jueves, 5 de febrero de 2015

Conocereis de Verdad | Mesianismo - 6º Cruz, muerte, Resurrección Ascensión anuncio de la Iglesia

Conocereis de Verdad | Mesianismo - 6º Cruz, muerte, Resurrección Ascensión anuncio de la Iglesia


Thursday 5 February 2015 | Actualizada : 2015-02-04
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.....1. No se debe dar crédito a cualquier palabra ni a cualquier espíritu; mas con prudencia y espacio se deben, según Dios, examinar las cosas. ¡Oh dolor! Muchas veces se cree y se dice más fácilmente del prójimo el mal que el bien ¡Tan flacos somos! Mas los varones perfectos no creen de ligero cualquier cosa que les cuentan, porque saben ser la flaqueza humana presta al mal y muy deleznable en las palabras.

.....2. Gran sabiduría es no ser el hombre inconsiderado en lo que ha de hacer, ni porfiado en su propio sentir. A esta sabiduría también pertenece no creer a cualesquiera palabras de hombres, ni decir luego a los otros lo que oye o cree. Toma consejo del hombre sabio y de buena conciencia; y apetece más ser enseñado de otro mejor, que seguir tu parecer. La buena vida hace al hombre sabio, según Dios, y experimentado en muchas cosas. Cuanto alguno fuere más humilde en sí y más sujeto a Dios, tanto será más sabio y sosegado en todo.



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MESIANISMO - CRISTO REDENTOR EN LA CRUZ



S. S. JUAN PABLO II – P.P. – YA CONOCIDO COMO ‘MAGNO’

Las últimas palabras de Cristo en la Cruz (6.XI.1988)



1. Todo lo que Jesús enseñó e hizo durante su vida mortal, en la cruz llega al culmen de la verdad y la santidad. Las palabras que Jesús pronunció entonces construyen su mensaje supremo y definitivo y, al mismo tiempo, la confirmación de una vida santa, concluida con el don total de Sí mismo, en obediencia al Padre, por la salvación del mundo. Aquellas palabras, recogidas por su Madre y los discípulos presentes en el Calvario, fueron trasmitidas a las primeras comunidades cristianas y a todas las generaciones futuras para que iluminaran el significado de la obra redentora de Jesús e inspiraran a sus seguidores durante su vida y en el momento de la muerte. Meditemos también nosotros esas palabras, como lo han hecho tantos cristianos, en todas las épocas.

2. El primer descubrimiento que hacernos al releerlas es que se encuentra en ellas un mensaje de perdón. ´Padre perdónales, porque no saben lo que hacen´ (/Lc/23/34): según la narración de Lucas, ésta es la primera palabra pronunciada por Jesús en la cruz. Preguntémonos inmediatamente: ¿No es, quizá, la palabra que necesitábamos oír pronunciar sobre nosotros?

Pero en aquel ambiente, tras aquellos acontecimientos, ante aquellos hombres reos por haber pedido su condena y haberse ensañado tanto contra El, ¿quién habría imaginado que saldría de los labios de Jesús aquella palabra?. Con todo, el Evangelio nos da esta certeza: ¡Desde lo alto de la cruz resonó la palabra, ´perdón´!

3. Veamos los aspectos fundamentales de aquel mensaje de perdón. Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón del Padre para los que lo han entregado a la muerte, y por tanto también para todos nosotros. El es signo de la sinceridad total del perdón de Cristo y del amor del que deriva. Es un hecho nuevo en la historia, incluso en la de a alianza. En el Antiguo Testamento leemos muchos textos de los Salmistas que piden la venganza o el castigo del Señor para sus enemigos: textos que en la oración cristiana, también la litúrgica, se repiten no sin sentir la necesidad de interpretarlos adecuándolos a la enseñanza y ejemplo de Jesús, que amó también a los enemigos. Lo mismo puede decirse de ciertas expresiones del Profeta Jeremías (11, 20; 20, 12; 15, 15) y de los mártires judíos en el Libro de los Macabeos (Cfr. 2 Mac 7, 9, 14, 17, 19). Jesús cambia esa posición ante Dios y pronuncia otras palabras muy distintas. Había recordado a quien la reprochaba su trato frecuente con ´pecadores´, que ya en el Antiguo Testamento, según la palabra inspirada, Dios ´quiere misericordia´ (Cfr. Mt 9, 13).

4. Nótese además que Jesús perdona inmediatamente, aunque la hostilidad de los adversarios continúa manifestándose. El perdón es su única respuesta ala hostilidad de aquellos. Su perdón se dirige a todos los que, humanamente hablando, son responsables de su muerte, no sólo a los ejecutores, los soldados, sino a todos aquellos, cercanos y lejanos, conocidos y desconocidos, que están en el origen del comportamiento que ha llevado a su condena y crucifixión. Por todos ellos pide perdón y así los defiende ante el Padre, de manera que el Apóstol Juan, tras haber recomendado a los cristianos que no pequen, puede añadir: ´Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero´ (1 Jn 2, 1-2). En esta línea se sitúa también el Apóstol Pedro que, en su discurso al pueblo de Jerusalén, extiende a todos a acusación de ´ignorancia´ (Hech 3, 17; cfr. Lc 23, 34) y la oferta del perdón (Hech 3, 19).

Para todos nosotros es consolador saber que, según la Carta a los Hebreos, Cristo crucificado, Sacerdote eterno, permanece siempre como el que intercede en favor de los pecadores que se acercan a Dios a través de El (Cfr. Heb 7, 25).

El es el Intercesor, y también el Abogado, el ´Paráclito´ (Cfr. 1 Jn 2, 1), que en la cruz, en lugar de denunciar la culpabilidad de los que lo crucifican, a atenúa diciendo que no se dan cuenta de lo que hacen. Es benevolencia de juicio; pero también la conformidad con la verdad real, la que sólo El puede ver en aquellos adversarios suyos y en todos los pecadores: muchos pueden ser menos culpables de lo que parezca o se piense, y precisamente por esto Jesús enseñó a ´no juzgar´ (Cfr. Mt 7, 1): ahora, en el Calvario, se hace intercesor y defensor de los pecadores ante el Padre.

5. Este perdón desde la cruz es la imagen y el principio de aquel perdón que Cristo quiso traer a toda la humanidad mediante su sacrificio. Para merecer este perdón y, positivamente, la gracia que purifica y da la vida divina, Jesús hizo la ofrenda heroica de Sí mismo por toda la humanidad. Todos los hombres, cada uno en la concreción de su propio yo, de su bien y mal, están, pues, comprendidos potencialmente e incluso se diría que intencionalmente en la oración de Jesús al Padre: ´perdónales´. También vale para nosotros aquella petición de clemencia y como de comprensión celestial: ´Porque no saben lo que hacen´. Quizá ningún pecador escapa a esa ausencia de conocimiento y, por tanto, al alcance de aquella impetración de perdón que brota del corazón tiernísimo de Cristo que muere en la cruz. Sin embargo, esto no debe empujar a nadie a no tomar en serio la riqueza de la bondad, dela tolerancia y de la paciencia de Dios hasta no reconocer que tal bondad le invita a la conversión (Cfr. Rom 2, 4). Con la dureza de su corazón impenitente ac0umularía cólera sobre sí para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios (0Cfr. Rom 2, 5). No obstante, también Cristo al morir pidió por él perdón al Padre, aunque fuera necesario un milagro para su conversión. ¡Tampoco él, en efecto, sabe lo que hace!

6. Es interesante constatar que ya en el ámbito de las primeras comunidades cristianas, el mensaje del perdón fue acogido y seguido por los primeros mártires de la fe que repitieron la oración de Jesús al Padre casi con sus mismas palabras. Así lo hizo San Esteban protomártir quien, según los Hechos de los Apóstoles, en el momento de su muerte pidió ´Señor, no les tengas en cuenta este pecado´ (Hech 7, 60). También Santiago durante su martirio, según dice Eusebio de Cesarea, tomó los términos de Jesús en demanda de perdón (Eusebio, Historia Ecles. II, 23, 16). Por lo demás, ello constituía a aplicación de la enseñanza del Maestro que les había recomendado: ´Rezad por los que os persigan´ (Mt 5, 44). A la enseñanza, Jesús añadió el ejemplo en el momento supremo de su vida, y sus primeros seguidores siguieron este ejemplo perdonando y pidiendo el perdón divino para sus perseguidores.

7. Pero tenían presente también otro hecho concreto sucedido en el Calvario y que se integra en el mensaje de la cruz como mensaje de perdón. Dice Jesús a un malhechor crucificado con El: ´En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso´ (Lc 23, 43). Es un hecho impresionante, en el que vemos en acción todas las dimensiones de la obra salvífica, que se concreta en el perdón. Aquel malhechor había reconocido su culpabilidad, amonestando a su cómplice y compañero de suplicio, que se mofaba de Jesús: ´Nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos´; y había pedido a Jesús poder participar en el reino que El había a anunciado: ´Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino´ (Lc 23, 42). Consideraba injusta la condena de Jesús: ´No ha hecho nada malo´. No compartía, pues, las imprecaciones de su compañero de condena (´Sálvate a ti y a nosotros´, Lc 23, 39) y de los demás que, como los jefes del pueblo, decían: ´A otros salvó, que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios, el Elegido´ (Lc 23, 35), ni los insultos de los soldados: ´Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate´ (Lc 23, 37).

El malhechor, por tanto, pidiendo a Jesús que se acordara de él, profesa su fe en el Redentor; en el momento de morir, no sólo acepta su muerte como justa pena al mal realizado, sino que se dirige a Jesús para decirle que pone en el toda su esperanza. Esta es la explicación mas obvia de aquel episodio narrado por Lucas, en el que el elemento psicológico (es decir, la transformación de los sentimientos del malhechor), teniendo como causa inmediata la impresión recibida del ejemplo de Jesús inocente que sufre y muere perdonando, tiene, sin embargo, su verdadera raíz misteriosa en la gracia del Redentor, que ´convierte´ a este hombre y le otorga el perdón divino. La respuesta de Jesús, en efecto, es inmediata. Promete el paraíso, en su compañía, para ese mismo día al bandido arrepentido y ´convertido´. Se trata, pues, de un perdón integral: el que había cometido crímenes y robos (y, por tanto, pecados) se convierte en santo en el último momento de su vida.

Se diría que en ese texto de Lucas esta documentada la primera canonización de la historia, realizada por Jesús en favor de un malhechor que se dirige a El en aquel momento dramático. Esto muestra que los hombres pueden obtener, gracias a la cruz de Cristo, el perdón de todas las culpas y también de toda una vida malvada; que pueden obtenerlo también en el último instante, si se rinden a la gracia del Redentor que los convierte y salva.

Las palabras de Jesús al ladrón arrepentido contienen también la promesa de la felicidad perfecta: ´Hoy estarás conmigo en el paraíso´. El sacrificio redentor obtiene, en efecto, para los hombres la bienaventuranza eterna. Es un don de salvación proporcionado ciertamente al valor del sacrificio, a pesar de la desproporción que parece existir entre la sencilla petición del malhechor y la grandeza de la recompensa. La superación de esta desproporción la realiza el sacrificio de Cristo, que ha merecido la bienaventuranza celestial con el valor infinito de su vida y de su muerte. El episodio que narra Lucas nos recuerda que ´el paraíso´ se ofrece a toda la humanidad, a todo hombre que, como el malhechor arrepentido, se abre a la gracia y pone su esperanza en Cristo. Un momento de conversión auténtica, un ´momento de gracia´, que podemos decir con Santo Tomás, ´vale más que todo el universo´ (S.Th. I-II, q. 113, a. 9, ad 2), puede, pues, saldar las deudas de toda una vida, puede realizar en el hombre (en cualquier hombre) lo que Jesús asegura a su compañero de suplicio: ´Hoy estarás conmigo en el paraíso´.





´Ahí tienes a tu Madre´ (23.XI.1988)



1. El mensaje de la cruz comprende algunas palabras supremas de amor que Jesús dirige a su Madre y al discípulo predilecto Juan, presentes en su suplicio del Calvario.

San Juan en su Evangelio recuerda que ´junto a la cruz de Jesús estaba su Madre´ (Jn 19, 25). Era la presencia de una mujer (ya viuda desde hace años, según lo hace pensar todo) que iba a perder a su Hijo. Todas las fibras de su ser estaban sacudidas por lo que había visto en los días culminantes de la pasión y de la que sentía y presentí hora junto al patíbulo. ¿Cómo impedir que sufriera y llorara? La tradición cristiana ha percibido la experiencia dramática de aquella Mujer llena de dignidad y decoro, pero con el corazón traspasado, y se ha parado a contemplarla participando profundamente en su dolor: ´Stabat Mater dolorosa / iuxta Crucem lacrimosa / dum pendebat Filius´.

No se trata sólo de una cuestión ´de la carne o de la sangre´, ni de un afecto indudablemente nobilísimo, pero simplemente humano. La presencia de María junto a la cruz muestra su compromiso de participar totalmente en el sacrificio redentor de su Hijo. María quiso participar plenamente en los sufrimientos de Jesús, ya que no rechazó la espada anunciada por Simeón (Cfr. Lc 2, 35), sino que aceptó con Cristo el designio misterioso del Padre. Ella era la primera partícipe de aquel sacrificio, y permanecería para siempre como modelo perfecto de todos los que aceptaran asociarse sin reservas a la ofrenda redentora.

