III de sus Comentarios al
Génesis.
Quién fue el primero en dirigir la iglesia de Roma
II
1.Lino fue el primero en ser elegido para el episcopado de la iglesia
de Roma después del martirio de Pablo y de Pedro. Esto lo recuerda Pablo
al escribir a Timoteo desde Roma, en la salutación al final de la
espístola.
Acerca de las epístolas de los apóstoles
III
1. Sólo se reconoce una Epístola de Pedro. Ésta la usaban los antiguos
ancianos como irrefutable en sus propias obras, pero la que llaman
Segunda Epístola no ha sido aceptada como testamentaria. No obstante, ya
que muchos la han considerado útil, ha sido respetada junto con las
otras Escrituras.
2.
Referente a los Hechos que llevan su nombre, al Evangelio llamado con
su nombre, a la predicación que dice ser suya y al escrito que llaman
Apocalipsis, nos consta que no aparece en absoluto en los escritos
apostólicos, porque ningún escritor eclesiástico, antiguo o
contemporáneo, se ha servido jamás de testimonios procedentes de ellos.
3.
Más adelante en esta historia haré a propósito que, con las sucesiones,
se muestren también los escritos eclesiásticos que en cada época
utilizaron los libros que se han discutido, cuáles usaron y qué dicen
con relación a los libros testamentarios admitidos y acerca de los que
no lo son.
4.
No obstante, las obras que se llaman de Pedro, de las que sólo una
epístola se conoce como auténtica y admitida entre los antiguos
ancianos, son las ya mencionadas.
5.
Pero las catorce Epístolas son claras y evidentemente de Pablo, aunque
no sería justo olvidar que algunos no han aceptado la Epístola a los
Hebreos arguyendo que la iglesia de Roma niega que sea de Pablo. En el
momento conveniente explicaré lo que comentaron acerca de esta epístola
los autores anteriores a nosotros. De ningún modo he recibido entre los
discutidos a los Hechos que dicen ser de él.
6.
Ya que el mismo apóstol, en su salutación final de la Epístola a los
Romanos, hace mención, junto con otros, de Hermas (de quien, según
dicen, es el libro del Pastor),es preciso ser consciente de que mientras
unos lo rechazan y por su causa no lo incluye entre los aceptados,
otros lo han considerado en extremo necesario, muy especialmente para
aquellos que necesitan una introducción inicial. Por ello, nos consta
que se ha utilizado públicamente en las iglesias y entendemos que ya lo
usaron los más antiguos escritores.
7. Todo esto sea suficiente a modo de exposición de las Escrituras de Dios indiscutidas de las que no todos aceptan.
Acerca de la primera sucesión apostólica
IV
1. Ciertamente, que Pablo predicó a los gentiles y estableció los
fundamentos de las iglesias, desde Jerusalén avanzando hasta el Ilírico,
es evidente por sus propias palabras y por lo que relata Lucas en los
Hechos.
2.
De lo que dice Pedro en su Epístola (la que ya mencionamos y que es
aceptada) que escribe a los hebreos de la dispersión en el Ponto, en
Galacia, en Capadocia, en Asia y en Bitinia, se aprecia con plena
certidumbre en qué regiones predicó él mismo a Cristo y dio a conocer la
Palabra del Nuevo Testamento a los de la circuncisión.
3.
Pero no es fácil dar el número y el nombre de los convertidos en
hombres esforzados y sinceros que fueron estimados como capacitados para
apacentar las iglesias que fundaron los apóstoles, si no es por lo que
se recoge de las palabras de Pablo.
4.
De hecho hubo muchísimos colaboradores suyos y, como él mismo los
llama, compañeros de milicia. A los más de ellos los tiene por dignos de
recuerdos indestructibles, incluyendo extensamente su testimonio en su
propia Epístola; y, además, también Lucas en los Hechos enumera los
discípulos de Pablo, indicando su nombre.
5.
Así pues, explica que Timoteo fue el primer escogido para el episcopado
de la religión en Éfeso, y que Tito lo fue en las iglesias de Creta.
6.
Lucas, procedente de una familia de Antioquía, y siendo médico,
acompañó a Pablo la mayor parte del tiempo. No obstante, su contacto con
los restantes apóstoles no fue accidental; de ellos asimiló la
terapéutica de las almas, de la que nos ha transmitido algunas muestras
en los libros divinamente inspirados: en el Evangelio, del cual da
testimonio que lo compuso de acuerdo con lo que le entregaron los que
desde el principio presenciaron los hechos y se convirtieron en
servidores de la Palabra, y a todos ellos dice que siguió atentamente
desde el primer momento; y en los Hechos de los Apóstoles, que redactó,
ya no siguiendo de oídas, sino con los detalles que recogió con sus
propios ojos.
7.
Además, se dice que habitualmente Pablo mencionaba este Evangelio como
si fuera suyo propio cada vez que escribía: «conforme a mi Evangelio».
8.
De los demás seguidores de Pablo, hay testimonios de que Crescente fue
enviado por él a las Galias, y Lino, el que menciona que está con él en
Roma en la Segunda Epístola a Timoteo, vimos claramente que fue el
primero en recibir el episcopado de la iglesia en Roma después de Pedro.
9.
Pero Pablo también da testimonio de que Clemente (el cual, a su vez,
fue establecido tercer obispo de la iglesia de Roma) fue su colaborador y
compañero de combate.
10.
A todo esto cabe añadir aquel areopagita llamado Dionisio, del cual
Lucas escribió en los Hechos, que fue el primer creyente después del
discurso de Pablo a los atenienses en el Areópago. Además, otro antiguo
Dionisio, pastor de la región de Corinto, dice que este areopagita fue
el primer obispo de Atenas.
11.
Ahora bien, ya iremos mencionando a su tiempo todo lo concerniente a la
sucesión de los apóstoles según avancemos en el camino. Ahora sigamos
el curso de la narración.

+++



Historia de la Iglesia Siglo III Edad Antigua

Las herejías ayudan a la Iglesia a profundizar su doctrina

INTRODUCCIÓN

Ser
cristiano es acoger la Buena Nueva de Jesús y cambiar de vida dejándose
transformar por ella. La palabra puede ser anunciada por todas partes.
El bautismo puede celebrarse a orillas de un río..., pero el cristiano
no es un individuo aislado. Pertenece a una comunidad, al nuevo Pueblo
de Dios, a la Iglesia. La palabra iglesia, en griego ekklesia,
significa “reunión o convocación”. “Creo en la comunión de los santos”,
dice el Credo apostólico, es decir, en la unión espiritual entre los
bautizados.


Signo sensible y
causa de esta unidad fue siempre la eucaristía. El pecador o el que
rompía la unidad era excluido de la eucaristía y, por consiguiente, de
la comunión; incurría en la pena de la ex-comunión. La comunión
afianzaba a las comunidades, les daba cohesión espiritual y apoyo mutuo;
por la comunión se sentían unidos a los apóstoles, a los mártires y
hermanos desconocidos. Incluso cuando debían viajar, llevaban “carta de
comunión” –salvoconducto- todos los cristianos, incluso obispos y
presbíteros. Esta carta de comunión se llamaba también carta de
hospitalidad y abría las puertas en todo el imperio; el portador era
recibido en la comunidad, en la eucaristía y gozaba de alojamiento sin
cargo alguno. Estaban estas cartas respaldadas por listas completas que
los obispos remitían a todas las comunidades, donde constaba el nombre
de los que estaban “en comunión” o en “excomunión”. El Papa Ceferino en
este siglo III revocó las cartas de comunión a algunos herejes.


Centro geográfico de la comunión era Roma. El obispo africano Optato (siglo IV) dice:
“La primera sede episcopal en Roma fue conferida a Pedro. Sobre esta
sede descansa la unidad de todos, gracias al sistema de las cartas de
paz, en una única sociedad de comunión”.
Y san Ambrosio, más tarde: “De la Iglesia romana fluyen hacia todas las demás los derechos de la venerable comunión”.
Era, pues, el Papa el centro de la comunión donde se respaldaban los
obispos, no a la inversa. Cuando el Papa hubo de dictar excomunión a más
de cien obispos de África y Asia Menor, no tembló la sede de Roma.
Vivió la Iglesia apostólica en verdadera comunión, como consta en los
escritos de los apóstoles, especialmente en san Pablo y san Juan, y en
algunos epitafios .