2. Por otra parte, la compasión materna que se expresaba en esa presencia, contribuía a hacer más denso y profundo el drama de aquella muerte en cruz, tan cercano al drama de muchas familias, de tantas madres e hijos, reunidos por la muerte tras largos periodos de separación por razones de trabajo, de enfermedad, de violencia causada por individuos o grupos.

Jesús, que vio a su Madre junto a la cruz, la evoca en la estela de recuerdos de Nazaret, de Caná, de Jerusalén; quizá revive los momentos del tránsito de José, y luego de su alejamiento de Ella, y de la soledad en la que vivió en los últimos años, soledad que ahora se va a acentuar. María, a su vez, considera todas las cosas que a lo largo de los años ´ha conservado en su corazón´ (Cfr. Lc 2, 19. 51), y que ahora comprende mejor que nunca en orden a la cruz. El dolor y la fe se funden en su alma. Y he aquí que, en un momento, se da cuenta que desde lo alto de la cruz Jesús la mira y le habla.

3. ´Jesús, viendo a su Madre y junto a al discípulo a quien amaba, dice a su madre: !Mujer, ahí tienes a tu hijo!´ (Jn 19, 26). Es un acto de ternura y piedad filial, Jesús no quiere que su Madre se quede sola. En su puesto le deja como hijo al discípulo que María conoce como el predilecto. Jesús confía de esta manera a María una nueva maternidad y la pide que trate a Juan como a hijo suyo. Pero aquella solemnidad del acto de confianza ´Mujer, ahí tienes a tu hijo´, ese situarse en el corazón mismo del drama de la cruz, esa sobriedad y concentración de palabras que se dirán propias de una formula casi sacramental, hacen pensar que, por encima de las relaciones familiares, se considere el hecho en la perspectiva de la obra de la salvación en el que la mujer, María, se ha comprometido con el Hijo del hombre en la misión redentora. Como conclusión de esta obra, Jesús pide a María que acepte definitivamente la ofrenda que El hace de Sí mismo como víctima de expiación, y que considere a Juan como hijo suyo. Al precio de su sacrificio materno recibe esa nueva maternidad.

4. Ese gesto filial, lleno de valor mesiánico, va mucho más allá de la persona del discípulo amado, designado como hijo de María. Jesús quiere dar a María una descendencia mucho más numerosa, quiere instituir una maternidad para María que abarque a todos sus seguidores y discípulos de entonces y de todos los tiempos. El gesto de Jesús tiene, pues, un valor simbólico. No es sólo un gesto de carácter familiar, como el de un hijo que se ocupa de la suerte de su madre, sino que es el gesto del Redentor del mundo que asigna a María, como ´mujer´ un papel de maternidad nueva con relación a todos los hombres, llamados a reunirse en la Iglesia. En ese momento, pues, María es constituida, y casi se diría ´consagrada´, como Madre de la Iglesia desde lo alto de la cruz.

5. En este don hecho a Juan y, en él, a los seguidores de Cristo y a todos los hombres, hay como una culminación del don que Jesús hace de Sí mismo a la humanidad con su muerte en cruz. María constituye con El un ´todo´, no sólo porque son madre e hijo ´según la carne´, sino porque en el designio eterno de Dios están contemplados, predestinados, colocados juntos en el centro de la historia de la salvación; de manera que Jesús siente el deber de implicar a su Madre no sólo en la oblación suya el Padre, sino también en la donación de Sí mismo a los hombres; María, por su parte, está en sintonía perfecta con el Hijo en este acto de oblación y de donación, como para prolongar el ´Fiat´ de a anunciación.

Por otra parte, Jesús, en su pasión, se ha visto despojado de todo. En el Calvario le queda su Madre; con un gesto de desasimiento supremo, la entrega también al mundo entero, antes de llevar a término su misión con el sacrificio de la vida. Jesús es consciente de que ha llegado el momento de la consumación, como dice el Evangelista: ´Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido...´ (Jn 19, 28). Quiere que entre las cosas ´cumplidas´ esté también en el don de la Madre a la Iglesia y al mundo.

6. Se trata ciertamente de una maternidad espiritual, que se realiza según la tradición cristiana y la doctrina de la Iglesia, en el orden de la gracia. ´Madre en el orden de la gracia´ la llama el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium 61). Por tanto, es esencialmente una maternidad ´sobrenatural´, que se inscribe en la esfera en la que opera la gracia, generadora de vida divina en el hombre. Por tanto, es objeto de fe, como lo es la misma gracia con la que está vinculada, pero no excluye sino que incluso comporta todo un florecer de pensamientos, de afectos tiernos y suaves, de sentimientos vivísimos de esperanza, confianza, amor, que forman parte del don de Cristo.

Jesús, que había experimentado y apreciado el amor materno de María en su propia vida, quiso que también sus discípulos pudieran gozar a su vez de ese amor materno como componente de la relación con El en todo el desarrollo de su vida espiritual. Se trata de sentir a María como Madre y de tratarla como Madre, dejándola que nos forme en la verdadera docilidad a Dios, en la verdadera unión con Cristo, y en la caridad verdadera con el prójimo.

7. También se puede decir que este aspecto de la relación con María está incluido en el mensaje de la cruz. El Evangelista dice, en efecto, que Jesús ´luego dijo al discípulo: !Ahí tienes a tu madre!´ (Jn 19, 27). Dirigiéndose al discípulo, Jesús le pide expresamente que se comporte con María como un hijo con su madre. Al amor materno de María deberá corresponder un amor filial. Puesto que el discípulo sustituye a Jesús junto a María, se le invita a que a ame verdaderamente como madre propia. Es como si Jesús dijera: ´Ámala como la he amado yo´. Y ya que en el discípulo, Jesús ve a todos los hombres a los que deja ese testamento de amor, para todos vale la petición de que amen a María como Madre. En concreto, Jesús funda con esas palabras suyas el culto mariano de la Iglesia, a la que hace entender, por medio de Juan, su voluntad de que María reciba un sincero amor filial por parte de todo discípulo del que ella es madre por institución de Jesús mismo. La importancia del culto mariano, querido siempre por la Iglesia, se deduce de las palabras pronunciadas por Jesús en la hora misma de su muerte.

8. El Evangelista concluye diciendo que ´desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa´ (Jn 19, 27). Esto significa que el discípulo respondió inmediatamente a la voluntad de Jesús: desde aquel momento, acogiendo a María en su casa, le ha mostrado su afecto filial, la ha rodeado de toda clase de cuidados, ha obrado de manera que pudiera gozar de recogimiento y de paz a la espera de reunirse con su Hijo, y desempeñar su papel en la Iglesia naciente, tanto en Pentecostés como en los años sucesivos.

Aquel gesto de Juan era la puesta en práctica del testamento de Jesús con respecto a María: pero tenía un valor simbólico para todo discípulo de Cristo, invitado y acoger a María junto a sí, a hacerle un lugar en la propia vida. Por la fuerza de las palabras de Jesús al morir, toda vida cristiana debe ofrecer un ´espacio´ a María, no puede prescindir de su presencia.

Podemos concluir entonces esta reflexión y catequesis sobre el mensaje de la cruz, con la invitación que dirijo a cada uno, de preguntarse cómo acoge a María en su casa, en su vida; también con una exhortación a apreciar cada vez mas el don que Cristo crucificado nos ha hecho, dejándonos como madre a su misma Madre.





Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (30.XI.1988)



1. Según los sinópticos, Jesús gritó dos veces desde la cruz (Cfr. /Mt/27/46-50; /Mc/15/34/37); sólo Lucas (/Lc/23/46) explica el contenido del segundo grito. En el primero se expresan la profundidad e intensidad del sufrimiento de Jesús, su participación interior, su espíritu de oblación y también quizá la lectura profético-mesiánica que El hace de su drama sobre la huella de un Salmo bíblico. Cierto que el primer grito manifiesta los sentimientos de desolación y abandono expresados por Jesús con las primeras palabras del Salmo 21/22: ´A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: "Eloi, Eloi, lema sabactani?´´ (que quiere decir), !Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?!´ (Mc 15, 34; cfr. Mt 27, 46). Marco trae las palabras en arameo. Se puede suponer que ese grito haya parecido de tal forma característico, que los testigos auriculares del hecho, cuando narraron el drama del Calvario, encontraron oportuno repetir las mismas palabras de Jesús en arameo, la lengua que hablaban El y la mayoría de los israelitas contemporáneos suyos. A Marco le pudieron ser referidas por Pedro, como sucede con la palabra ´Abbá´= Padre (Cfr. Mc 14, 36) en la oración de Getsemaní.

2. Que Jesús use en su primer grito las palabras iniciales del Salmo 21/22, es algo significativo por diversas razones. En el espíritu de Jesús, que acostumbraba a rezar siguiendo los textos sagrados de su pueblo, se habían depositado muchas de aquellas palabras y frases que le impresionaban particularmente porque expresaban mejor la necesidad y a angustia del hombre delante de Dios y aludían de algún modo a la condición de Aquel que tomaría sobre sí toda nuestra iniquidad (Cfr. Is 53, 11).

Por eso, en la hora del Calvario fue espontáneo para Jesús apropiarse de aquella pregunta que el Salmista hace a Dios sintiéndose agotado por el sufrimiento. Pero en su boca el ´por qué´ dirigido a Dios era muy eficaz al expresar un estupor dolido por el sufrimiento que no tenía una explicación simplemente humana, sino que constituía un misterio del que sólo el Padre tenía la clave. Por esto, aun naciendo del recuerdo del Salmo leído o recitado en la sinagoga, la pregunta encerraba un significado teológico en relación con, el sacrificio mediante el cual Cristo debía, en total solidaridad con el hombre pecador, experimentar en Sí el abandono de Dios. Bajo el influjo de esta tremenda experiencia interior, Jesús al morir encuentra la fuerza para estallar con este grito.

En aquella experiencia, en aquel grito, en aquel ´por qué´ dirigido al cielo, Jesús establece también un nuevo modo de solidaridad con nosotros, que tan a menudo nos vemos llevados a levantar ojos y labios al cielo para expresar nuestro lamento, y alguno incluso su desesperación.

3. Escuchando a Jesús pronunciar su ´por qué´, aprendemos que también los hombres que sufren pueden pronunciarlo, pero con esas mismas disposiciones de confianza y abandono filial de las que Jesús es maestro y modelo para nosotros. En el ´por qué´ de Jesús, no hay ningún sentimiento o resentimiento que lleve a la rebelión o que induzca a la desesperación; no hay sombra de reproche dirigido al Padre, sino que es la expresión de la experiencia de fragilidad, de soledad, de abandono a Sí mismo, hecha por Jesús en nuestro lugar; por El, que se convierte así en el primero de los ´humillados y ofendidos´, el primero de los abandonados, el primero de los ´desamparados´ (como le llaman los españoles), pero que al mismo tiempo nos dice que sobre todos estos pobres hijos de Eva vela la mirada benigna de la Providencia auxiliadora.

4. En realidad, si Jesús prueba el sentimiento de verse abandonado por el Padre, sabe, sin embargo, que no lo esta en absoluto. El mismo dijo: ´El Padre y yo somos una sola cosa´ (Jn 10, 30), y hablando de la pasión futura: ´Yo no estoy solo porque el Padre está conmigo´ (Jn 16, 32). En la cima de su espíritu Jesús tiene la visión neta de Dios y la certeza de la unión con el Padre. Pero en las zonas que lindan con la sensibilidad y, por ello, más sujetas a las impresiones, emociones, repercusiones de las experiencias dolorosas internas y externas, el alma humana de Jesús se reduce a un desierto, y El no siente ya la ´presencia´ del Padre, sino la trágica experiencia de la más completa desolación.

5. Aquí se puede trazar un cuadro sumario de aquella situación sicológica de Jesús con relación a Dios.

Los acontecimientos exteriores parecen manifestar a ausencia del Padre que deja crucificar a su Hijo aun disponiendo de ´legiones de ángeles´ (Cfr. Mt 26, 53), sin intervenir para impedir su condena a la muerte y al suplicio. En el huerto de los Olivos Simón Pedro había desenvainado una espada en su defensa, siendo rápidamente interrumpido por el mismo Jesús (Cfr. Jn 18, 10s.); en el pretorio Pilato había intentado varias veces maniobras diversas para salvarle (Cfr. Jn 18, 31. 38 s.; 19, 46. 12-15); pero el Padre, ahora, calla. Aquel silencio de Dios pesa sobre el que muere como la pena más gravosa, tanto más cuanto que los adversarios de Jesús consideran aquel silencio como su reprobación: ´Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: !Soy Hijo de Dios!´ (Mt 27, 43).

En la esfera de los sentimientos y de los afectos, este sentido de la ausencia y el abandono de Dios fue la pena más terrible para el alma de Jesús, que sacaba su fuerza y alegría de la unión con el Padre. Esa pena hizo más duros todos los demás sufrimientos. Aquella falta de consuelo interior fue su mayor suplicio.

6. Pero Jesús sabía que con esta fase extrema de su inmolación, que llegó hasta las fibras más íntimas de su corazón, completaba la obra de la redención que era el fin de su sacrificio por la reparación de los pecados. Si el pecado es la separación de Dios, Jesús debía probar en la crisis de su unión con el Padre, un sufrimiento proporcionado a esa separación.

Por otra parte, citando el comienzo del Salmo 21/22 que quizá continuó diciendo mentalmente durante la pasión, Jesús no ignoraba su conclusión, que se transforma en un himno de liberación y en un anuncio de salvación dado a todos por Dios. La experiencia del abandono es, pues, una pena pasajera que cede el puesto a la liberación personal y a la salvación universal. En el alma afligida de Jesús tal perspectiva alimento ciertamente la esperanza, tanto más cuanto que siempre presentó su muerte como un paso hacia la resurrección, como su verdadera glorificación. Con este pensamiento su alma recobra vigor y alegría sintiendo que está próxima, precisamente en el culmen del drama de la cruz, la hora de la victoria.

7. Sin embargo, poco después, quizá por influencia del Salmo 21/22, que reaparecía en su memoria, Jesús dice estas otras palabras: ´Tengo sed´ (Jn 19,28).

Es muy comprensible que con estas palabras Jesús aluda a la sed física, al gran tormento que forma parte de la pena de la crucifixión, como explican los estudiosos de estas materias. También se puede añadir que el manifestar su sed Jesús dio prueba de humildad, expresando una necesidad física elemental, como haberla hecho otro cualquiera. También en esto Jesús se hace y se muestra solidario con todos los que, vivos o moribundos, sanos o enfermos, pequeños o grandes, necesitan y piden al menos un poco de agua... (Cfr. Mt 10, 42). Es hermoso para nosotros pensar que cualquier socorro prestado aun moribundo, se le presta a Jesús crucificado!

8. No podemos ignorar a anotación del Evangelista, el cual escribe que Jesús pronunció tal expresión ´Tengo sed´ ´para que se cumpliera la Escritura´ (Jn 19, 28 También en esas palabras de Jesús hay otra dimensión, además de la físico-sicológica. La referencia es también al Salmo 21/22: ´Mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte´ (Sal 21/22, 16). También en el Salmo 68/69, 22 se lee: ´Para mi sed me dieron vinagre´.

En las palabras del Salmista se trata de sed física, pero en los labios de Jesús la sed entra en la perspectiva mesiánica del sufrimiento de la cruz. En su sed, Cristo moribundo busca otra bebida muy distinta del agua o del vinagre: como cuando en el pozo de Sicar pidió a la samaritana: ´Dame de beber´ (Jn 4, 7). La sed física, entonces, fue símbolo y tránsito hacia otra sed: la de la conversión de aquella mujer. Ahora, en la cruz, Jesús tiene sed de una humanidad nueva, como la que deberá surgir de su sacrificio, para que se cumplan las Escrituras. Por eso relaciona el Evangelista el ´grito de sed´ de Jesús con las Escrituras. La sed de la cruz, en boca de Cristo moribundo, es la última expresión de ese deseo del bautismo que tenía que recibir y de fuego con el cual encender la tierra, manifestado por él durante su vida. ´He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!´ (Lc 12, 49-50). Ahora se va a cumplir ese deseo, y con aquellas palabras Jesús confirma el amor ardiente con que quiso recibir ese supremo ´bautismo´ para abrirnos a todos nosotros la fuente del agua que sacia y salva verdaderamente (Cfr. Jn 4, 13-14).







‘Todo está cumplido’ (07.XII.1988)



1. ´Todo está cumplido´ (/Jn/19/30). Según el Evangelio de Juan, Jesús pronunció estas palabras poco antes de expirar. Fueron las últimas palabras. Manifiestan su conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo (Cfr. Jn 17, 4). Nótese que no es tanto la conciencia de haber realizado sus proyectos, cuanto la de haber efectuado la voluntad del Padre en la obediencia que le impulsa a la inmolación completa de Sí en la cruz. Ya sólo por esto Jesús moribundo se nos presenta como modelo de lo que debería ser la muerte de todo hombre: la ejecución de la obra asignada a cada uno para el cumplimiento de los designios divinos. Según el concepto cristiano de la vida y de la muerte, los hombres, hasta el momento de la muerte, están llamados a cumplir la voluntad del Padre, y la muerte es el último acto, el definitivo y decisivo, del cumplimiento de esta voluntad. Jesús nos lo enseña desde la cruz.

2. ´Padre, en tus manos pongo mi espíritu´ (Lc 23, 46). Con estas palabras Lucas explícita el contenido del segundo grito que Jesús lanzó poco antes de morir (Cfr. Mc 13, 37, Mt 27, 50). En el primer grito había exclamado: ´Dios mío Dios mío, ¿por qué me has abandonado?´ (Mc 15, 34; Mt 27, 46). Estas palabras se completan con aquellas otras que constituyen el fruto de una reflexión interior madurada en la oración. Si por un momento Jesús ha tenido y sufrido la tremenda sensación de ser abandonado por el Padre, ahora su alma actúa del único modo que, como El bien sabe, corresponde a un hombre que al mismo tiempo es también el ´Hijo predilecto´ de Dios: el total abandono en sus manos.

Jesús expresa este sentimiento suyo con palabras que pertenecen al Salmo 30/31: el Salmo del afligido que prevé su liberación y da gracias a Dios que la va a realizar: ´A tus manos encomiendo mi espíritu, tú el Dios leal me librarás´ (Sal 30/31 6). Jesús, en su lúcida agonía, recuerda y balbucea también algún versículo de ese Salmo, recitado muchas veces durante su vida. Pero en la narración del Evangelista, aquellas palabras en boca de Jesús adquieren un nuevo valor.

3. Con la invocación ´Padre´ (´Abbá´), Jesús confiere un acento filial a su abandono en !as manos de! Padre. Jesús muere como Hijo. Muere en perfecta conformidad con el querer del Padre, con la finalidad de amor que el Padre le ha confiado y que el Hijo conoce bien. En la perspectiva del Salmista el hombre, afectado por la desventura y afligido por el dolor, pone su espíritu en manos de Dios para huir de la muerte que le amenaza. Jesús por el contrario, acepta la muerte y pone su espíritu en manos del Padre para atestiguarle su obediencia y manifestarle su confianza en una nueva vida. Su abandono es, pues, más pleno y radical, más audaz, más definitivo, más cargado de voluntad oblativa.

4. Además, este último grito completa el primero, como hemos notado desde el principio. Retomemos los dos textos y veamos que resulta de su comparación. Ante todo bajo el aspecto meramente lingüístico y casi semántico.

El término ´Dios´ del Salmo 21/22 se toma, en el primer grito, como una invocación que puede significar extravío del hombre en la propia nada ante la experiencia del abandono por parte de Dios, considerado en su trascendencia y experimentado casi en un estado de ´separación´ (el ´Santo´, el Eterno, el Inmutable). En el grito posterior Jesús recurre al Salmo 30/31 insertando la invocación de Dios como Padre (Abbá), apelativo que le es habitual y con el que se expresa bien la familiaridad de un intercambio de calor paterno y de actitud filial.

Además: en el primer grito Jesús también incluye un ´por qué´ a Dios, ciertamente con profundo respeto hacia su voluntad, su potencia, su grandeza infinita, pero sin reprimir el sentido de turbación humana que suscita una muerte como aquella. Ahora, por el contrario, en el segundo grito, está la expresión de abandono confiado en los brazos del Padre sabio y benigno, que lo dispone y rige todo con amor. Ha habido un momento de desolación, en el que Jesús se ha sentido sin apoyo y defensa por parte de todos, incluso hasta de Dios: un momento tremendo; pero ha sido superado pronto gracias al acto de entrega de Sí en manos del Padre, cuya presencia amorosa e inmediata advierte Jesús en la estructura más profunda de su propio Yo, ya que El esta en el Padre como el Padre está en El (Cfr. Jn 10, 38; 14, 10 s.), ¡también en la cruz!

5. Las palabras y gritos de Jesús en la cruz, para que puedan comprenderse, deben considerarse en relación a lo que El mismo había anunciado anteriormente, en las predicciones de su muerte y en la enseñanza sobre el destino del hombre a una nueva vida. La muerte es para todos un paso a la existencia en el más allá; para Jesús es, más todavía, la premisa de la resurrección que tendrá lugar al tercer día. La muerte, pues, tiene siempre un carácter de disolución del compuesto humano, disolución que suscita repulsa; pero tras el grito primero, Jesús pone con gran serenidad su espíritu en manos del Padre, en vistas a la nueva vida y, más aún, a la resurrección de la muerte, que señalará la coronación de misterio pascual. Así, después de todos los tormentos de los sufrimientos padecidos, físicos y morales, Jesús abraza la muerte como una entrada en la paz inalterable de ese ´seno del Padre´ hacia el que ha estado dirigida toda su vida.

6. Jesús con su muerte revela que al final de la vida el hombre no está destinado a sumergirse en la oscuridad, en el vacío existencial, en la vorágine de la nada, sino que está invitado al encuentro con el Padre, hacia el que se ha movido en el camino de la fe y del amor durante la vida, y en cuyos brazos se han arrojado con santo abandono en la hora de la muerte. Un abandono que, como el de Jesús, comporta el don total de sí por parte de un alma que acepta ser despojada de su cuerpo y de la vida terrestre, pero que sabe que encontrará la nueva vida, la participación en la vida misma de Dios en el misterio trinitario, en los brazos y en el corazón del Padre.

7. Mediante el misterio inefable de la muerte, el alma del Hijo llega a gozar de la gloria del Padre en la comunión del Espíritu (Amor del Padre y del Hijo). Esta es la ´vida eterna´, hecha de conocimiento, de amor, de alegría y de paz infinita.

El Evangelista Juan dice de Jesús que ´entregó el espíritu´ (Jn 19, 30). Mateo, que ´exaltó el espíritu´ (Mt 27, 50), Marcos y Lucas, que ´expiró´ (Mc 15, 37; Lc 23, 46). Es el alma de Jesús que entra en la visión beatífica en el seno de la Trinidad. En esta luz de eternidad puede captarse algo de la misteriosa relación entre la humanidad de Cristo y la Trinidad, que aflora en la Carta a los Hebreos cuando, hablando de la eficacia salvífica de la Sangre de Cristo, muy superior a la sangre de los animales ofrecidos en los sacrificios de la Antigua Alianza, escribe que Cristo en su muerte ´por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios (Heb 9, 14).







LA MUERTE DE CRISTO, - SU CARÁCTER REDENTOR



Fecundidad de la muerte redentora de Cristo (14.XII.1988



Descendió a los infiernos (11.01.19.1989)

Fecundidad de la muerte redentora de Cristo
(14-XII-1988)



1. El Evangelista Marcos escribe que, cuando Jesús murió, el centurión que estaba al lado viéndolo expirar de aquella forma, dijo: ´Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios´ (Mc 15, 39). Esto significa que en aquel momento el centurión romano tuvo una intuición lúcida de la realidad de Cristo, una percepción inicial de la verdad fundamental de la fe.

El centurión había escuchado los improperios e insultos que habían dirigido a Jesús sus adversarios, y, en particular, las mofas sobre el título de Hijo de Dios reivindicado por aquel que ahora no podía descender de la cruz ni hacer nada para salvarse a sí mismo.

Mirando al Crucificado, quizá ya durante a agonía pero de modo mas intenso y penetrante en el momento de su muerte, y quizá, quién sabe, encontrándose con su mirada, siente que Jesús tiene razón. Si, Jesús es un hombre, y muere de hecho; pero en EI hay más que un hombre, es un hombre que verdaderamente, como el mismo dijo, es Hijo de Dios. Ese modo de sufrir y morir, ese poner el espíritu en manos del Padre, esa inmolación evidente por una causa suprema a la que ha dedicado toda su vida, ejercen un poder misterioso sobre aquel soldado, que quizá ha llegado al calvario tras una larga aventura militar y espiritual, como ha insinuado algún escritor, y que en ese sentido puede representar a cualquier pagano que busca algún testimonio revelador de Dios.

2. El hecho es notable también porque en aquella hora los discípulos de Jesús están desconcertados y turbados en su fe (Cfr. Mc 14, 50; Jn 16, 32). El centurión, por el contrario, precisamente en esa hora inaugura la serie de paganos que, muy pronto, pedirán ser admitidos entre los discípulos de aquel Hombre en el que, especialmente después de su resurrección, reconocerán al Hijo de Dios, como lo testificar los Hechos de los Apóstoles.

El centurión del Calvario no espera la resurrección: le bastan aquella muerte, aquellas palabras y aquella mirada del moribundo, para llegar a pronunciar su acto de fe. ¿Cómo no ver en esto el fruto de un impulso de la gracia divina, obtenido con su Sacrificio por Cristo Salvador a aquel centurión?

El centurión, por su parte, no he dejado de poner la condición indispensable para recibir la gracia de la fe: la objetividad, que es la primera forma de lealtad. El ha mirado, ha visto, ha cedido ante la realidad de los hechos y por eso se le ha concedido creer. No ha hecho cálculos sobre las ventajas de estar de parte del sanedrín, ni se ha dejado intimidar por él, como Pilato (Cfr. Jn 19, 8); ha mirado a las personas y a las cosas y ha asistido como testigo imparcial a la muerte de Jesús. Su alma en esto estaba limpia y bien dispuesta. Por eso le ha impresionado la fuerza de la verdad y ha creído. No dudó en proclamar que aquel hombre era Hijo de Dios. Era el primer signo de la redención ya acaecida.

3. San Juan registra otro signo cuando describe que ´uno de los soldados con una lanza le abrió el costado y al punto salió sangre y agua´ (Jn 19, 34).

Nótese que Jesús ya está muerto. Ha muerto antes que los dos malhechores crucificados con El. Esto prueba la intensidad de sus sufrimientos.