Es verdad
que Jesús no fue componiendo punto por punto los estatutos de este
primer grupo, ni tampoco lo hicieron los apóstoles. Pero un grupo que
quiere vivir y durar se va dando poco a poco la organización necesaria
en función de la misión encomendada. Así hicieron los primeros
cristianos, sobre todo, quienes tenían la autoridad, bajo la guía del
Espíritu Santo. Cristo puso la primera semilla del gobierno de su
Iglesia: puso la cabeza o roca, puso las primeras columnas, puso la ley
de la caridad y la afirmación bien clara: “Quien a vosotros escuche, a
Mí me escucha; quien a vosotros desprecia, a Mí me desprecia” (Lc 10,
16). El resto, es competencia del Espíritu Santo que guía a la Iglesia a
su plenitud y perfección.




Historia de la Iglesia. Sucesos en el Siglo III Edad Antigua

Vuelta a las herejías. Los pueblos bárbaros se acercaban cada vez más a las fronteras romanas y se hicieron sentir.

SUCESOS

El gigante del Imperio comienza a tambalearse

Roma
sufría de una profunda crisis, una gran inestabilidad. Los militares se
habían adueñado del poder. Las crisis económicas y las convulsiones
sociales eran endémicas. Los pueblos bárbaros se acercaban cada vez más a
las fronteras romanas y se hicieron sentir; hasta tal punto que obligó a
Roma a rectificar el “limes”, abandonando ciertos territorios muy
avanzados. Ya los vándalos habían llegado desde el siglo primero. Los
godos y alamanos arribaron a principios del siglo III, junto con los
francos (240) y los burgundios (277). Estas naciones bárbaras seguían en
su mayoría sin evangelizar, sumidas en el paganismo ancestral.


Vuelta a las herejías

Aunque
el imperio experimentaba su crisis, sin embargo, los cristianos seguían
profundizando en su fe. De hecho, algunos cristianos empezaron a
estudiar el misterio de la Trinidad, en su intento de seguir ahondando
en el conocimiento de la Persona de Jesucristo. Pero desgraciadamente
algunos cristianos se apartaron de la unidad de la fe y se dieron
algunas herejías o errores en materia doctrinal. Entre estas herejías se
encontraban:


a)El adopcionismo,
que afirmaba que Jesús era Hijo adoptivo de Dios, pero no Dios
verdadero. Decía así: “El Verbo de Dios, que habitaba en el hombre Jesús
no era una persona sino un atributo de Dios”. Pablo de Samosata fue el
principal defensor de esta tesis.


b)Politeísmo: No faltó quien sostuviera que el Padre y el Hijo eran tan diferentes, que en realidad eran dos dioses distintos.

c)El modalismo
de Sabelio negó la Trinidad. Afirmaba que al Padre se le llamaba Hijo
en cuanto se había encarnado, y que el Espíritu Santo no es más que una
modalidad de Dios.


d)El monarquianismo:
propone la existencia de un solo principio y de un único gobierno y no
acepta las tres personas en Dios. Reduce al Hijo y al Espíritu Santo a
fuerzas divinas o a modos en que Dios se presenta a los hombres en la
historia.


e)El patripasianismo, que decía que el Padre se encarnó y padeció.

f)El maniqueísmo:
insistía, como los gnósticos, en la existencia de dos principios
supremos, ambos creadores: la luz y las tinieblas. La luz había creado
el alma y todos los seres buenos. Las tinieblas crearon, por su parte,
el cuerpo y las cosas materiales que, por tanto, eran consideradas
malas.


g)Celso fue hostil a los libros inspirados, a Cristo y a la Iglesia.

La furia de las persecuciones

Dios
iba haciendo su obra, es verdad; pero también el enemigo hacía la suya,
sirviéndose de la fuerza, tiranía y la prepotencia de los emperadores
que se dieron con sorda lucha a la destrucción del Cristianismo. Por
eso, en este siglo siguieron las persecuciones:


h)Septimio Severo
(193-211): prohibió el proselitismo cristiano bajo pena de graves
castigos; y prohibió también el catecumenado, es decir, la preparación
de los adultos paganos que querían recibir el bautismo. Durante esta
persecución murieron mártires santas Perpetua y Felicidad, bautizadas en
la cárcel (202).


i)Decio
(249-251): obligó a todos los ciudadanos a sacrificar a los dioses del
imperio y pidió un certificado de haberlo hecho. Algunos cristianos
desertaron y sacrificaron a los dioses. A éstos se les llamó “lapsi”
(los caídos).


j)Valeriano
(253-260): pretendió dar un golpe fatal a la Iglesia, orientando el
ataque hacia los puntos neurálgicos de la estructura cristiana. Por eso,
tomó medidas contra el clero, prohibiendo el culto y las reuniones en
los cementerios o catacumbas. Quienes no sacrificaban a los dioses,
debían morir. Murieron Cipriano de Cartago, Sixto, Papa y obispo de Roma
y su diácono Lorenzo.


k)Diocleciano
(285): la última y la más terrible de las persecuciones fue la de
Diocleciano, aunque su esposa y su hija eran cristianas. Prohibió las
reuniones de los cristianos. Mandó destruir los libros sagrados, los
lugares de culto; pérdida de derechos jurídicos de los cristianos,
condena a las minas o a la muerte. Mandó a prisión al clero, con el fin
de privar a los fieles de sus pastores. Infligió suplicios terribles:
hachazos en Arabia; fuego lento en Antioquía; cortar pies en Capadocia;
colgar la cabeza en un brasero ardiendo en Mesopotamia; meter trocitos
de caña entre carne y uña; quemar las entrañas con plomo derretido en el
Ponto; echar los cadáveres a los perros en Cesarea, decapitar y
crucificar a muchos. En este tiempo el número de los cristianos
alcanzaba ya el 50 por ciento de la población.


Historia de la Iglesia. Respuesta de la Iglesia Siglo III Edad Antigua

La
Iglesia vivía en un ambiente hostil a causa de las persecuciones, pero
daba razón de su fe y de su esperanza en aquel ambiente pagano y
viciado. La evangelización iba progresando.

II. RESPUESTA DE LA IGLESIA

Más se expandía la semilla evangélica...
”Sangre de mártires es semilla de cristianos”

Aunque
la Iglesia en ese tiempo vivía en un ambiente hostil a causa de las
persecuciones, sin embargo, daban razón de su fe y de su esperanza en
aquel ambiente pagano y viciado de los últimos y decadentes decenios del
Imperio Romano. La evangelización iba progresando: Italia central, sur
de España, África, Italia del norte, Galia, Edesa (hoy, Irak), Persia y
Mesopotamia, Armenia, etc.


Es
curioso este dato: cuanto más era perseguida la Iglesia y más se oía el
edicto del emperador que prohibía el culto de los cristianos, más se
expandía la verdad del evangelio y más se consolidaba la fe de los
cristianos. Dios siempre saca un bien del mal, o como decía san Agustín:
“Dios, siendo el sumo bien, no permitiría el mal, si no fuera a sacar
del mal un bien”. Tertuliano decía que la sangre de los mártires es
semilla de nuevos cristianos.


Las
persecuciones pretendían dejar acéfala a la Iglesia, por la supresión
de la clase dirigente cristiana. Y, ¿qué lograban? Todo lo contrario:
los cristianos se unían mucho más junto a sus pastores, sus sacerdotes,
formando un solo corazón y una sola alma. Y aunque grandes funcionarios
públicos cristianos perdían sus cargos, por la coherencia de su vida,
sin embargo, entre todos los demás cristianos les ayudaban
caritativamente. Casi todos prefirieron la muerte por Cristo antes que
claudicar y renegar de su fe.


Mártires
de este siglo, en tiempo de la persecución de Valeriano son: el Papa
Sixto II y el diácono Lorenzo, en Roma; en África, el gran obispo de
Cartago san Cipriano; en España, el obispo san Frutuoso de Tarragona,
con sus diáconos, y así un sinfín de cristianos en todas las regiones
del Imperio. Esta persecución terminó con la muerte de Valeriano en 259.
Su hijo y sucesor Galieno suspendió inmediatamente todas las medidas
contra los cristianos y mandó devolverles las iglesias y lugares de
culto que se les habían expropiado. Con ello se abrió un nuevo período
de tolerancia que duró más de cuarenta años y fue muy beneficioso para
la ulterior expansión del cristianismo.


La
última de las persecuciones, la de Diocleciano, aunque fue la más
terrible de todas, sin embargo, en su balance final, la persecución
constituyó un rotundo fracaso, en cuanto a los que renegaron de su fe.
Hubo un cierto número de “lapsi” –se les llamó “traditores” a los que
entregaron, para su destrucción, los libros sagrados-, pero en mucho
menor proporción que en la persecución de Decio. Fueron, en cambio, muy
numerosos los mártires y confesores. Entre aquellos se cuentan nombres
famosos como los de santa Inés, los santos médicos Cosme y Damián, san
Sebastián. En España fue donde hubo el mayor número de mártires: el
diácono Vicente y los dieciocho mártires de Zaragoza, y santa Eulalia de
Mérida. La Iglesia salió fortalecida de la persecución, aunque ésta se
prolongase en la parte oriental del Imperio durante varios años más,
después de la abdicación de Diocleciano y Maximiano. Era la última
prueba de la Iglesia, en su lucha heroica sostenida durante siglos con
la Roma pagana, y a las puertas estaba ya la definitiva libertad del
cristianismo.