La lanzada no es, por tanto, un nuevo sufrimiento infligido a Jesús. Más bien sirve como signo del don total que El ha hecho de sí mismo, signo inscrito en su misma carne con la transfixión del costado, y puede decirse que con a apertura de su corazón, manifiesta simbólicamente aquel amor por el que Jesús dio y continuará dando todo a la humanidad.

4. De aquella abertura del corazón corren el agua y la sangre. Es un hecho que puede explicarse fisiológicamente. Pero el Evangelio lo cita por su valor simbólico: es un signo y anuncio de la fecundidad del sacrificio. Es tan grande la importancia que le atribuye el Evangelista que, apenas narrado el episodio, añade: ´El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y el sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis´ (Jn 19, 35). Se apela, por tanto, a una constatación directa, realizada por el mismo, para subrayar que se trata de un acontecimiento cargado de un valor significativo respecto a los motivos y efectos del sacrificio de Cristo.

5. De hecho el Evangelista reconoce en el suceso el cumplimiento de lo que había sido predicho en dos textos proféticos. El primero, respecto al cordero pascual de los hebreos, al cual, ´no se le quebrará hueso alguno´ (Ex 12, 46; Nm 9 12; cfr. Sal 54, 21). Para el Evangelista Cristo crucificado es pues, el Cordero pascual y el ´Cordero desangrado´, como dice Santa Catalina de Siena, el Cordero de la Nueva Alianza prefigurado en la pascua de la ley antigua y ´signo eficaz´ de la nueva liberación de la esclavitud del pecado no sólo de Israel sino de toda la humanidad.

6. La otra cita bíblica que hace Juan es un texto oscuro atribuido al Profeta Zacarías que dice: ´Mirarán al que traspasaron´ (Zac 12, 10). La profecía se refiere a la liberación de Jerusalén y Judá por manos de un Rey, por cuya venida la nación reconoce su culpa y se lamenta sobre aquel que ella ha traspasado de la misma manera que se llora por un hijo único que se ha perdido. El Evangelista aplica el texto a Jesús traspasado y crucificado, ahora contemplado con amor. A las miradas hostiles del enemigo suceden las miradas contemplativas y amorosas de los que se convierten. Esta posible interpretación sirve para comprender la perspectiva teológico-profética en la que el Evangelista considera la historia que ve desarrollarse desde el corazón abierto de Jesús.

7. La sangre y el agua han sido interpretados de diversa forma en su valor simbólico.

En el Evangelio de Juan es posible observar una relación entre el agua que brota del corazón traspasado y la invitación de Jesús en la fiesta de los Tabernáculos: ´Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí. De su seno correrán ríos de agua viva´ (Jn 7, 37-38; cfr. 4 1, 10-14; Ap 22, 1). El Evangelista precisa después que Jesús se refería al Espíritu que iban a recibirlos que creyeran en El (Jn 7, 39).

Algunos han interpretado la sangre como símbolo de la remisión de los pecados por el sacrificio expiatorio y el agua como símbolo de purificación.

Otros han puesto en relación el agua y la sangre con el bautismo y la Eucaristía.

El Evangelista no ha ofrecido los elementos suficientes para interpretaciones precisas. Pero parece que se haya dado una indicación en el texto sobre el corazón traspasado del que manan sangre y agua; la efusión de gracia que proviene del sacrificio, como él mismo dice del Verbo encarnado desde el comienzo de su Evangelio: ´De su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia´ (Jn 1, 16).

8. Queremos concluir observando que el testimonio del discípulo predilecto asume todo su sentido si pensamos que este discípulo había reclinado su cabeza sobre el pecho de Jesús durante la ultima Cena. Ahora él veía ese pecho desgarrado. Por esto sentía la necesidad de subrayar el símbolo de la caridad infinita que había descubierto en aquel corazón e invitaba a los lectores de su Evangelio y a todos los cristianos a que contemplaran ese corazón ´que tanto había amado a los hombres´ que se habían entregado en sacrificio por ellos.







Descendió a los infiernos - (11-I-1989)



1. En las catequesis más recientes hemos explicado, con el ayuda de textos bíblicos, el artículo del Símbolo de los Apóstoles que dice de Jesús: ´Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado y sepultado´. No se trataba sólo de narrar la historia de la pasión, sino de penetrar la verdad de fe que encierra y que el Símbolo hace que profesemos: la redención humana realizada por Cristo con su sacrificio. Nos hemos detenido particularmente en la consideración de su muerte y de las palabras pronunciadas por él durante la agonía en la cruz, según la relación que nos han transmitido los evangelistas sobre ello. Tales palabras nos ayudan a descubrir y a entender con mayor profundidad el espíritu con el que Jesús se inmoló por nosotros.

Ese artículo de fe se concluye, como acabamos de repetir, con las palabras: ´... y fue sepultado´. Parecería una pura anotación de crónica: sin embargo es un dato cuyo significado se inserta en el horizonte más amplio de toda la Cristología. Jesucristo es el Verbo que se ha hecho carne para asumir la condición humana y hacerse semejante a nosotros en todo excepto en el pecado (Cfr. Heb 4 15). Se ha convertido verdaderamente en ´uno de nosotros´ (Cfr. Concilio Vaticano 11 Const. Gaudium et Spes 22) para poder realizar nuestra redención, gracias a la profunda solidaridad instaurada con cada miembro de la familia humana. En esa condición de hombre verdadero sufrió enteramente la suerte del hombre, hasta la muerte, a la que habitualmente sigue la sepultura, al menos en el mundo cultural y religioso en el que se insertó y vivió. La sepultura de Cristo es, pues, objeto de nuestra fe en cuanto nos propone de nuevo su misterio de Hijo de Dios que se hizo hombre y llegó hasta el extremo del acontecer humano.

2. A estas palabras conclusivas del artículo sobre la pasión y muerte de Cristo, se une en cierto modo el artículo siguiente que dice: ´Descendió a los infiernos´ En dicho artículo se reflejan algunos textos del Nuevo Testamento que veremos enseguida. Sin embargo será bueno decir previamente que, si en el período de las controversias con los arrianos la fórmula arriba indicada se encontraba en los textos de aquellos herejes, sin embargo fue introducida también en el así llamado Símbolo de Aquileya que era una de las profesiones de la fe católica entonces vigentes, redactada a final del siglo IV (Cfr. DS 16). Entró definitivamente en la enseñanza de los concilios con el Lateranense IV (1215) y con el 11 Concilio de Lión en la profesión de fe de Miguel el Paleólogo (1274).

Como punto de partida aclárese además que la expresión ´infiernos´ no significa el infierno, el estado de condena sino la morada de los muertos, que en hebreo se decía sheol y en griego hades (Cfr. Hech 2, 31).

3. Son numerosos los textos del Nuevo Testamento de los que se deriva aquella fórmula. El primero se encuentra en el discurso de Pentecostés del Apóstol Pedro que refiriéndose al Salmo 16, para confirmar el anuncio de la resurrección de Cristo allí contenido, afirma que el profeta David ´vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción´ (Hech 2, 31). Un significado parecido tiene la pregunta que hace el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: ´¿Quién bajará al abismo? Esto significa hacer subir a Cristo de entre los muertos´ (Rom 10, 7).

También en la Carta a los Efesios hay un texto que, siempre en relación con un versículo del Salmo 68: ´Subiendo a altura ha llevado cautivos y ha distribuido dones a los hombres´ (Sal 68, 19), plantea una pregunta significativa: ´¿Qué quiere decir ´´subió sino que antes bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo´ (Ef 4, 8-10). De esta manera el Autor parece vincular el ´descenso´ de Cristo al abismo (entre los muertos), del que habla la Carta a los Romanos con su ascensión al Padre, que da comienzo a la ´realización´ escatológica de todo en Dios.

A este concepto corresponden también las palabras puestas en boca de Cristo: ´Yo soy el Primero y el Ultimo, el que vive. Estuve muerto pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades´ (Ap 1, 17-18).

4. Como se ve en los textos mencionados, el artículo del Símbolo de los Apóstoles ´descendió a los infiernos´ tiene su fundamento en las afirmaciones del Nuevo Testamento sobre el descenso de Cristo tras la muerte en la cruz, al ´país de la muerte´, al ´lugar de los muertos´ que en el lenguaje del Antiguo Testamento se llamaba ´sheol´. Si en la Carta a los Efesios se dice ´en las regiones inferiores de la tierra´, es porque la tierra acoge el cuerpo humano después de la muerte, y así acogió también el cuerpo de Cristo que expiró en el Gólgota como lo describen los Evangelistas (Cfr. Mt 27, 59 s. y paralelos; Jn 19 40-42). Cristo pasó a través de una auténtica experiencia de muerte incluido el momento final que generalmente forma parte de su economía global: fue puesto en el sepulcro.

Es la confirmación de que su muerte fue real, y no sólo aparente. Su alma, separada del cuerpo, fue glorificada en Dios, pero el cuerpo yacía en el sepulcro en estado de cadáver.

Durante los tres días (no completos) transcurridos entre el momento en que ´expiró´ (Cfr. Mc 15, 37) y la resurrección, Jesús experimentó el ´estado de muerte´, es decir, la separación del alma y cuerpo, en el estado y condición de todos los hombres. Este es el primer significado de las palabras ´descendió a los infiernos´, vinculadas con lo que el mismo Jesús había anunciado previamente cuando, refiriéndose a la historia de Jonás, dijo: ´Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches´ (Mt 12, 40).

5. Precisamente se trataba de esto; el corazón o el seno de la tierra. Muriendo en la cruz, Jesús entregó su espíritu en manos del Padre: ´Padre en tus manos encomiendo mi espíritu´ (Lc 23, 46). Si la muerte comporta la separación de alma y cuerpo, se sigue de ello que también para Jesús se tuvo por una parte el estado de cadáver del cuerpo, y por otra la glorificación celeste de su alma desde el momento de la muerte. La primera Carta de Pedro habla de esta dualidad cuando, refiriéndose a la muerte sufrida por Cristo por los pecados, dice de él: ´Muerto en la carne, vivificado en el espíritu´ (1 Ped 3, 18). Alma y cuerpo se encuentran por tanto en la condición terminal correspondiente a su naturaleza, aunque en el plano ontológico el alma tiende a recomponer la unidad con el propio cuerpo. El Apóstol sin embargo añade: ´En el espíritu (Cristo) fue también a predicar a los espíritus encarcelados´ (1 Ped 3, 19). Esto parece ser una representación metafórica de la extensión, también a los que murieron antes que El, del poder de Cristo crucificado.

6. Aun en su oscuridad, el texto petrino confirma los demás textos en cuanto a la concepción del ´descenso a los infiernos´ como cumplimiento, hasta la plenitud, del mensaje evangélico de la salvación. Es Cristo el que, puesto en el sepulcro en cuanto al cuerpo, pero glorificado en su alma admitida en la plenitud de la visión beatifica de Dios, comunica su estado de beatitud a todos los justos con los que, en cuanto al cuerpo, comparte el estado de muerte.

En la Carta a los Hebreos se encuentra la descripción de la obra deliberación de los justos realizada por El: ´Por tanto... así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, par aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y liberar a cuantos por temor a la muerte estaban de por vida sometidos a la esclavitud´ (Heb 2, 14-15). Como muerto (y al mismo tiempo como vivo ´para siempre´), Cristo tiene ´las llaves de la Muerte y del Hades´ (Cfr. Ap 1, 17)18). En esto se manifiesta y realiza la potencia salvífica de la muerte sacrificial de Cristo, operadora de redención respecto a todos los hombres, también de aquellos que murieron antes de su venida y de su ´descenso a los infiernos´, pero que fueron alcanzados por su gracia justificadora.

7. Leemos también en la Primera Carta de San Pedro: ´...por eso hasta al os muertos se ha anunciado la Buena Nueva, para que, condenados en carne según los hombres, vivan en espíritu según Dios´ (1 Ped 4, 6). También este versículo, aun no siendo de fácil interpretación, remarca el concepto del ´descenso a los infiernos´ como la última fase de la misión del Mesías; fase ´condensada´ en pocos días por los textos que tratan de hacer una presentación accesible a quien está habituado a razonar y a hablar en metáforas espacio) temporales, pero inmensamente amplio en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y lugares, también de aquellos que en los días de la muerte y sepultura de Cristo yacían ya en el ´reino de los muertos´. La Palabra del Evangelio y de la cruz llega a todos, incluso a los que pertenecen a las generaciones pasadas más lejanas, porque todos los que se salvan han sido hechos partícipes de la Redención, aun antes de que sucediera el acontecimiento histórico del sacrificio de Cristo en el Gólgota. La concentración de su evangelización y redención en los días de la sepultura quiere subrayar que en el hecho histórico de la muerte de Cristo está inserto el misterio supra histórico de la causalidad redentora de la humanidad de Cristo, ´instrumento´ de la divinidad omnipotente. Con el ingreso del alma de Cristo en la visión beatífica en el seno de la Trinidad, encuentra su punto de referencia y de explicación la ´liberación de la prisión´ de los justos, que habían descendido al reino de la muerte antes de Cristo. Por Cristo y en Cristo se abre ante ellos la libertad definitiva de la vida del Espíritu, como participación en la Vida de Dios (Cfr. Santo Tomás, III, q. 52, a. 6). Esta es la ´verdad´ que puede deducirse de los textos bíblicos citados y que se expresa en el artículo del Credo que habla del ´descenso a los infiernos´.

8. Podemos decir, por tanto, que la verdad expresada por el Símbolo de los Apóstoles con las palabras ´descendió a los infiernos´, al tiempo que contiene una confirmación de la realidad de la muerte de Cristo, proclama también el inicio de su glorificación. No sólo de El, sino de todos los que por medio de su sacrificio redentor han madurado en la participación de su gloria en la felicidad del reino de Dios.







La Resurrección como hecho histórico que afirma la fe (25.01.1989)



1. En esta catequesis afrontamos la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, documentada por el Nuevo Testamento, creída y vivida como verdad central por las primeras comunidades cristianas, transmitida como fundamental por la tradición, nunca olvidada por los cristianos verdaderos y hoy profundizada, estudiada y predicada como parte esencial del misterio pascual, junto con la cruz; es decir la resurrección de Cristo. De El, en efecto, dice el Símbolo de los Apóstoles que ´al tercer día resucitó de entre los muertos´; y el Símbolo niceno-constantinopolitano precisa: ´Resucitó al tercer día, según las Escrituras´.

Es un dogma de la fe cristiana, que se inserta en un hecho sucedido y constatado históricamente. Trataremos de investigar ´con las rodillas de lamente inclinadas´ el misterio enunciado por el dogma y encerrado en el acontecimiento, comenzando con el examen de los textos bíblicos que lo atestiguan.

2. El primero y más antiguo testimonio escrito sobre la resurrección de Cristo se encuentra en la primera Carta de San Pablo a los Corintios. En ella el Apóstol recuerda a los destinatarios de la Carta (hacia la Pascua del año 57 d. De C.): ´Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde a todos los Apóstoles. Y en último lugar a mi, como a un abortivo´ (1 Cor 15, 3-8).

Como se ve, el Apóstol haba aquí de la tradición viva de la resurrección, de la que él había tenido conocimiento tras su conversión a las puertas de Damasco (Cfr. Hech 9, 3)18). Durante su viaje a Jerusalén se encontró con el Apóstol Pedro, y también con Santiago, como lo precisa la Carta a los Gálatas (1,18 ss.), que ahora ha citado como los dos principales testigos de Cristo resucitado.

3. Debe también notarse que, en el texto citado, San Pablo no habla sólo de la resurrección ocurrida el tercer día ´según las Escrituras´ (referencia bíblica que toca ya la dimensión teológica del hecho), sino que al mismo tiempo recurre a los testigos a los que Cristo se apareció personalmente. Es un signo, entre otros, de que la fe de la primera comunidad de creyentes, expresada por Pablo en la Carta a los Corintios, se basa en el testimonio de hombres concretos, conocidos por los cristianos y que en gran parte vivían todavía entre ellos. Estos ´testigos de la resurrección de Cristo´ (Cfr. Hech 1, 22), sonante todo los Doce Apóstoles, pero no sólo ellos: Pablo habla de a aparición de Jesús incluso a más de quinientas personas a la vez, además de las apariciones a Pedro, a Santiago y a los Apóstoles.

4. Frente a este texto paulino pierden toda admisibilidad las hipótesis con las que se ha tratado, en manera diversa, de interpretar la resurrección de Cristo abstrayéndola del orden físico, de modo que no se reconocía como un hecho histórico; por ejemplo, la hipótesis, según la cual la resurrección no sería otra cosa que una especie de interpretación del estado en el que Cristo se encuentra tras la muerte (estado de vida, y no de muerte), o la otra hipótesis que reduce la resurrección al influjo que Cristo, tras su muerte, no dejó de ejercer (y más aún reanudó con nuevo e irresistible vigor) sobre sus discípulos. Estas hipótesis parecen implicar un prejuicio de rechazo a la realidad de la resurrección, considerada solamente como ´el producto´ del ambiente, o sea, de la comunidad de Jerusalén. Ni la interpretación ni el prejuicio hallan comprobación en los hechos. San Pablo, por el contrario, en el texto citado recurre a los testigos oculares del ´hecho´: su convicción sobre la resurrección de Cristo, tiene por tanto una base experimental. Está vinculada a ese argumento ´ex factis´, que vemos escogido y seguido por los Apóstoles precisamente en aquella primera comunidad de Jerusalén. Efectivamente, cuando se trata de la elección de Matías, uno de los discípulos más asiduos de Jesús, para completar el número de los ´Doce´ que había quedado incompleto por la traición y muerte de Judas Iscariote, los Apóstoles requieren como condición que el que sea elegido no sólo haya sido ´compañero´ de ellos en el período en que Jesús enseñaba y actuaba, sino que sobre todo pueda ser ´testigo de su resurrección´ gracias a la experiencia realizada en los días anteriores al momento en el que Cristo (como dicen ellos) ´fue ascendido al cielo entre nosotros´ (Hech 1, 22).

5. Por tanto no se puede presentar la resurrección, como hace cierta crítica neostestamentaria poco respetuosa de los datos históricos, como un ´producto´ de la primera comunidad cristiana, la de Jerusalén. La verdad sobre la resurrección no es un producto de la fe de los Apóstoles o de los demás discípulos pre o post-pascuales. De los textos resulta más bien que la fe ´prepascual´ de los seguidores de Cristo fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro. El mismo había anunciado esta prueba, especialmente con las palabras dirigidas a Simón Pedro cuando ya estaba a las puertas de los sucesos trágicos de Jerusalén; ´¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca´ (Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión y muerte de Cristo fue tan grande que los discípulos (al menos algunos de ellos) inicialmente no creyeron en la noticia de la resurrección. En todos los Evangelios encontramos la prueba de esto. Lucas, en particular, nos hace saber que cuando las mujeres, ´regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas (o sea, el sepulcro vacío) a los Once y a todos los demás..., todas estas palabras les parecieron como desatinos y no les creían´ (Lc 24, 9. 11).

6. Por lo demás, la hipótesis que quiere ver en la resurrección un ´producto´ de la fe de los Apóstoles, se confuta también por lo que es referido cuando el Resucitado ´en persona se apareció en medio de ellos y les dijo: ¡Paz a vosotros!´. Ellos, de hecho, ´creían ver un fantasma´. En esa ocasión Jesús mismo debió vencer sus dudas y temores y convencerles de que ´era El´: ´Palpadme y ved, que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo´. Y puesto que ellos ´no acababan de creerlo y estaban asombrados´ Jesús les dijo que le dieran algo de comer y ´lo comió delante de ellos´ (Cfr. Lc 24,36-43).

7. Además, es muy conocido el episodio de Tomás, que no se encontraba con los demás Apóstoles cuando Jesús vino a ellos por primera vez, entrando en el Cenáculo a pesar de que la puerta estaba cerrada (Cfr. Jn 20, 19). Cuando, a su vuelta, los demás discípulos le dijeron: ´Hemos visto al Señor´, Tomás manifestó maravilla e incredulidad, y contestó: ´Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado no creeré. Ocho días después, Jesús vino de nuevo al Cenáculo, para satisfacer la petición de Tomás ´el incrédulo´ y le dijo: ´Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente´. Y cuando Tomás profesó su fe con las palabras ´Señor mío y Dios mío´, Jesús le dijo: ´Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído´ (Jn 20, 24-29).

La exhortación a creer, sin pretender ver lo que se esconde Por el misterio de Dios v de Cristo, permanece siempre válida; pero la dificultad del Apóstol Tomás para admitir la resurrección sin haber experimentado personalmente la presencia de Jesús vivo, y luego suceder ante las pruebas que le suministró el mismo Jesús, confirman lo que resulta de los Evangelios sobre la resistencia de los Apóstoles y de los discípulos a admitir la resurrección.

Por esto no tiene consistencia la hipótesis de que la resurrección haya sido un ´producto´ de la fe (o de la credulidad) de los Apóstoles. Su fe en la resurrección nació, por el contrario (bajo a acción de la gracia divina), de la experiencia directa de la realidad de Cristo resucitado.

8. Es el mismo Jesús el que, tras la resurrección, se pone en contacto con los discípulos con el fin de darles el sentido de la realidad y disipar la opinión (o el miedo) de que se tratara de un ´fantasma´ y por tanto de que fueran víctimas de una ilusión. Efectivamente, establece con ellos relaciones directas, precisamente mediante el tacto. Así es en el caso de Tomás, que acabamos de recordar, pero también en el encuentro descrito en el Evangelio de Lucas, cuando Jesús dice a los discípulos asustados: ´Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo´ (24, 39). Les invita a constatar que el cuerpo resucitado, con el que se presenta a ellos, es el mismo que fue martirizado y crucificado. Ese cuerpo posee sin embargo al mismo tiempo propiedades nuevas: se ha ´hecho espiritual´ (y ´glorificado´ y por lo tanto ya no está sometido a las limitaciones habituales a los seres materiales y por ello a un cuerpo humano. (En efecto, Jesús entra en el Cenáculo a pesar de que las puertas estuvieran cerradas, aparece y desaparece, etc.) Pero al mismo tiempo ese cuerpo es auténtico y real. En su identidad material está la demostración de la resurrección de Cristo.

9. El encuentro en el camino de Emaús, referido en el Evangelio de Lucas, es un hecho que hace visible de forma particularmente evidente cómo se ha madurado en la conciencia de los discípulos la persuasión de la resurrección precisamente mediante el contacto con Cristo resucitado (Cfr. Lc 24, 15-21). Aquellos dos discípulos de Jesús, que al inicio del camino estaban ´tristes y abatidos´ con el recuerdo de todo lo que había sucedido al Maestro el día de la crucifixión y no escondían la desilusión experimentada al ver derrumbarse la esperanza puesta en El como Mesías liberador (´Esperábamos que sería El el que iba a librar a Israel´) experimentan después una transformación total, cuando se les hace claro que el Desconocido, con el que han hablado, es precisamente el mismo Cristo de antes, y se dan cuenta de que El, por tanto, ha resucitado. De toda la narración se deduce que la certeza de la resurrección de Jesús había hecho de ellos casi hombres nuevos. No sólo habían readquirido la fe en Cristo, sino que estaban preparados para dar testimonio de la verdad sobre su resurrección.

Todos estos elementos del texto evangélico, convergentes entre sí, prueban el hecho de la resurrección, que constituye el fundamento de la fe de los Apóstoles y del testimonio que, como veremos en las próximas catequesis, está en el centro de su predicación.







El sepulcro vacío y el encuentro con Cristo Resucitado (1.II.1989)



1. La profesión de fe que hacemos en el Credo cuando proclamamos que Jesucristo ´al tercer día resucitó de entre los muertos´, se basa en los textos evangélicos que, a su vez, nos transmiten y hacen conocer la primera predicación de los Apóstoles. De estas fuentes resulta que la fe en la resurrección es, desde el comienzo, una convicción basada en un hecho, en un acontecimiento real, y no un mito o una ´concepción´, una idea inventada por los Apóstoles o producida por la comunidad postpascual reunida en torno a los Apóstoles en Jerusalén, para superar junto con ellos el sentido de desilusión consiguiente a la muerte de Cristo en cruz. De los textos resulta todo lo contrario y por ello, como he dicho, tal hipótesis es también crítica e históricamente insostenible. Los Apóstoles y los discípulos no inventaron la resurrección (y es fácil comprender que eran totalmente incapaces de una acción semejante). No hay rastros de una exaltación personal suya o de grupo, que les haya llevado a conjeturar un acontecimiento deseado y esperado y a proyectarlo en la opinión y en la creencia común como real, casi por contraste y como compensación de la desilusión padecida. No hay huella de un proceso creativo de orden psicológico)sociológico)literario ni siquiera en la comunidad primitiva o en los autores de los primeros siglos. Los Apóstoles fueron los primeros que creyeron, no sin fuertes resistencias, que Cristo había resucitado simplemente porque vivieron la resurrección como un acontecimiento real del que pudieron convencerse personalmente al encontrarse varias veces con Cristo nuevamente vivo, a lo largo de cuarenta días. Las sucesivas generaciones cristianas aceptaron aquel testimonio, fiándose de los Apóstoles y de los demás discípulos como testigos creíbles. La fe cristiana en la resurrección de Cristo está ligada, pues, a un hecho, que tiene una dimensión histórica precisa.

2. Y sin embargo, la resurrección es una verdad que, en su dimensión más profunda, pertenece a la Revelación divina: en efecto, fue anunciada gradualmente de antemano por Cristo a lo largo de su actividad mesiánica durante el período prepascual. Muchas veces predijo Jesús explícitamente que, tras haber sufrido mucho y ser ejecutado, resucitaría. Así, en el Evangelio de Marcos, se dice que tras la proclamación de Pedro en las cerca de Cesarea de Filipo, Jesús ´comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente´ (Mc 8, 31-32). También según Marcos, después de la transfiguración, ´cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contaran lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos´ (Mc 9. 9). Los discípulos quedaron perplejos sobre el significado de aquella ´resurrección´ y pasaron a la cuestión, y agitada en el mundo judío, del retorno de Elías (Mc 9, 11): pero Jesús reafirmó la idea de que el Hijo del hombre debería ´sufrir mucho y ser despreciado´ (Mc 9, 12). Después de la curación del epiléptico endemoniado, en el camino de Galilea recorrido casi clandestinamente, Jesús toma de nuevo la palabra para instruirlos: ´El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará´. ´Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle´ (Mc 9, 31-32). Es el segundo anuncio de la pasión y resurrección, al que sigue el tercero, cuando ya se encuentran en camino hacia Jerusalén: ´Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará´ (Mc 10, 33-34).