Catecumenado

En
medio de las invasiones de los bárbaros, la Iglesia, gobernada desde
Roma por el Vicario de Cristo, el Papa, guardaba la unidad de fe,
extendida en el mundo conocido: norte de África, Siria, Alejandrina, en
donde existían iglesias locales. Es más, la Iglesia seguían
administrando los sacramentos, como la fuerza para resistir a todas las
luchas. Es en los sacramentos donde debemos encontrar el vigor y la
fortaleza para hacer frente a todas las pruebas de los enemigos y de la
vida.


¿Cómo era la iniciación
cristiana? Gracias a san Hipólito, conocemos la importancia que se daba a
la iniciación cristiana del bautismo , confirmación y la primera
comunión. Esta preparación o catecumenado podía durar en este siglo III
hasta tres años. El candidato al bautismo tenía que ser presentado por
los cristianos, que se ofrecían como garantía de la sinceridad de su
actitud (hoy los llamaríamos padrinos y madrinas). Ese candidato tenía
que renunciar a ciertos oficios ligados a la idolatría o a
comportamientos inmorales. La preparación supone una enseñanza dogmática
y moral que recibe el nombre de “catequesis” (acción de hacer resonar
la doctrina de Cristo y los apóstoles) y que hace descubrir el contenido
de la fe a los que han sido despertados por la proclamación (kerigma)
del evangelio. Esta catequesis era dada por un clérigo o laico, e iba
seguida de una oración común acompañada de una imposición de manos por
parte del catequista. Al final del catecumenado, se examina la conducta
de los candidatos. ¿Qué pasos hacían?


a)El
viernes anterior al bautismo, los catecúmenos y parte de la comunidad
practicaban el ayuno. El sábado, en una última reunión preparatoria, el
obispo imponía las manos a los candidatos, pronunciaba los exorcismos,
les soplaba en el rostro, les hacía la señal de la cruz en la frente,
los oídos y la nariz. Los catecúmenos pasaban en vela toda la noche del
sábado al domingo escuchando lecturas e instrucciones. Al final de la
noche, venían los ritos bautismales definitivos. La última imposición de
manos y la última unción del obispo después de vestirse de nuevo los
bautizados dieron origen a la confirmación. Más tarde, con la libertad
que algunos emperadores fueron dando a los cristianos, tendrán éstos
entrada libre en la vida pública y cargos administrativos, en una
sociedad impregnada de paganismo. Muerto el cristianismo de los
mártires, el cristianismo se vuelve un poco aburguesado. Y en ese
ambiente, algunos lo retrasaron para disfrutar un poco de la vida y sólo
se bautizaban en el lecho de muerte, dado que el bautismo borra todo
pecado. A ese bautismo se llamó clínico . Penetró este mal en todos los
sectores. Siendo san Agustín niño, pidió el bautismo y su madre santa
Mónica se lo retrasó; lo mismo san Basilio y san Juan Crisóstomo. San
Ambrosio, elegido ya obispo de Milán, aún no estaba bautizado. Con el
correr de los años, necesitó la Iglesia bautizar a pequeños hijos de
cristianos: se favoreció así la práctica de bautizar a los niños y se
eliminó el abuso de los bautismos clínicos.


b)
Inmediatamente después, los recién bautizados participaban de la
eucaristía con que se cerraba la iniciación cristiana. La Eucaristía
venía celebrada cada domingo, por ser el día de la resurrección del
Señor, como ya hablamos en el capítulo anterior.


Institución de los ministerios

En
el siglo III las diversas iglesias locales alcanzaron una sólida
estructura. En cada una de ellas había un obispo, al que auxiliaban los
presbíteros y los diáconos. También se instituyeron otros ministerios
con el de acólito, exorcista, etc.


Un
ejemplo lo encontramos en la iglesia de Roma. Hacia el 250, el obispo
de Roma presenta a su iglesia: “Hay 46 sacerdotes, 7 diáconos, 7
subdiáconos, 42 acólitos, 52 exorcistas, lectores y porteros
(ostiarios), más de 1.500 viudas y pobres a los que alimentan la gracia y
el amor del Señor” (Eusebio, Historia eclesiástica, VI, 43, 11).


Al
principio, sólo el obispo preside la eucaristía, predica, bautiza,
reconcilia a los penitentes. Los sacerdotes no hacen más que asistir al
obispo. Cuando aumenta el número de cristianos, las sedes episcopales se
multiplican en ciertas regiones como África. Pero en las grandes
ciudades como Roma y Alejandría se crean varios lugares de culto que
atienden algunos sacerdotes, que de este modo adquieren una
responsabilidad especial.


¿Diaconisas?
No recibían ningún sacramento, como los obispos, los sacerdotes y los
diáconos . Ayudaban sobre todo en el bautismo de las mujeres, pues se
hacía por inmersión. Las diaconisas llevaban a la piscina a las mujeres
que debían ser bautizadas y hacían los ritos secundarios; pero será el
sacerdote quien les administraba el sacramento del bautismo con las
palabras sacramentales. Dice así la Didascalía de los apóstoles: “Es
necesario el oficio de una mujer diácono. En primer lugar, cuando las
mujeres bajan al agua, tienen que ser ungidas con el óleo de la unción
por una diaconisa...Pero que sea un hombre el que pronuncie sobre ellas
los nombres de la invocación de la divinidad en el agua. Y cuando salga
del agua, que la acoja la diaconisa y que ella le diga y le enseñe cómo
debe ser conservado el sello del bautismo totalmente intacto en la
pureza de la santidad”.


Las herejías consolidaban y explicitaban la fe

No
hubo siglo sin dificultades doctrinales. Pero esto era un verdadero
desafío para la Iglesia, pues así se iba consolidando y explicitando la
doctrina cristiana. El Espíritu Santo era quien guiaba a la Iglesia de
Cristo; y Él no podía permitir que se tergiversara la doctrina de
Cristo.


a)La herejía adopcionista fue condenada en el Concilio de Antioquía en
el año 268. Las demás herejías fueron condenadas en los siguientes
siglos, cuando ya la reflexión teológica estuvo más madura.


b)San Cipriano,
obispo de Cartago, muerto en el 258, luchó para que fueran perdonados,
después de haberse arrepentido y de haber hecho penitencia, aquellos que
habían apostatado durante las persecuciones (los “lapsi”), pero después
de bautizarlos de nuevo . Y publicó también un libro sobre la unidad de
la Iglesia católica. Entre otras cosas dice que la unidad en la Iglesia
es el signo de un encuentro con el Cristo auténtico; esta unidad
descansa en la comunión de los obispos entre sí.


c)San Clemente de Alejandría,
escribió comentarios a la Biblia, obras teológicas y morales, y mostró
cómo la filosofía griega había preparado el camino al pensamiento
cristiano.


d)Orígenes,
muerte en el 254 refutó a Celso. Sin embargo, sus teorías sobre la
preexistencia de las almas, su exégesis demasiado alegorista y su
creencia en el perdón final para todos los seres inteligentes, fueron
rechazadas por la Iglesia.


Comienza la construcción de iglesias

Parece
ser que desde mediados del siglo III se construyen verdaderas iglesias.
Lo prueba el hecho de que Diocleciano ordenó su demolición.


Cuando
nuestro Señor quiso instituir, el Jueves Santo, la Eucaristía, y
celebrar la primera Misa, tuvo interés en buscar un lugar apropiado,
amplio y bien aderezado. Tal fue el Cenáculo, primer templo cristiano.
Lo mismo hicieron después los Apóstoles y sus sucesores inmediatos.
Elegían éstos para sus asambleas religiosas, ora las mansiones de los
cristianos acomodados, ora otros lugares aptos para el culto, y las
mismas sinagogas judías.


Poco a
poco fueron edificando pequeños oratorios y templos expresamente
dedicados para el servicio divino. En ellos oraban, leían y comentaban
las Escrituras, recitaban salmos y, en momentos señalados, hacían la
Fracción del Pan o sagrada Eucaristía. Muchos de aquellos lugares se
convirtieron luego en verdaderos templos. Al principio se les
denominaba, familiarmente, “domus ecclesiae”, es decir, casa de reunión,
por su parecido arquitectónico con los domicilios domésticos privados.


Y
con la paz de Constantino (313) el cristianismo cambió de faz. El culto
divino empezó a ser público y a revestir solemnidad y magnificencia, en
honor a Dios. Y así comenzaron las grandiosas basílicas
constantinianas; así llamadas por su fundador y dotador, el mismo
emperador.



Historia de la Iglesia. Conclusión. Siglo III Edad Antigua

La
Iglesia, a pesar de todas las dificultades, seguía firme y en pie,
porque estaba cimentada sobre la firme roca que puso Jesucristo.

CONCLUSIÓN

La
Iglesia, a pesar de todas las dificultades, seguía firme y en pie,
porque estaba cimentada sobre la firme roca que puso Jesucristo. Se iba
perfilando la primera teología dentro de la Iglesia y quedaban en claro
estos puntos:


·Los cristianos tienen que referirse siempre a la tradición de los apóstoles
y ésta está viva en las iglesias apostólicas, las fundadas por ellos
(Roma, Antioquia, Alejandría, Jerusalén). En ellas podemos remontarnos a
los apóstoles a través de la sucesión de los obispos.

·Uno de los criterios para discernir, entre los muchos libros que circulaban, cuáles eran inspirados por Dios, era la apostolicidad;
es decir, si ese libro directa o indirecta había sido escrito por uno
de los apóstoles o de sus discípulos. A éste se añadía otro criterio: si
ese determinado libro era usado en la liturgia de las iglesias
apostólicas.

·La Iglesia anuncia un mensaje idéntico en todo el mundo; por tanto, una sola fe y una misma doctrina.

La promesa de Cristo “Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia”
era un estímulo para todos los cristianos. Por eso, seguían firmes en
la fe y gozosos en la esperanza. Si Cristo sufrió lo indecible, ¿iban
ellos, los cristianos, a pensar en un camino de rosas?

+++


Historia de la Iglesia Siglo IV Edad Antigua

Los primeros cristianos dieron testimonio de Jesús, a quien consideraban como Maestro y Señor.

INTRODUCCIÓN

El
cristianismo seguía difundiéndose por todo el mundo conocido. Los
primeros cristianos no empezaron proponiendo de antemano una filosofía o
una teología. Dieron, más bien, testimonio de Jesús, a quien
consideraban como Maestro y Señor. Pero al contacto con otras culturas
se vieron estos primeros cristianos en la necesidad de explicar con
lenguaje inteligible y racional lo que ellos vivían por la fe. A este
esfuerzo de la primera Iglesia por poner por escrito la fe o credo en
lenguaje humano, sin traicionar lo esencial, lo llamamos inculturación.
No todo fue fácil, ciertamente. Pero el Espíritu Santo era quien
iluminaba las mentes de los obispos.


El
siglo IV empezó con una gran persecución, la novena, decretada por el
emperador Diocleciano, en el año 303. Entre las regiones que más
sufrieron está España, Italia y África. Pero los cristianos daban
testimonio de su fe en Cristo, y preferían morir antes que renegar de
sus creencias.

 
Cabeza de Constantino hallada en Roma 2005.

Historia de la Iglesia. Sucesos en el Siglo IV Edad Antigua

El
hecho más importante de este siglo fue la conversión al cristianismo
del emperador Constantino, siguiendo el ejemplo de su madre santa Elena.

I. SUCESOS

El Evangelio llegó, por fin, al palacio imperial

El
hecho más importante de este siglo fue la conversión al cristianismo
del emperador Constantino, siguiendo el ejemplo de su madre santa Elena.
El año 312, en el puente Milvio sobre el Tíber, vence a Majencio que
quería arrebatarle el Imperio. Majencio huye y se ahoga en el Tíber.
Eusebio, amigo y confidente del emperador, añade que en la víspera
Constantino y sus soldados vieron en el cielo una cruz luminosa con
estas palabras: “Con esta señal vencerás”. Lactancio, escritor
contemporáneo, dice que, convertido Constantino, hizo inscribir en el
lábaro o bandera imperial el monograma de Cristo.


Y
en el 313 publicó un edicto de tolerancia para los cristianos e impuso
la paz religiosa. Así terminaron las crueles persecuciones. Es lo que se
ha llamado el Edicto de Milán, que reconocía plena libertad de culto a
todos los ciudadanos del imperio de cualquier religión que fueran.
Debían devolverse a los cristianos los edificios confiscados. Prohibió
que se obligara a los cristianos a celebrar ritos paganos; fomentó la
conversión al cristianismo; defendió a los esclavos y prohibió su
matanza; prohibió el adulterio; declaró que el día domingo fuera festivo
para todo efecto. Se hablaba así de la Iglesia constantiniana y del
imperio cristiano. Constantino construyó iglesias, obsequió al Papa
Silverio el palacio de Letrán y levantó en el Vaticano una basílica en
honor del príncipe de los apóstoles. Restituyó, además, los bienes
eclesiásticos confiscados por sus antecesores. Pero, ¿con qué fin?


A
la muerte de Constantino, Juliano, emperador de 361 a 363, trató
vanamente de restablecer el paganismo. Atacó el cristianismo y murió
como apóstata, pronunciando la famosa frase: “Venciste, Galileo”. Con
este emperador se extinguió la familia de Constantino.


Muerto
Juliano, subió al trono Teodosio que en el 380 proclama al cristianismo
religión del estado. Persigue a los herejes y a los paganos. Derrumba
los templos paganos. Religión y estado vivían juntas. El evangelio iba
poco a poco penetrando en la sociedad .


No todo era miel sobre hojuelas

Aunque
este siglo proporcionó la paz oficial a la Iglesia y la misma Iglesia
quedó reconocida y protegida, sin embargo, pronto se cernieron graves
peligros de índole diversa, que comenzaron con el emperador Constantino,
quien, siendo el dueño absoluto del imperio, cayó en la tentación de
adueñarse de la Iglesia o tenerla como aliada. Le dio primero libertad,
luego protección y culminó entrometiéndose en ella. Convocó, sin estar
todavía bautizado, el concilio de Nicea (año 325). Estos fueron otros
peligros graves que sufrió la Iglesia en este siglo:


a)El gobierno romano pretendió manejar los asuntos eclesiásticos para su conveniencia política.
A esto se ha llamado cesaropapismo, y fue iniciado por Constantino, y
causó mucho daño a la Iglesia, como veremos. Los emperadores cristianos
se pusieron el título de “Sumo Pontífice” y quisieron desempeñar un
papel semejante al de la Iglesia; se consideraban “igual a los
apóstoles”, “obispo de fuera”. Los cristianos aceptan el carácter
sagrado del emperador, a quien consideran naturalmente como jefe del
pueblo cristiano: nuevo Moisés, nuevo David. Incluso el emperador
convocaba los concilios.


b)La Iglesia comienza a recibir inmensos beneficios
de los emperadores cristianos y obtiene un opíparo patrimonio; al mismo
clero le vienen regalados privilegios jurídicos...y comienza la
tentación de la ambición terrenal. Los mismos obispos y cristianos
apelarán al emperador como árbitro de sus disputas incluso teológicas.


c)Muchos quisieron ser admitidos a la Iglesia más por conveniencia y oportunismo que por convicción. Esto acarreó lamentable descenso en la práctica fervorosa del Evangelio.
Se bautizaban, pero no cambiaban sus costumbres. Se prohibía el
infanticidio, pero no la exposición de los niños. Seguían las luchas de
gladiadores. Incluso la justicia del estado recurrió a la tortura para
poner orden “religioso” .


d)Al
llevar Constantino la capital del imperio a Oriente, a una pequeña
ciudad del Bósforo, a la que llamó Constantinopla, ésta quiso ser la
“segunda Roma” y polarizó en torno a sí a los cristianos del Oriente.
Esta ciudad posteriormente fue elevada al rango de patriarcado. Como es
natural entre los hombres, las ambiciones y los intereses políticos
fueron creando de vez en cuando problemas entre Constantinopla y Roma,
problemas que fueron el germen de la futura división de la Iglesia.
Esta división se efectuó en 1054, cuando el patriarca de
Constantinopla, Miguel Cerulario, y el delegado del Papa se excomulgaron
mutuamente. Y todavía estamos divididos. El patriarcado de
Constantinopla, encabeza las iglesias ortodoxas, que no reconocen la
autoridad ni el primado del Papa.


Nuevas herejías

Como
nos dice Cristo en la parábola de la cizaña: el enemigo nunca duerme. Y
quiere poner su cizaña en medio del campo de buen trigo. Y lo hace
mientras la Iglesia duerme y descansa.