3. Estamos aquí ante una previsión profética de los acontecimientos, en la que Jesús ejercita su función de revelador, poniendo en relación la muerte y la resurrección unificadas en la finalidad redentora, y refiriéndose al designio divino según el cual todo lo que prevé y predice ´debe´ suceder. Jesús, por tanto, hace conocer a los discípulos estupefactos e incluso asustados algo del misterio teológico que subyace en los próximos acontecimientos, como por lo demás en toda su vida. Otros destellos de este misterio se encuentran en la alusión al ´signo de Jonás´ (Cfr. Mt 12, 40) que Jesús hace suyo y aplica a los días de su muerte y resurrección, y en el desafío a los judíos sobre ´la reconstrucción en tres días del templo que será destruido´ (Cfr. Jn 2, 19). Juan anota que Jesús ´hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús´ (Jn 2 20-21). Una vez más nos encontramos ante la relación entre la resurrección de Cristo y su Palabra, ante sus anuncios ligados ´a las Escrituras´.

4. Pero además de las palabras de Jesús, también a actividad mesiánica desarrollada por El en el período prepascual muestra el poder de que dispone sobre la vida y sobre la muerte, y la conciencia de este poder, como la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5, 39-42), la resurrección del joven de Naín (Lc 7, 12-15), y sobre todo la resurrección de Lázaro (Jn 11, 42-44) que se presenta en el cuarto Evangelio como un anuncio y una prefiguración de la resurrección de Jesús. En las palabras dirigidas a Marta durante este último episodio se tiene la clara manifestación de a autoconciencia de Jesús respecto a su identidad de Señor de la vida y de la muerte y de poseedor de las llaves del misterio de la resurrección: ´Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás´ (Jn 11, 25-26).

Todo son palabras y hechos que contienen de formas diversas la revelación de la verdad sobre la resurrección en el período prepascual.

5. En el ámbito de los acontecimientos pascuales, el primer elemento ante el que nos encontramos es el ´sepulcro vacío´. Sin duda no es por sí mismo una prueba directa. A Ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro en el que había sido depositado podría explicarse de otra forma, como de hecho pensó por un momento María Magdalena cuando, viendo el sepulcro vacío, supuso que alguno habría sustraído el cuerpo de Jesús (Cfr. Jn 20, 15). Más aún, el Sanedrín trató de hacer correr la voz de que, mientras dormían los soldados, el cuerpo había sido robado por los discípulos. ´Y se corrió esa versión entre los judíos, (anota Mateo) hasta el día de hoy´ (Mt 28, 12-15).

A pesar de esto el ´sepulcro vacío´ ha constituido para todos, amigos y enemigos, un signo impresionante. Para las personas de buena voluntad su descubrimiento fue el primer paso hacia el reconocimiento del ´hecho´ de la resurrección como una verdad que no podía ser refutada.

6. Así fue ante todo para las mujeres, que muy de mañana se habían acercado al sepulcro para ungir el cuerpo de Cristo. Fueron las primeras en acoger el anuncio: ´Ha resucitado, no está aquí... Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro...´ (Mc 16, 6-7). ´Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: !Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite!. Y ellas recordaron sus palabras´ (Lc 24, 6-8).

Ciertamente las mujeres estaban sorprendidas y asustadas (Cfr. Mc 24, 5). Ni siquiera ellas estaban dispuestas a rendirse demasiado fácilmente a un hecho que, aun predicho por Jesús, estaba efectivamente por encima de toda posibilidad de imaginación y de invención. Pero en su sensibilidad y finura intuitiva ellas, y especialmente María Magdalena, se aferraron a la realidad y corrieron a donde estaban los Apóstoles para darles la alegre noticia.

El Evangelio de Mateo (28, 8-10) nos informa que a lo largo del camino Jesús mismo les salió al encuentro les saludó y les renovó el mandato de llevar el anuncio a los hermanos (Mt 28, 10). De esta forma las mujeres fueron las primeras mensajeras de la resurrección de Cristo, y lo fueron para los mismos Apóstoles (Lc 24, 10). ¡Hecho elocuente sobre la importancia de la mujer ya en los días del acontecimiento pascual!

7. Entre los que recibieron el anuncio de María Magdalena estaban Pedro y Juan (Cfr. Jn 20, 3-8). Ellos se acercaron al sepulcro no sin titubeos, tanto más cuanto que María les había hablado de una sustracción del cuerpo de Jesús del sepulcro (Cfr. Jn 20, 2). Llegados al sepulcro, también lo encontraron vacío. Terminaron creyendo, tras haber dudado no poco, porque, como dice Juan, ´hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos´ (Jn 20, 9).

Digamos la verdad: el hecho era asombroso para aquellos hombres que se encontraban ante cosas demasiado superiores a ellos. La misma dificultad, que muestran las tradiciones del acontecimiento, al dar una relación de ello plenamente coherente, confirma su carácter extraordinario y el impacto desconcertante que tuvo en el ánimo de los afortunados testigos. La referencia ´a la Escritura´ es la prueba de la oscura percepción que tuvieron al encontrarse ante un misterio sobre el que sólo la Revelación podía dar luz.

8. Sin embargo, he aquí otro dato que se debe considerar bien: si el ´sepulcro vacío´ dejaba estupefactos a primera vista y podía incluso generar acierta sospecha, el gradual conocimiento de este hecho inicial, como lo anotan los Evangelios, terminó llevando al descubrimiento de la verdad de la resurrección.

En efecto, se nos dice que las mujeres, y sucesivamente los Apóstoles, se encontraron ante un ´signo´ particular: el signo de la victoria sobre la muerte. Si el sepulcro mismo cerrado por una pesada losa, testimoniaba la muerte, el sepulcro vacío y la piedra removida daban el primer anuncio de que allí había sido derrotada la muerte.

No puede dejar de impresionar la consideración del estado de ánimo de las tres mujeres, que dirigiéndose al sepulcro al alba se decían entre si: ´¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?´ (Mc 16, 3), y que después, cuando llegaron al sepulcro, con gran maravilla constataron que ´la piedra estaba corrida aunque era muy grande´ (Mc 16, 4). Según el Evangelio de Marcos encontraron en el sepulcro a alguno que les dio el anuncio de la resurrección (Cfr. Mc 16, 5); pero ellas tuvieron miedo y, a pesar de las afirmaciones del joven vestido de blanco, ´salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas´ (Mc 16, 8). ¿Cómo no comprenderlas? Y sin embargo la comparación con los textos paralelos de los demás Evangelistas permite afirmar que, aunque temerosas, las mujeres llevaron el anuncio de la resurrección, de la que el ´sepulcro vacío´ con la piedra corrida fue el primer signo.

9. Para las mujeres y para los Apóstoles el camino abierto por ´el signo´ se concluye mediante el encuentro con el Resucitado: entonces la percepción aun tímida e incierta se convierte en convicción y, más aún, en fe en Aquél que ´ha resucitado verdaderamente´. Así sucedió a las mujeres que al ver a Jesús en su camino y escuchar su saludo, se arrojaron a sus pies y lo adoraron (Cfr. Mt 28, 9). Así le pasó especialmente a María Magdalena, que al escuchar que Jesús le llamaba por su nombre, le dirigió antes que nada el apelativo habitual: Rabbuni, ¡Maestro! (Jn 20, 16) y cuando El la iluminó sobre el misterio pascual corrió radiante a llevar el anuncio a los discípulos: ´!He visto al Señor!´ (Jn 20, 18). Lo mismo ocurrió a los discípulos reunidos en el Cenáculo que la tarde de aquel ´primer día después del sábado´, cuando vieron finalmente entre ellos a Jesús, se sintieron felices por la nueva certeza que había entrado en su corazón: ´Se alegraron al ver al Señor´ (Cfr. Jn 20,19-20).

¡El contacto directo con Cristo desencadena la chispa que hace saltar la fe!





Las apariciones de Jesús resucitado (22.II.1989)



1. Conocemos el pasaje de la Primera Carta a los Corintios, donde Pablo, el primero cronológicamente, anota la verdad sobre la resurrección de Cristo: ´Porque os transmití... lo que a mis vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras: que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce... ´ (1 Cor 15,3-5). Se trata, como se ve, de una verdad transmitida, recibida, y nuevamente transmitida. Una verdad que pertenece al ´depósito de la Revelación´ que el mismo Jesús, mediante sus Apóstoles y Evangelistas, ha dejado a su Iglesia.

2. Jesús reveló gradualmente esta verdad en su enseñanza prepascual. Posteriormente ésta, encontró su realización concreta en los acontecimientos de la pascua jerosolimitana de Cristo, certificados históricamente, pero llenos de misterio.

Los anuncios y los hechos tuvieron su confirmación sobre todo en los encuentros de Cristo resucitado, que los Evangelios y Pablo relatan. Es necesario decir que el texto paulino presenta estos encuentros (en los que se revela Cristo resucitado) de manera global y sintética (añadiendo al final el propio encuentro con el Resucitado a las puertas de Damasco: Cfr. Hech 9, 3-6). En los Evangelios se encuentran, al respecto, anotaciones más bien fragmentarias.

No es difícil tomar y comparar algunas líneas características de cada una de estas apariciones y de su conjunto para acercarnos todavía más al descubrimiento del significado de esta verdad revelada.

3. Podemos observar ante todo que, después de la resurrección, Jesús se presenta a las mujeres y a los discípulos con su cuerpo transformado, hecho espiritual y partícipe de la gloria del alma: pero sin ninguna característica triunfalista. Jesús se manifiesta con una gran sencillez. Habla de amigo a amigo, con los que se encuentra en las circunstancias ordinarias de la vida terrena. No ha querido enfrentarse a sus adversarios, asumiendo a actitud de vencedor, ni se ha preocupado por mostrarles

su ´superioridad´, y todavía menos ha querido fulminarlos. Ni siquiera consta que se haya presentado a alguno de ellos. Todo lo que nos dice el Evangelio nos lleva a excluir que se haya aparecido, por ejemplo, a Pilato, que lo había entregado a los sumos sacerdotes para que fuese crucificado (Cfr. Jn 19, 16), o a Caifás, que se había rasgado las vestiduras por a afirmación de su divinidad (Cfr. Mt 26, 63-66).

A los privilegiados de sus apariciones, Jesús se deja conocer en su identidad física: aquel rostro, aquellas manos, aquellos rasgos que conocían muy bien, aquel costado que habían traspasado; aquella voz, que habían escuchado tantas veces. Sólo en el encuentro con Pablo en las cercanías de Damasco, la luz que rodea al Resucitado casi deja ciego al ardiente perseguidor de los cristianos y lo tira al suelo (Cfr. Hech 9, 3-8); pero es una manifestación del poder de Aquél que, ya subido al cielo, impresiona a un hombre al que quiere hacer un ´instrumento de elección´ (Hech 9, 15), un misionero del Evangelio.



4. Es de destacar también un hecho significativo: Jesucristo se aparece en primer lugar a las mujeres, sus fieles seguidoras, y no a los discípulos, y ni siquiera a los mismos Apóstoles, a pesar de que los había elegido como portadores de su Evangelio al mundo. Es a las mujeres a quienes por primera vez confía el misterio de su resurrección, haciéndolas las primeras testigos de esta verdad. Quizá quiera premiar su delicadeza, su sensibilidad a su mensaje, su fortaleza, que las había impulsado hasta el Calvario. Quizá quiere manifestar un delicado rasgo de su humanidad, que consiste en a amabilidad y en la gentileza con que se acerca y beneficia a las personas que menos cuentan en el gran mundo de su tiempo. Es lo que parece que se puede concluir de un texto de Mateo: ´En esto, Jesús les salió al encuentro (a las mujeres que corrían para comunicar el mensaje a los discípulos) y les dijo: !¡Dios os guarde!!. Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: !No temáis. Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán!´ (28, 9-10).

También el episodio de a aparición a María de Magdala (Jn 20, 11-18) es de extraordinaria finura ya sea por parte de la mujer, que manifiesta toda su apasionada y comedida entrega al seguimiento de Jesús, ya sea por parte del Maestro, que la trata con exquisita delicadeza y benevolencia.

En esta prioridad de las mujeres en los acontecimientos pascuales tendrán que inspirarse la Iglesia, que a lo largo de los siglos ha podido contar enormemente con ellas para su vida de fe, de oración y de apostolado.

5. Algunas características de estos encuentros postpascuales los hacen, en cierto modo, paradigmáticos debido a las situaciones espirituales, que tan a menudo se crean en la relación del hombre con Cristo, cuando uno se siente llamado o ´visitado´ por El. Ante todo hay una dificultad inicial en reconocer a Cristo por parte de aquellos a los que El sale al encuentro, como se puede apreciar en el caso de la misma Magdalena (Jn 20, 14-16) y de los discípulos de Emaús (Lc 24, 16). No falta un cierto sentimiento de temor ante El. Se le ama, se le busca, pero, en el momento en que se le encuentra, se experimenta alguna vacilación...

Pero Jesús les lleva gradualmente al reconocimiento y a la fe, tanto a María Magdalena (Jn 20,16), como a los discípulos de Emaús (Lc 24, 26 ss.), y, análogamente, a otros discípulos (Cfr. Lc 24, 25)48). Signo de la pedagogía paciente de Cristo al revelarse al hombre, al atraerlo, al convertirlo, al llevarlo al conocimiento de las riquezas de su corazón y a la salvación.