En este siglo se dieron las siguientes herejías:

Donato,
natural de Cartago, provocó una dolorosa división entre los obispos
africanos y atrajo a su bando a 270 de ellos y a numerosos seguidores.
Sostenía que el sacramento del bautismo, impartido por un obispo indigno
–uno de los “lapsi”- no era válido; y que, por tanto, había que
rebautizarse para volver a la Iglesia; y, también, sostenía que el
cristiano que cometiera pecados graves, debería ser expulsado
definitivamente de la Iglesia. Esta herejía concebía a la Iglesia como
una comunidad integrada tan sólo por los justos.


Por su lado, Macedonio de Constantinopla negó la divinidad del Espíritu Santo. Decía que era un ser situado entre Dios y la creatura.

Arrio
vino a perturbar la paz interna de la Iglesia. Era un sacerdote de
Alejandría. Negó la divinidad de Cristo, diciendo que era una criatura,
la más perfecta, una criatura superior. Esta herejía fue muy peligrosa.
No sólo subordinaba el Hijo al Padre en naturaleza, sino que le negaba
la naturaleza divina. Su postulado fundamental era la unidad absoluta de
Dios, fuera del cual todo cuanto existe es criatura suya. El Verbo
habría tenido comienzo, no sería eterno, sino tan sólo la primera y más
noble de las criaturas, aunque, eso sí, la única creada directamente por
el Padre, ya que todos los demás seres habrían sido creados a través
del Verbo. El Verbo, por tanto, no sería sino Hijo adoptivo de Dios,
elevado a esta dignidad en virtud de una gracia particular, por lo que
en sentido moral e impropio era lícito que la Iglesia le llamase también
Dios. Arrio expuso esta doctrina en su obra Talía, el Banquete. El
arrianismo consiguió una rápida difusión, porque simpatizaron con él los
intelectuales procedentes del helenismo, racionalista y familiarizados
con la noción del Dios supremo. Contribuyó también a su éxito el
concepto del Verbo que proponía y que entroncaba con la idea platónica
del Demiurgo, en cuanto era un ser intermedio entre Dios y el mundo
creado y artífice a su vez de la creación.


Historia de la Iglesia. Respuesta de la Iglesia. Siglo IV Edad Antigua.

Las herejías fueron muy duras. La Iglesia se reunió en Concilios para explicitar mejor y defender la doctrina cristiana.

II. RESPUESTA DE LA IGLESIA

La Iglesia, fiel a su Maestro
Las herejías fueron muy duras. Pero Dios sigue conduciendo su barca a buen puerto.

Ante las herejías que iban brotando, la Iglesia, queriendo ser fiel a su Maestro, se reunió en Concilios
para explicitar mejor y defender la doctrina cristiana. Nunca mejor
dicho el refrán: “No hay mal que por bien no venga”; es decir, las
herejías ayudaron mucho a la Iglesia para perfilar mejor el credo y la
doctrina de Cristo. En relación con los concilios la Iglesia tenía una
certeza: sin el obispo de Roma, sucesor de Pedro, no era posible un
concilio ecuménico. El Papa tenía que convocarlo o dar su consentimiento
y luego ratificar los decretos. Así se mostraba que la autoridad
primera era la del sucesor de Pedro. Así lo quiso Jesucristo: “Tú eres
Pedro...”.


¿Qué concilios se celebraron en este siglo?

a)El concilio de Nicea (325),
el primer concilio ecuménico, convocado por el emperador Constantino .
Este concilio condenó la herejía arriana y proclamó a Cristo verdadero
Dios consustancial al Padre, es decir, de la misma naturaleza divina.
Así quedó: “...Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios;
Dios verdadero de Dios verdadero”. Tomó el pueblo parte activa en
manifestaciones emocionales, pero nunca dejó de ser católico. “Ni los
obispos más arrianos se atrevían a negar la divinidad de Jesús ante el
pueblo. Los oídos de los fieles son más santos que los corazones de
algunos obispos” (San Hilario de Poitiers, Contra Auxensium, cap. 6).
Era necesaria la condena del arrianismo, pues afectaba a la esencia
misma de la obra de la redención: si Jesucristo, el Verbo de Dios, no
era Dios verdadero, su muerte careció de eficacia salvadora y no pudo
haber verdadera redención del pecado del hombre. La Iglesia de
Alejandría se dio pronto cuenta de la trascendencia del problema, y su
obispo, Alejandro, trató de disuadir a Arrio de su error. Mas la actitud
de Arrio era irreductible, y en el año 318 hubo de ser condenada su
doctrina por un concilio de cien obispos de Egipto. Y en el 325, por el
concilio ecuménico de Nicea.


b)El concilio de Constantinopla
(381) definió la divinidad del Espíritu Santo. Fue convocado por el
emperador cristiano Teodosio, quien influyó activamente en la marcha de
las discusiones. El Papa no estuvo representado por ningún delegado
suyo. Sembrada estaba la semilla de la discordia: Constantinopla contra
Roma. Así se amplió el credo de Nicea: “Creemos en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida, que con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria, y que habló por los profetas”. Se llamó a este credo
Símbolo niceno-constantinopolitano.


Aportación de los Padres de la Iglesia

a)San Atanasio:
Puntal del concilio de Nicea fue el diácono Atanasio, secretario de san
Alejandro, obispo de Alejandría. Enérgico, culto, piadoso. Fue el
terror de Arrio y sus secuaces. En el 328 fue nombrado obispo de
Alejandría. Los arrianos, con acusaciones y calumnias y poniendo a
precio su cabeza, consiguieron desterrarlo cinco veces.


b)San Hilario de Poitiers escribió acerca de la Trinidad, una historia eclesiástica y comentarios de diversos libros de la Sagrada Escritura.

c)San Basilio y san Gregorio Nacianceno expusieron el dogma de la Trinidad.

d)San Gregorio de Nisa, místico, nos dejó también una gran síntesis de la doctrina católica.

e)San Ambrosio de Milán
fue excelente predicador y muy versado en la Biblia, escribió tratados
para favorecer la práctica cristiana. Ambrosio en Milán y san Juan
Cristóstomo en Constantinopla introducen las costumbres de oriente, la
“monodia” y la “antífona”, que formarán la base del futuro canto
gregoriano. La comunidad oraba cantando. Las primeras comunidades
adoptaron el sistema del canto alternado: un lector decía versículos de
un salmo, la comunidad respondía el estribillo.


El desierto y la soledad atrajo a algunos...

En este siglo comenzaron los primeros monjes .

La
vida monacal y conventual está basada en la frase que Jesús dijo a un
joven: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, dalo a los
pobres, luego ven y sígueme” (Mt 19, 21); es decir, desasimiento total,
aun de los legítimos placeres de la vida, por amor a Cristo. Hubo, pues,
un número de hombres que se retiraron a la soledad para dedicar su
tiempo a la oración y a la penitencia.


Comenzó
el monacato en Egipto (siglo III). El ejemplo de Antonio en la Tebaida
(356), llamado san Antonio abad, atrajo a muchos seguidores. San Pacomio
(347) organizó la vida cenobítica, escribiendo una regla de cómo vivir
en comunidad; la más antigua regla monacal. Este monaquismo primitivo se
extiende rápidamente por Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia. No
tiene formas jurídicas muy concretas. El candidato se pone bajo la
dirección de un maestro o padre espiritual, llamado abad, hasta volar
por sus propias alas. Este monaquismo pone el acento en la lucha contra
el demonio, contra las propias pasiones, por eso se dan a penitencias
que nos parecen exageradas.


San
Basilio redactó la primera regla formal para monjes, para ordenar un
poco el monaquismo: les exige vivir en comunidad, les anima al estudio y
al cuidado de los pobres. A Europa llegó este estilo de vida monacal
gracias a san Atanasio, que desterrado fue a ver al Papa Julio; en el
viaje, lo acompañaban varios monjes, y esto despertó por donde pasaba
admiración y atracción. Entre los pilares de la vida monacal en Europa
está san Martín de Tours (muerto en el 397), animador del movimiento
monástico y del apostolado rural; san Ambrosio de Milán; y san Benito de
Nursia, ya en el siglo V y VI, como veremos. También en este siglo IV
comienza la liturgia de consagración de vírgenes o de entrega de velo.
San Ambrosio propone como modelo de las vírgenes a la Virgen María. San
Jerónimo (347-419) es el propagandista de la vida monástica entre las
mujeres de la aristocracia romana. Su alimento será la cultura bíblica.
Jerónimo será adalid del monje que pone su talento al servicio de la
cultura cristiana.


La Iglesia continuaba profundizando en los sacramentos y en la disciplina

Primero el bautismo.
Al ser el cristianismo la religión oficial del imperio, son muchos los
que piden el bautismo. Continúa siendo administrado sobre todos a los
adultos, pero también a los niños. Algunos de ellos lo retrasaban hasta
la hora de su muerte (bautismo clínico, del que ya hablamos), porque se
sentían débiles para no pecar ; además, porque la preparación para
recibirlo era larga: instrucción, confesión, ayunos y oración. Los
catecúmenos comenzaban la catequesis al inicio de la cuaresma. Esta
catequesis se dividía en dos partes:


·Catequesis bautismal, anteriores al bautismo: exorcismos, explicación del credo, conversión moral.
·Catequesis mistagógica, posterior al bautismo, orientada a la comprensión del propio bautismo y de la eucaristía.

Después, la confesión.
Ya hablamos extensamente sobre las etapas que tuvo este sacramento de
la confesión en el apéndice del siglo II. Hagamos ahora un breve
resumen. En este tiempo se permitía una sola confesión en la vida, por
eso los pecadores la retrasaban lo más posible, a menudo para la hora de
la muerte. Había también penitencias oficiales o canónicas, que eran
públicas, por pecados graves y escandalosos. El que ha pecado gravemente
hace confesión de su culpa al obispo, secretamente. Este también podía
pedir a los pecadores que acudieran a la penitencia .


El primado de Roma

El
primado de Roma sobre la Iglesia universal tenía un fundamento
dogmático que los Papas , a partir del siglo IV, se esforzaron por
definir con la mayor claridad. San Dámaso, san León I, Gelasio y san
Gregorio Magno figuran entre los principales expositores de esta
doctrina, cuya formulación se volvía cada vez más necesaria por las
crecientes pretensiones de los patriarcas de Constantinopla.


No
se funda esta primacía romana sobre una razón de orden político, como
sucedía en el imperio. Su fundamento hay que encontrarlo en la Sagrada
Escritura, en el conferimiento del primado a Pedro por parte de Jesús
(cf. Mt 16,18). Los Papas, por ser los sucesores de Pedro en la cátedra
de Roma, tienen en la Iglesia la preeminencia y la autoridad que Cristo
concedió al Simón Pedro.


A lo
largo de los siglos se le dieron al obispo de Roma títulos diversos:
Papa, Vicario de san Pedro, Vicario de Cristo, para significar la
naturaleza de su primado universal. Pero siempre se añadía el humilde
calificativo de “siervo de los siervos de Dios”.


Los
Papas ejercían activamente su primacía sobre las iglesias de occidente.
En oriente, en cambio, aunque se consideraba a la Sede Romana como la
primera, su influjo era menor. Pero cuando surgían conflictos de fe o de
disciplina recurrían al juicio del obispo de Roma. Fueron numerosos los
asuntos que los Papas resolvieron por medio de “decretales”. También el
mismo Papa enviaba sus legados para hacer llegar eficazmente la
autoridad pontificia a las diversas iglesias.


¿Sacerdotes casados?

Es
un hecho que, durante los primeros siglos, gran parte de los sacerdotes
estaban casados. Pero a medida que las comunidades crecían y su
atención pastoral requería más tiempo y dedicación, y a medida que
fueron apareciendo escándalos, la Iglesia de occidente comenzó a exigir
el celibato a sus sacerdotes. El primer concilio conocido, que lo
prescribe, es el de Elvira (España) en el año 306. Esta exigencia,
aunque no siempre fue fácil de cumplir, se fue extendiendo por toda la
Iglesia de occidente. En ese modo de vivir se veía un reflejo del modo
como Cristo mismo vivió para cumplir su obra redentora.


El
celibato para los sacerdotes católicos de rito latino es una perla
preciosa, de la que habló el Papa Pablo VI en una hermosa encíclica
“Sacerdotalis coelibatus”. Es un llamado de Dios a una consagración
total a Él y a la Iglesia, y al mismo tiempo es una respuesta libre del
candidato al sacerdocio; no es una imposición. Todavía en el siglo XX se
levantan voces pidiendo su abolición . Pero el Papa Juan Pablo II ha
zanjado la discusión afirmando que este modo de vivir, fundado en el
ejemplo de Cristo mismo y una antiquísima tradición, es un don que Dios
ha hecho a su Iglesia, y que ésta debe custodiar con fidelidad.


Historia de la Iglesia. Conclusión. Siglo IV Edad Antigua

La fe es un don de Dios y vale más que la propia vida física.

CONCLUSIÓN

Nuestra
fe sigue robusteciéndose siglo a siglo. La fe es un don de Dios y vale
más que la propia vida física. ¿Por qué no acabamos recitando el símbolo
de fe del concilio de Nicea?


“Creemos
en un Dios, Padre Todopoderoso, hacedor de todo lo visible e invisible,
y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, Unigénito engendrado del
Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, que no hecho,
consubstancial (homoousios) al Padre, por quien todo fue hecho, lo que
está en el cielo y lo que está en la tierra, quien por nosotros los
hombres y por nuestra salvación bajó y se encarnó, se hizo hombre,
padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos, vendrá a juzgar a
los vivos y a los muertos, y en el Espíritu Santo”.

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Historia de la Iglesia siglo a siglo. Epílogo

No
hay conclusión ni punto final en una historia de la iglesia. Lo que
comenzó el año 30 después de Cristo, continúa todavía hoy.

EPÍLOGO

No
hay conclusión ni punto final en una historia de la iglesia, como puede
haberlo en una historia de las dinastías del antiguo Egipto o de la
monarquía francesa. Lo que comenzó el año 30 después de Cristo, continúa
todavía hoy. Hemos caminado al lado de una muchedumbre de cristianos.
Hemos sido sensibles al entusiasmo de unos y a los compromisos de otros.
Hemos vivido el drama de ciertas situaciones. La fidelidad al evangelio
de Jesús, obra del Espíritu de Pentecostés, permite a los cristianos de
hoy asumir la tradición viva y transmitir la herencia recibida bajo
unas formas renovadas en un mundo que cambia. Los cristianos de antaño
se enfrentaron con las dificultades de su época; nos toca hoy a nosotros
enfrentarnos con las nuestras y dar solución desde el amor y la verdad
del evangelio.


El siglo XXI se
nos ha abierto, desde el punto de vista mundial, con conflictos
terroristas y bélicos en Afganistán, en Medio Oriente, y en otras partes
de la tierra. Todavía nos espantan las escenas del 11 de septiembre de
2002, en Estados Unidos.


También
nos avasalla el problema de la globalización, con sus luces y sombras.
Nos preocupa todo el campo de la bioética: la clonación, la fecundación
artificial y demás experimentos genéticos...¿a dónde llegará el hombre
con su ciencia? ¿Todo lo que se puede hacer, se debe hacer? No todo
avance técnico significa de por sí avance ético y moral. Nos asusta el
pulular de sectas y los movimientos pseudorreligiosos, que nos ofrecen
todo tipo de propuestas, como si fueran supermercados religiosos o
restaurantes a la carta.


El
siglo XXI y el tercer milenio de la era cristiana habrán de afrontar
desafíos inéditos, cuyo alcance resulta imposible adivinar. La defensa
de la vida humana, la resistencia frente a posibles aberraciones de la
ingeniería genética, la lucha contra la corrupción en la vida pública y
las clamorosas desigualdades existentes entre los hombres, el esfuerzo
por extender el acceso a los bienes de la cultura y un razonable
bienestar a todos los pueblos de la tierra, estos y otros muchos campos
más serán frentes abiertos a la generosa acción de los cristianos en el
mundo.


La iglesia ha luchado y
luchará con denuedo en la defensa de la persona, imagen y semejanza de
Dios. Esta misión a favor del hombre la iglesia la ha venido cumpliendo
desde los comienzos mismos del cristianismo. Es cierto que en tan
dilatado espacio de tiempo ha habido miembros de la iglesia que han
cometido errores y tuvieron conductas públicas y privadas impropias del
nombre de cristianos, y que esa incoherencia entre el Evangelio y su
vida se dio incluso en jerarcas y pastores.


Tal
fue el caso del impacto del régimen señorial de la edad media,
investiduras y patronatos incluidos en las estructuras eclesiásticas; o
de algunos modos con que la inquisición persiguió la herejía, cuando
ésta era considerada el peor de los crímenes y se estimaba la unidad
religiosa como el supremo bien de una comunidad política; o, todavía, el
error del nepotismo, fruto de un desordenado extravío de los afectos
familiares.


Pero sería
obstinación sectaria cerrar los ojos ante la evidencia: es indudable que
ninguna institución ha hecho tanto a lo largo de los siglos a favor de
la persona humana y de su dignidad, ninguna ha aportado tantos
beneficios a las sociedades terrenas, como la iglesia de Cristo; y eso
durante dos milenios y en todos los lugares de la tierra a donde llegó
su presencia y su acción apostólica. Y no se olvide por otra parte que
el fin primordial de la iglesia no es mejorar la condición del hombre en
el mundo, aunque esto también forme parte de su misión, sino abrirle el
camino que ha de conducirle a la eterna bienaventuranza. Nadie como la
Iglesia ha sembrado la paz, el bien y la belleza en el curso de la
historia, ni está por tanto más cualificado que ella para asumir la
defensa de la dignidad humana en el mundo del tercer milenio.