6. Es interesante analizar el proceso psicológico que los diversos encuentros dejan entrever: los discípulos experimentan una cierta dificultad en reconocer no sólo la verdad de la resurrección, sino también la identidad de Aquél que está ante ellos, y aparece como el mismo pero al mismo tiempo como otro: un Cristo ´transformado´. No es nada fácil para ellos hacer la inmediata identificación. Intuyen, sí, que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que El ya no se encuentra en la condición anterior, y ante El están llenos de reverencia y temor.

Cuando, luego, se dan cuenta, con su ayuda, de que no se trata de otro,sino de El mismo transformado, aparece repentinamente en ellos una nueva capacidad de descubrimiento, de inteligencia, de caridad y de fe. Es como un despertar de fe: ´¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?´ (Lc 24, 32). ´Señor mío y Dios mío´ (Jn 20, 28). ´He visto al Señor´ (Jn 20, 18). Entonces una luz absolutamente nueva ilumina en sus ojos incluso el acontecimiento de la cruz; y da el verdadero y pleno sentido del misterio del dolor y de la muerte, que se concluye en la gloria de la nueva vida! Este será uno de los elementos principales del mensaje de salvación que los Apóstoles han llevado desde el principio al pueblo hebreo y, poco a poco, a todas las gentes.

7. Hay que subrayar una última característica de las apariciones de Cristo resucitado: en ellas, especialmente en las últimas, Jesús realiza la definitiva entrega a los Apóstoles (y a la Iglesia) de la misión de evangelizar el mundo para llevarle el mensaje de su Palabra y el don de su gracia.

Recuérdese a aparición a los discípulos en el Cenáculo la tarde de Pascua: ´Como el Padre me envió, también yo os envío...´ (Jn 20, 21); ¡y les da el poder de perdonar los pecados!

Y en la aparición en el mar de Tiberíades, seguida de la pesca milagrosa, que simboliza y anuncia la fructuosidad de la misión, es evidente que Jesús quiere orientar sus espíritus hacia la obra que les espera (Cfr. Jn 21,1-23). Lo confirma la definitiva asignación de la misión particular a Pedro (Jn 21, 15)18): ´¿Me amas?... Tú sabes que te quiero... Apacienta mis corderos...Apacienta mis ovejas...´.

Juan indica que ´ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos´ (Jn 21,14). Esta vez, ellos, no sólo se habían dado cuenta de su identidad: ´Es el Señor´ (Jn 21, 7), sino que habían comprendido que, todo cuanto había sucedido y sucedía en aquellos días pascuales, les comprometía a cada uno de ellos (y de modo muy particular a Pedro) en la construcción de la nueva era de la historia, que había tenido su principio en aquella mañana de pascua.







La resurrección hecho histórico y meta histórico (1.III.1989)



1. La resurrección de Cristo tiene el carácter de un evento, cuya esencia es el paso de la muerte a la vida. Evento único, como Paso (Pascua), fue inscrito en el contexto de las fiestas pascuales, durante las cuales los hijos y las hijas de Israel recordaban cada año el éxodo de Egipto, dando gracias por la liberación de la esclavitud y, por lo tanto, exaltando el poder de Dios Señor que se había manifestado claramente en aquel ´Paso´ antiguo. La resurrección de Cristo es el nuevo Paso, la nueva Pascua, que hay que interpretar a partir de la Pascua Antigua, pues ésta era figura y anuncio de la misma. De hecho, así fue considerada en la comunidad cristiana, siguiendo la clave de lectura que ofrecieron los Apóstoles y los Evangelistas a los creyentes sobre la base de la palabra del mismo Jesús.

2. Siguiendo la línea de todo lo que se nos ha transmitido desde aquellas antiguas fuentes, podemos ver en la resurrección sobre todo un evento histórico, pues ésta sucedió en una circunstancia precisa de lugar y tiempo: ´El tercer día´ después de la crucifixión, en Jerusalén, en el sepulcro que José de Arimatea puso a disposición (Cfr. Mc 15, 46), y en el que había sido colocado el cuerpo de Cristo, después de quitarlo de la cruz. Precisamente se encontró vacío este sepulcro al alba del tercer día (después del sábado pascual).

Pero Jesús había anunciado su resurrección al tercer día (Cfr. Mt 16,21; 17, 23; 20, 19). Las mujeres que acudieron al sepulcro ese día, encontraron a un ´ángel´ que les dijo: Vosotras... ´buscáis a Jesús, el Crucificado. No está aquí, ha resucitado como lo había dicho´ (Mt 28, 5-6).

En la narración evangélica la circunstancia del ´tercer día´ se pone en relación con la celebración judía del sábado, que excluía realizar trabajos y desplazarse más allá de cierta distancia desde la tarde de la víspera. Por eso, el embalsamamiento del cadáver, de acuerdo con la costumbre judía, se había pospuesto al primer día después del sábado.



3. Pero la resurrección, aun siendo un evento determinable en el espacio y en el tiempo, transciende y supera la historia.

Nadie vio el hecho en si. Nadie pudo ser testigo ocular del suceso. Fueron muchos los que vieron la agonía y la muerte de Cristo en la Gólgota, algunos participaron en la colocación de su cadáver en el sepulcro, los guardias lo cerraron bien y lo vigilaron, lo cual se habían preocupado de conseguirlo de Pilato ´los sumos sacerdotes y los fariseos´, acordándose de que Jesús había dicho: A los tres días resucitaré. ´Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan los discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: !Resucitó de entre los muertos!´ (Mt 27, 63-64). Pero los discípulos no habían pensado en esa

estratagema. Fueron las mujeres quienes, al ir al sepulcro la mañana del tercer día con los aromas, descubrieron que estaba vacío, la piedra retirada, y vieron a un joven vestido de blanco que les habló de la resurrección de Jesús (Cfr. Mc 16, 6).

Ciertamente, el cuerpo de Cristo ya no estaba allí. A continuación fueron muchos los que vieron a Jesús resucitado. Pero ninguno fue testigo ocular de la resurrección. Ninguno pudo decir cómo había sucedido en su carácter físico. Y menos aún fue perceptible a los sentidos su más intima esencia de paso a otra vida.

Este es el valor metahistórico de la resurrección, que hay que considerar de modo especial si queremos percibir de algún modo el misterio de ese suceso histórico, pero también transhistórico, como veremos a continuación.

4. En efecto, la resurrección de Cristo no fue una vuelta a la vida terrena, como había sucedido en el caso de las resurrecciones que El había realizado en el periodo prepascual: la hija de Jairo, el joven de Naín, Lázaro. Estos hechos eran sucesos milagrosos (y, por lo tanto, extraordinarios), pero las personas afectadas volvían a adquirir, por el poder de Jesús, la vida terrena ´ordinaria´. Al llegar un cierto momento, murieron nuevamente, como con frecuencia hace observar San Agustín.

En el caso de la resurrección de Cristo, la cosa es esencialmente distinta. En su cuerpo resucitado El pasa del estado de muerte a ´otra´ vida, ultratemporal y ultraterrestre. El cuerpo de Jesús es colmado del poder del Espíritu Santo en la resurrección, es hecho participe de la vida divina en el estado de gloria, de modo que podemos decir de Cristo, con San Pablo, que es el ´homo caelestis´ (Cfr. 1 Cor 15, 47 ss.).

En este sentido, la resurrección de Cristo se encuentra más allá de la pura dimensión histórica, es un suceso que pertenece a la esfera metahistórica, y por eso escapa a los criterios de la mera observación empírica del hombre. Es verdad que Jesús, después de la resurrección, se aparece a sus discípulos, habla, conversa y hasta come con ellos, invita a Tomás a tocarlo para que se cerciore de su identidad: pero esta dimensión real de su humanidad total encubre la otra vida, que ya le pertenece y que le aparta de lo ´normal´ de la vida terrena ordinaria y lo sumerge en el ´misterio´.

5. Otro elemento misterioso de la resurrección de Cristo lo constituye el hecho de que el paso de la muerte a la vida nueva sucedió por la intervención del poder del Padre que ´resucitó´ (Cfr. Hech 2, 32) a Cristo, su Hijo, y así introdujo de modo perfecto su humanidad (también su cuerpo) en el consorcio trinitario, de modo que Jesús se manifestó como definitivamente ´constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu... por su resurrección de entre los muertos´ (Rom 1, 3)4). San Pablo insiste en presentar la resurrección de Cristo como manifestación del poder de Dios (Cfr. Rom 6, 4; 2 Cor 13, 4; Flp 3, 10; Col 2, 12; Ef 1,19 ss.; cfr. también Hb 7,16) por obra del Espíritu que, al de volver la vida a Jesús, lo ha colocado en el estado glorioso de Señor (Kyrios), en el cual merece definitivamente, también como hombre, ese nombre de Hijo de Dios que le pertenece eternamente (Cfr. Rom 8, 11; 9, 5; 14, 9; Flp 2, 9)11; cfr. también Hb 1, 1-5; 5, 5, etcétera).

6. Es significativo que muchos textos del Nuevo Testamento muestren la resurrección de Cristo como ´resurrección de los muertos´, llevada a cabo con el poder del Espíritu Santo. Pero al mismo tiempo hablan de ella como de un ´resurgir en virtud de su propio poder´ (en griego: anéste), tal como lo indica, por lo demás, en muchas lenguas la palabra ´resurrección´. Este sentido activo de la palabra (sustantivo verbal) se encuentra también en los discursos prepascuales de Jesús, por ejemplo, en los anuncios de la pasión, cuando dice que el Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, morir, y luego resucitar (Cfr. Mc 8, 31; 9, 9. 31;10, 34). En el Evangelio de Juan, Jesús afirma explícitamente: ´Yo doy mi vida, para recobrarla de nuevo... Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo´ (Jn 10, 17-18). También Pablo, en la Primera Carta a los Tesalonicenses, escribe: ´Nosotros creemos que Jesús murió y resucitó´ (1 Tes 4, 14).

En los Hechos de los Apóstoles se proclama muchas veces que ´Dios ha resucitado a Jesús...´ (2, 24. 32; 3,15. 26, etcétera), pero se habla también en sentido activo de la resurrección de Jesús (Cfr. 10, 41), y en esta perspectiva se resume la predicación de Pablo en la sinagoga de Tesalónica, donde ´basándose en las Escrituras´ demuestra que ´Cristo tenia que padecer y resucitar de entre los muertos...´ (Hech 17, 3).

De este conjunto de textos emerge el carácter trinitario de la resurrección de Cristo, que es ´obra común´ del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y, por lo tanto, incluye en sí el misterio mismo de Dios.

7. La expresión ´según las Escrituras´, que se encuentra en la Primera Carta a los Corintios (15, 34) y en el Símbolo niceno-constantinopolitano, pone de relieve el carácter escatológico del suceso de la resurrección de Cristo, en el cual se cumplen los anuncios del Antiguo Testamento. El mismo Jesús, según Lucas, hablando de su pasión y de su gloria con los dos discípulos de Emaús, los recrimina por ser tardos de corazón ´para creer todo lo que dijeron los profetas´, y después, ´empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras´ (Lc 24, 26-27). Lo mismo sucedió durante el último encuentro con los Apóstoles, a quienes dijo: ´Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: !Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mi!. Y, entonces, abrió su inteligencia para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día, y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén´ (Lc 24, 44-48).

Era la interpretación mesiánica, que dio el mismo Jesús al conjunto del Antiguo Testamento y, de modo especial a los textos que se referían más directamente al misterio pascual, como los de Isaías sobre la humillación y sobre la ´exaltación´ del Siervo del Señor (Is 52, 13-53; 12), y los del Salmo 109/110. A partir de esta interpretación escatológica de Jesús, que vinculaba el misterio pascual con el Antiguo Testamento y proyectaba su luz sobre el futuro (la predicación a todas las gentes), los Apóstoles y los Evangelistas también hablaron de la resurrección ´según las Escrituras´, y se fijó a continuación la fórmula del Credo. Era otra dimensión del Acontecimiento como misterio.

8. De todo lo que hemos dicho se deduce claramente que la resurrección de Cristo es el mayor evento en la historia de la salvación y, más aún, podemos decir que en la historia de la humanidad, puesto que da sentido definitivo al mundo. Todo el mundo gira en torno a la cruz, pero la cruz sólo alcanza en la resurrección su pleno significado en evento salvífico. Cruz y resurrección forman el único misterio pascual, en el que tiene su evento cargado de todos los anuncios del Antiguo Testamento, comenzando por el ´Protoevangelio´ de la redención y de todas las esperanzas y las expectativas escatológicas que se proyectan hacia la ´plenitud del tiempo´ que se llevó a cabo cuando el reino de Dios entró definitivamente en la historia del hombre y en el orden universal de la salvación.





La resurrección culmen de la Revelación (8.III.1989)



1. En la Carta de San Pablo a los Corintios, recordada ya varias veces a lo largo de estas catequesis sobre la resurrección de Cristo, leemos estas palabras del Apóstol: ´Sino resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía es también vuestra fe´ (1 Cor 15, 14). Evidentemente, San Pablo ve en la resurrección el fundamento de la fe cristiana y casi la clave de bóveda de todo el edificio de doctrina y de vida levantado sobre la revelación, en cuanto confirmación definitiva de todo el conjunto de la verdad que Cristo ha traído. Por esto, toda la predicación de la Iglesia, desde los tiempos apostólicos, a través de los siglos y de todas las generaciones, hasta hoy, se refiere a la resurrección y saca de ella la fuerza impulsora y persuasiva, así como su vigor. Es fácil comprender el porqué.