Precisamente
por eso, ningún poder de la tierra, sólo el Papa Juan Pablo II, ha
tenido el valor de pedir perdón públicamente en la jornada de perdón del
año del Gran Jubileo del 2000 por los pecados y errores de quienes
encarnaron a la iglesia en las distintas épocas de la historia. Así
decía el Papa en la homilía del 12 de marzo: “El actual primer
domingo de cuaresma me ha parecido la ocasión apropiada para que la
iglesia, reunida espiritualmente alrededor del sucesor de Pedro, implore
el perdón divino por las culpas de todos los creyentes. Perdonamos y
pedimos perdón”.


La iglesia ha comenzado el siglo XXI bajo el timón de Juan Pablo II y con su consigna: “Remad mar adentro...desplegad las velas”.
El impulso evangelizador de la Iglesia es muy fuerte y consciente. La
Iglesia está decidida a llevar su mensaje de salvación a todas partes,
porque así se lo ha mandado el Maestro, nuestro Señor Jesucristo. Es un
deber que nos incumbe a todos los miembros de la Iglesia. Y todo, con la
caridad de Cristo que nos urge. Haremos la verdad, pero con caridad. Ya
el Papa ha pedido perdón por las veces que hijos de la Iglesia no
supieron hacer esa verdad en la caridad. Ahora es el momento. Tenemos un
desafío: la unidad de los cristianos y el diálogo interreligioso con
las demás religiones, que el Papa Juan Pablo II tanto ha impulsado y
favorecido. ¿Lograremos terminar este siglo XXI sentados todos en la
misma mesa, hablando el mismo lenguaje y mirándonos y amándonos los unos
a los otros, como hermanos?


Sueño con la misma esperanza de Monseñor Van Thuan en su libro “Testigo de la esperanza:

“Sueño
con una iglesia que es Puerta Santa, abierta, que acoge a todos, llena
de compasión y de comprensión por las penas y los sufrimientos de la
humanidad, dedicada a consolarla. Sueño con una iglesia que es Palabra,
que muestra el libro del evangelio a los cuatro puntos cardinales de la
tierra, en un gesto de anuncio, de sumisión a la Palabra de Dios, como
promesa de la alianza eterna. Sueño con una iglesia que es pan,
eucaristía, que se deja comer por todos para que el mundo tenga vida en
abundancia. Sueño con una iglesia que está apasionada por la unidad que
quiso Jesús, como Juan Pablo II, que abre la Puerta Santa de la Basílica
de san Pablo Extramuros, ora en el umbral y avanza junto con un
metropolita ortodoxo, con el arzobispo anglicano de Canterbury y con
muchos otros representantes... Sueño con una iglesia que lleva en su
corazón el fuego del Espíritu Santo, y donde está el Espíritu hay
libertad, diálogo sincero con el mundo y especialmente con los jóvenes,
con los pobres y con los marginados; hay discernimiento de los signos de
nuestro tiempo...Sueño con una Iglesia que es testigo de esperanza y de
amor, con hechos concretos...”.


Me sirven también las palabras de Nicolaj Gogol, insigne literato ruso, fiel de la iglesia ortodoxa: “Nuestra
iglesia debe ser santificada en nosotros y no en nuestras palabras.
Nosotros mismos debemos ser nuestra iglesia, nosotros mismos debemos
anunciar su verdad. ¿Dicen que nuestra iglesia carece de vida? Mienten,
porque nuestra iglesia es vida; su mentira, empero, deriva de un
razonamiento lógico y justo: nosotros somos los cadáveres y no nuestra
iglesia, y juzgando por nosotros la han calificado también a ella como
un cadáver. ¿Cómo debemos defender a nuestra iglesia y qué respuesta
podemos dar, si nos preguntan:
“Pero, ¿vuestra iglesia os ha hecho mejores? ¿Cada uno de vosotros cumple realmente con su deber?” ¿Qué
les responderemos, cuando en un momento determinado el alma y la
conciencia nos digan que hemos ignorado siempre a nuestra iglesia y que
incluso ahora apenas la conocemos? Poseemos un tesoro inestimable y no
sólo no nos alegramos de ello, sino que no sabemos ni siquiera dónde lo
hemos puesto... No hemos introducido aún en nuestra vida esta iglesia,
creada para la vida. Dios nos guarde de defender a nuestra iglesia
ahora. Significaría desacreditarla. Para nosotros sólo hay una
propaganda posible: nuestra vida. Con nuestra vida debemos defender a
nuestra iglesia, que está completamente viva; con la pureza de nuestras
almas debemos anunciar su verdad. El predicador debe presentarse al
pueblo de modo que su mismo aspecto humilde, ojos ausentes y voz calma,
sugestiva, que viene de un alma en la que han muerto los deseos de este
mundo, induzcan a todos a convertirse aun antes de que él explique de
qué se trata; y entonces al unísono le dirán: “No pronuncies palabras,
incluso sin ellas sentimos la santa verdad de tu iglesia”.


No olvidemos lo que dijo el Papa Juan Pablo II, recordando en Milán a san Carlos Borromeo:
“La iglesia de hoy no tiene necesidad de nuevos reformadores. La iglesia tiene necesidad de nuevos santos”.
¡Atrevámonos a ser santos, con la ayuda de Dios! Sólo así haremos
creíble, hermosa y fuerte a nuestra Madre Iglesia, y podremos limpiar
las manchas que algunos hermanos nuestros, también nosotros, han
provocado e infligido en el rostro de la Iglesia.


Que terminemos nuestra vida como la terminó santa Teresa de Jesús, la santa de Ávila, lugar donde yo también nací: “Por fin muero como hija de la iglesia”.

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BIBLIOGRAFÍA

ORLANDIS José, MARTÍN Francisco y CÁRCEL Vicente, Historia de la Iglesia (tres volúmenes), Editorial. Palabra, Madrid 1998
HERTLINGS Ludwig, Historia de la Iglesia, Editorial. Herder, Barcelona
CHURRUCA P. Agustín, Historia mínima de la Iglesia, Librería Parroquial de Clavería, México
IRABURU José María, Hechos de los apóstoles de América, Fundación Gratis Date, Pamplona, 1999
LOPES Antonio, Los papas, Futura edizioni, 1997
MALAISI Ricciotti Alfonso, ABC de la historia de la Iglesia, Editorial Claretiana
MEYER Jean, La cristiada, (I, II, III), Siglo Veintiuno editores, s.a. de c.v., México, 14ª edición 1994
 SAÉNZ Alfredo, La nave y las tempestades, Ediciones Gladius, 2002
MAXIMILIANO Barrio ‘DICCIONARIO DE LOS PAPAS Y CONCILIOS’ – Ariel Ed.
FERNÁNDEZ Mitre ‘HISTORIA DEL CRISTIANISMO I y II – Ed. Trotta.
DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO de historia de la Iglesia – Editorial Herder
MESSORI V. ‘LEYENDAS NEGRAS DE LA IGLESIA’ Ed. Planeta Testimonio
MESSORI Vittorio y RATZINGER, Informe sobre la fe, BAC popular, Madrid 1986
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA – Ed. Vaticana
DICCIONARIO TEOLÓGICO del catecismo de la Iglesia. Ed. Bac. Esp.
Breve catecismo de la Iglesia – Martín Santiago. Ed. Planeta Testimonio
COMPRENDER LOS EVANGELIOS. V.Balaguer – Ed. Eunsa-Astrolabio
DIOS Y LAS COSMOLOGÍAS MODERNAS. Ed. BAC. Esp.
MARIA EN LA BIBLIA Y EN LOS PADRES DE LA IGLESIA. Ed. Edibesa

RATZINGER
JOSEPH – al día S. S. Benedicto XVI – 2005 obras imprescindibles para
conocer la IGLESIA fundada por Cristo hace 2000 años:

‘SER CRISTIANO EN LA ERA NEOPAGANA’ Ed. Encuentro
‘LA IGLESIA’, una comunidad siempre en camino
‘INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO’ Ed. Sígueme
DEMOCRACIA EN LA IGLESIA. ED. San Pablo´
FE, VERDAD Y TOLERANCIA. Y religiones en el mundo. Ed. Sígueme
TEORÍA DE LOS PRINCIPIOS TEOLÓGICOS.Ed. Biblioteca Herder
VERDAD, VALORES, PODER. Ed. Rialp
PRINCÍPIOS DE MORAL CRISTIANA COMPENDIO. Ed. Edicep
MIRAR A CRISTO. Ed. Edicep
LA EUCARISTÍA CENTRO DE LA VIDA. Ed. Edicep
EL ESPÍRITU DE LA LITURGIA. Ed. Cristiandad
EN EL PRINCIPIO CREÓ DIOS. Ed. Edicep
LA FRATERNIDAD DE LOS CRISTIANOS. Ed. Sígueme
UN CANTO NUEVO PARA EL SEÑOR. Ed. Sígueme
LA FIESTA DE LA FE. Ed. Desclée de Brouwer
LA SAL DE LA TIERRA. Ed. Libros palabra
CONVOCADOS EN EL CAMINO DE LA FE. Ed. Cristiandad


+++


¡Prodigiosa
providencia, silenciosa y no obstante tan eficaz, constante e
infalible! Ella destruye las maquinaciones del diablo. Satanás no puede
conocer la mano de Dios que obra en el curso de los acontecimientos.
Cardenal John Henry Newman (1801+1890)

+++

“Muchos
escuchan más a gusto a los que dan testimonio, que a los que enseñan, y
si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio.” [
Pablo VI]

+++

Cuando
la Iglesia protesta por el aborto, la eutanasia, la manipulación de
embriones o el divorcio rápido, no lo hace porque considere que eso
afecta a la comunidad católica, sino porque cree que perjudica al
conjunto de la sociedad. Tampoco lo hace porque se violen principios
cristianos –como ocurriría, por ejemplo, si se prohibiera ir a misa el
domingo–-, sino porque se está yendo en contra de la ley moral escrita
en la naturaleza humana y contra la cual no puede legislar ningún
parlamento.
   Por eso, del mismo modo que protesta por los casos
citados, eleva su voz para condenar el terrorismo, la violencia
doméstica o el racismo. No se argumenta, en estos casos con los que la
mayoría están de acuerdo, con motivos cristianos, sino con los mismos,
de tipo meramente humano, que se usan para rechazar el aborto o la
eutanasia. Sin embargo, en unos temas se la insulta porque habla y en
otros se le reprocha que no hable más claro. 2005

+++

Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta.
-II Tesalonicenses 2,15

+++

Ante la proliferación de "personalidades frágiles, fragmentadas, incoherentes" generadas por el pensamiento débil, propongamos un cristiano caracterizado por "una identidad clara y firme".
     
En
la actual sociedad pluralista toda expresión explícita de la propia
identidad cristiana viene etiquetada como fundamentalismo o integrismo.
Por ello, la fe se convierte en un hecho rigurosamente confinado a la
esfera de la vida privada.
     
Es
nuestro derecho y deber encontrar modos de defender y reforzar nuestra
identidad católica en la sociedad post-moderna que quiere hacemos
"invisibles" en cuanto cristianos, porque somos incómodos. Hoy más que
nunca se necesitan cristianos coherentes, con una fuerte conciencia de
su vocación y de su misión.
     
Hace falta pues redescubrir la
esencia del cristianismo: el encuentro personal con Jesucristo.
Redescubrir el cristianismo como un acontecimiento real que ocurre hoy
en nuestra vida, como ocurrió en la vida de los primeros discípulos. El
cristianismo no es una doctrina por aprender, ni tampoco un simple
código ético. El cristianismo es una Persona, la persona viva de Cristo
que hay que encontrar y acoger en la propia vida. Porque sólo este
encuentro cambia realmente la existencia de las personas y da el sentido
último y definitivo a nuestro destino.
     
 Ha llegado el
momento de liberamos de nuestros complejos de inferioridad respecto al
mundo así llamado laico, para ser atrevidamente nosotros mismos,
discípulos de Cristo. ¡Debemos reapropiamos el significado de nuestra
identidad y estar orgullosos de ella! Hace falta por tanto remontar
hasta el Bautismo y al cometido que este sacramento tiene en la vida del
cristiano. Todo el patrimonio genético, por así decir, del cristiano se
contiene en este sacramento.
     
La segunda peculiaridad que
debería caracterizar al cristiano sería como, la audacia de una
presencia visible e incisiva en la sociedad; la audacia de ser
verdaderamente «levadura evangélica», «sal y luz» del mundo.

+++
"Obras todas del Señor, bendecid al Señor".-
¡Gloria y alabanza a ti, Santísima Trinidad, único y eterno Dios!
San
Juan Crisóstomo (†14 de septiembre de 407) meditando el libro del
Génesis, guía a los fieles de la creación al Creador, que es el Dios de
la condescendencia, y por eso llamado también «padre tierno», médico de
las almas, madre y amigo afectuoso. Une a Dios Creador y Dios Salvador,
ya que Dios deseó tanto la salvación del hombre que no se reservó a su
único Hijo. Comentando los Hechos de los Apóstoles propone el modelo de
la Iglesia primitiva, desarrollando una utopía social, casi una «ciudad
ideal». Trataba de dar un rostro cristiano a la ciudad, afrontando los
principales problemas, especialmente las relaciones entre ricos y
pobres, a través de una inédita solidaridad.



VERITAS OMNIA VINCIT
LAUS TIBI CHRISTI. 



 
Gracias por venir a visitarnos

Iglesia
de Cristo -fundada hace 2000 años, inmutable guardiana en la sucesión
apostólica- de la Fe y la Tradición bíblica; anunciadora del Evangelio
al orbe todo: por ello ‘Iglesia Católica’ y las puertas del infierno ni
los ataques protestantes* podrán contra ella, porque Jesús de Nazareth
así nos lo ha prometido. La Iglesia custodia la Palabra-que es manantial
de bondad y gloria a todos los hombres de buena voluntad; domiciliada
está en la colina vaticana–Roma, Italia, 2000 años ha.
*Protestantes y miles de sectas que continuan apareciendo. 

+++

Recomendamos vivamente: Título: ¿Sabes leer la Biblia? Una guía de lectura para descifrar el libro sagrado-Autor: Francisco Varo-Editorial: Planeta Testimonio-
Grüss Gott. Salve, oh Dios.
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'JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO'

Evangelio según San Lucas, Cap.3, vers.1º: El año decimoquinto
del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la
Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de
Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene…



Crucifixión de San Pedro: fue crucificado al revés cabeza abajo
- Pergamino con San Pedro en cruz invertida, de Maguncia- Alemania;
entre el 900 y el 1000ca. - Museo Diocesano de la Catedral Maguncia
(Mainz) Alemania - Pedro en su cruz, invertida. ¿Qué significa todo
esto? Es lo que Jesús había predicho a este Apóstol suyo: "Cuando seas
viejo, otro te llevará a donde tú no quieras"; y el Señor había añadido:
"Sígueme" (Jn 21, 18-19). Precisamente ahora se realiza el culmen del
seguimiento: el discípulo no es más que el Maestro, y ahora experimenta
toda la amargura de la cruz, de las consecuencias del pecado que separa
de Dios, toda la absurdidad de la violencia y de la mentira. No se puede
huir del radicalismo del interrogante planteado por la cruz: la cruz de
Cristo, Cabeza de la Iglesia, y la cruz de Pedro, su Vicario en la
tierra. Dos actos de un único drama: el drama del misterio pascual: cruz
y resurrección, muerte y vida, pecado y gracia.


La maternidad divina de María – Catecismo de la Iglesia

495 Llamada en los Evangelios 'la Madre de Jesús'(Jn 2, 1; 19, 25; cf.
Mt 13, 55, etc.), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como
'la madre de mi Señor' desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1,
43). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del
Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne,
no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la
Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente
Madre de Dios [Theotokos] (cf. Concilio de Éfeso, año 649: DS, 251).

La virginidad de María

496 Desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia
ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María
únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto
corporal de este suceso: Jesús fue concebido absque semine ex Spiritu
Sancto (Concilio de Letrán, año 649; DS, 503), esto es, sin semilla de
varón, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción
virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha
venido en una humanidad como la nuestra:

Así, san Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): «Estáis
firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de
la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la
voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una
virgen [...] Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo
Poncio Pilato [...] padeció verdaderamente, como también resucitó
verdaderamente» (Epistula ad Smyrnaeos, 1-2).


El acontecimiento histórico y transcendente – Catecismo de la Iglesia

639 El misterio de la resurrección de Cristo es un
acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas
como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56,
puede escribir a los Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar,
lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según
las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según
las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3-18).

El sepulcro vacío
640 "¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc
24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer
elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba
directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría
explicarse de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A
pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo
esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para
el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer
lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc 24, 12). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf. Jn
20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra
humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como
había sido el caso de Lázaro (cf. Jn 11, 44).




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