2. La resurrección constituía en primer lugar la confirmación de todo lo que Cristo mismo había ú hecho y enseñado´. Era el sello divino puesto sobre sus palabras y sobre su vida. El mismo había indicado a los discípulos y adversarios este signo definitivo de su verdad. El ángel del sepulcro lo recordó a las mujeres la mañana del ´primer día después del sábado´: ´Ha resucitado, como lo había dicho´ (Mt 28, 6). Si esta palabra y promesa suya se reveló como verdad también todas sus demás palabras y promesas poseen la potencia de la verdad que no pasa, como El mismo había proclamado: ´El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasará´ (Mt 24, 35; Mc 13, 31; Lc 21, 33). Nadie habría podido imaginar ni pretender una prueba más autorizada, más fuerte, más decisiva que la resurrección de entre los muertos. Todas las verdades, también las más inaccesibles para la mente humana, encuentran, sin embargo, su justificación, incluso en el ámbito de la razón, si Cristo resucitado ha dado la prueba definitiva, prometida por El, de su autoridad divina.

3. Así, la resurrección confirma la verdad de su misma divinidad. Jesús había dicho: ´Cuando hayáis levantado (sobre la cruz) al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy´ (Jn 8, 28). Los que escucharon estas palabras querían lapidar a Jesús, puesto que ´YO SOY´ era para los hebreos el equivalente del nombre inefable de Dios. De hecho, al pedir a Pilato su condena a muerte presentaron como acusación principal la de haberse ´hecho Hijo de Dios´ (Jn 19, 7). Por esta misma razón lo habían condenado en el Sanedrín como reo de blasfemia después de haber declarado que era el Cristo, el Hijo de Dios, tras el interrogatorio del sumo sacerdote (Mt 26, 63-65; Mc 14, 62; Lc 22, 70): es decir, no sólo el Mesías terreno como era concebido y esperado por la tradición judía, sino el Mesías Señor anunciado por el Salmo 109/110 (Cfr. Mt 22, 41 ss.), el personaje misterioso vislumbrado por Daniel (7, 13-14). Esta era la gran blasfemia, la imputación para la condena a muerte: ¡el haberse proclamado Hijo de Dios! Y ahora su resurrección confirmaba la veracidad de su identidad divina y legitimaba la atribución hecha a Si mismo, antes de la Pascua, del ´nombre´ de Dios: ´En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, Yo soy´ (Jn 8, 58). Para los judíos ésa era una pretensión que merecía la lapidación (Cfr. Lv 24, 16), y, en efecto, ´tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del templo´ (Jn 8, 59). Pero si entonces no pudieron lapidarlo, posteriormente lograron ´levantarlo´ sobre la cruz: la resurrección del Crucificado demostraba, sin embargo, que El era verdaderamente Yo soy, el Hijo de Dios.

4. En realidad, Jesús aun llamándose a Sí mismo Hijo del hombre, no sólo había confirmado ser el verdadero Hijo de Dios, sino que en el Cenáculo, antes de la pasión, había pedido al Padre que revelara que el Cristo Hijo del hombre era su Hijo eterno: ´Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique´ (Jn 17, 1). ´... Glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese´ (Jn 17, 5). Y el misterio pascual fue la escucha de esta petición, la confirmación de la filiación divina de Cristo, y más aún, su glorificación con esa gloria que ´tenia junto al Padre antes de que el mundo existiera´: la gloria del Hijo de Dios.

5. En el periodo prepascual Jesús, según el Evangelio de Juan, aludió varias veces a esta gloria futura, que se manifestaría en su muerte y resurrección. Los discípulos comprendieron el significado de esas palabras suyas sólo cuando sucedió el hecho. Así, leemos que durante la primera pascua pasada en Jerusalén, tras haber arrojado del templo a los mercaderes y cambistas, Jesús respondió a los judíos que le pedían un ´signo´ del poder por el que obraba de esa forma: ´Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré... El hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús´ (Jn 2,19-22).

También la respuesta dada por Jesús a los mensajeros de las hermanas de Lázaro, que le pedían que fuera a visitar al hermano enfermo, hacia referencia a los acontecimientos pascuales: ´Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella´ (Jn 11 , 4).

No era sólo la gloria que podía reportarle el milagro, tanto menos cuanto que provocaría su muerte (Cfr. Jn 11, 46)54); sino que su verdadera glorificación vendría precisamente de su elevación sobre la cruz (Cfr. Jn 12,32). Los discípulos comprendieron bien todo esto después de la resurrección.

6. Particularmente interesante es la doctrina de San Pablo sobre el valor de la resurrección como elemento determinante de su concepción cristológica, vinculada también a su experiencia personal del Resucitado. Así, al comienzo de la Carta a los Romanos se presenta: ´Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos; Jesucristo, Señor nuestro´ (Rom 1, 1-4).

Esto significa que desde el primer momento de su concepción humana y de su nacimiento (de la estirpe de David), Jesús era el Hijo eterno de Dios, que se hizo Hijo del hombre. Pero, en la resurrección, esa filiación divina se manifestó en toda su plenitud con el poder de Dios que, por obra del Espíritu Santo, devolvió la vida a Jesús (Cfr. Rom 8, 11) y lo constituyó en el estado glorioso de ´Kyrios´ (Cfr. Flp 2, 9-11; Rom 14, 9; Hech 2, 36), de modo que Jesús merece por un nuevo titulo mesiánico el reconocimiento, el culto, la gloria del nombre eterno de Hijo de Dios (Cfr. Hech 13, 33; Hb 1,1-5; 5, 5).

7. Pablo había expuesto esta misma doctrina en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, en sábado, cuando, invitado por los responsables de la misma, tomó la palabra para anunciar que en el culmen de la economía de la salvación realizada en la historia de Israel entre luces y sombras, Dios había resucitado de entre los muertos a Jesús, el cual se había aparecido durante muchos días a los que habían subido con El desde Galilea a Jerusalén, los cuales eran ahora sus testigos ante el pueblo. ´También nosotros (concluía el Apóstol) os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy´ (Hech 13, 32-33; Cfr. Sal 2, 7).

Para Pablo hay una especie de ósmosis conceptual entre la gloria de la resurrección de Cristo y la eterna filiación divina de Cristo, que se revela plenamente en esta conclusión victoriosa de su misión mesiánica.

8. En esta gloria del ´Kyrios´ se manifiesta ese poder del Resucitado (Hombre-Dios), que Pablo conoció por experiencia en el momento de su conversión en el camino de Damasco al sentirse llamado a ser Apóstol (aunque no uno de los Doce), por ser testigo ocular del Cristo vivo, y recibió de El la fuerza para afrontar todos los trabajos y soportar todos los sufrimientos de su misión. El espíritu de Pablo quedó tan marcado por esa experiencia, que en su doctrina y en su testimonio antepone la idea del poder del Resucitado a la de participación en los sufrimientos de Cristo, que también le era grata: Lo que se había realizado en su experiencia personal también lo proponía a los fieles como una regla de pensamiento y una norma de vida: ´Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor... para ganar a Cristo y ser hallado en él... y conocerle a él el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos´ (Flp 3, 8-11). Y entonces su pensamiento se dirige a la experiencia del camino de Damasco: ´... Habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús´ (Flp 3, 12).

9. Así pues, los textos referidos dejan claro que la resurrección de Cristo está estrechamente unida con el misterio de la encarnación del Hijo de Dios: es su cumplimiento, según el eterno designio de Dios. Más aún, es la coronación suprema de todo lo que Jesús manifestó y realizó en toda su vida, desde el nacimiento a la pasión y muerte, con sus obras, prodigios, magisterio, ejemplo de una vida perfecta, y sobre todo con su transfiguración. El nunca reveló de modo directo la gloria que había recibido del Padre ´antes que el mundo fuese´ (Jn 17, 5), sino que ocultaba esta gloria con su humanidad, hasta que se despojó definitivamente (Cfr. Flp 2, 7-8) con la muerte en cruz. En la resurrección se reveló el hecho de que ´en Cristo reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente´ (Col 2, 9; cfr. 1, 19). Así, la resurrección ´completa´ la manifestación del contenido de la Encarnación. Por eso podemos decir que es también la plenitud de la Revelación. Por tanto, como hemos dicho, ella está en el centro de la fe cristiana y de la predicación de la Iglesia.







El valor salvífico de la resurrección (15.III.1989)



l. Si, como hemos visto en anteriores catequesis, la fe cristiana y la predicación de la Iglesia tienen su fundamento en la resurrección de Cristo, por ser ésta la confirmación definitiva y la plenitud de la revelación, también hay que añadir que es fuente del poder salvífico del Evangelio y de la Iglesia en cuanto integración del misterio pascual. En efecto, según San Pablo, Jesucristo se ha revelado como ´Hijo de Dios con poder, según el espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos´ (Rom 1, 4). Y El transmite a los hombres esta santidad porque ´fue entregado por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación´ (Rom 4, 25). Hay como un doble aspecto en el misterio pascual: la muerte para liberar del pecado y la resurrección para abrir el acceso a la vida nueva. Ciertamente el misterio pascual, como toda la vida y la obra de Cristo, tiene una profunda unidad interna en su función redentora y en su eficacia, pero ello no impide que puedan distinguirse sus distintos aspectos con relación a los efectos que derivan de él en el hombre. De ahí la atribución a la resurrección del efecto específico de la ´vida nueva´, como afirma San Pablo.

2. Respecto a esta doctrina hay que hacer algunas indicaciones que, en continua referencia los textos del Nuevo Testamento, nos permitan poner de relieve toda su verdad y belleza.

Ante todo, podemos decir ciertamente que Cristo resucitado es principio y fuente de una vida nueva para todos los hombres. Y esto aparece también en la maravillosa plegaria de Jesús, la víspera de su pasión, que Juan nos refiere con estas palabra: ´Padre... glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado´ (Jn 17, 1-2). En su plegaria Jesús mira y abraza sobre todo a sus discípulos a quienes advirtió de la próxima y dolorosa separación que sé verificaría mediante su pasión y muerte, pero a los cuales prometió asimismo: ´Yo vivo y también vosotros viviréis (Jn 14, 19). Es decir: tendréis parte en mi vida, la cual se revelará después de la resurrección. Pero la mirada de Jesús se extiende a un radio de amplitud universal. Les dice: ´No ruego por éstos (mis discípulos), sino también por aquellos, que por medio de su palabra, creerán en mí... (Jn 17, 20): todos deben formar una sola cosa al participar en la gloria de Dios en Cristo.

La nueva vida que se concede a los creyentes en virtud de la resurrección de Cristo, consiste en la victoria sobre la muerte del pecado y en la nueva participación en la gracia. Lo afirma San Pablo de forma lapidaria: ´Dios, rico en misericordia..., estando muertos a causa de nuestros delitos nos vivificó juntamente con Cristo´ (Ef 2, 4-5). Y de forma análoga San Pedro: ´El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo..., por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos nos ha reengendrado para una esperanza viva´ (1 Pe 1, 3).

Esta verdad se refleja en la enseñanza paulina sobre el bautismo: ´Fuimos, pues, con El (Cristo) sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva´ (Rom 6, 4).

3. Esta vida nueva (la vida según el Espíritu) manifiesta la filiación adoptiva: otro concepto paulino de fundamental importancia. A este respecto, es ´clásico´ el pasaje de la Carta a los Gálatas: ´Envió Dios a su Hijo... para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva´ (Gal 4, 4-5). Esta adopción divina por obra del Espíritu Santo, hace al hombre semejante al Hijo unigénito: ´...Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios´ ´m 8, 14). En la Carta a los Gálatas San Pablo se apela a la experiencia que tienen los creyentes de la nueva condición en que se encuentran: ´La prueba de que sois hijos de Dios es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios´ (Gal 4, 6)7). Hay, pues, en el hombre nuevo un primer efecto de la redención: la liberación de la esclavitud; pero la adquisición de la libertad llega al convertirse en hijo adoptivo, y ello no tanto por el acceso legal a la herencia, sino con el don real de la vida divina que infunden en el hombre las tres Personas de la Trinidad (Cfr. Gal 4, 6; 2 Cor 13, 13). La fuente de esta vida nueva del hombre en Dios es la resurrección de Cristo.

La participación en la vida nueva hace también que los hombres sean ´hermanos´ de Cristo, como el mismo Jesús llama a sus discípulos después de la resurrección: ´Id a anunciar a mis hermanos...´ (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza sino por don de gracia, pues esa filiación adoptiva da una verdadera y real participación en la vida del Hijo unigénito, tal como se reveló plenamente en su resurrección.

4. La resurrección de Cristo (y, más aún, el Cristo resucitado) es finalmente principio y fuente de nuestra futura resurrección. El mismo Jesús habló de ello al anunciar la institución de la Eucaristía como sacramento de la vida eterna, de la resurrección futura: ´El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día´ (Jn 6, 54). Y al ´murmurar´ los que lo oían, Jesús les respondió: ´¿Esto os escandaliza? ¿Y cuándo veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes...?´ (Jn 6, 61-62).De ese modo indicaba indirectamente que bajo las especies sacramentales de la Eucaristía se da los que la reciben participación en el Cuerpo y Sangre de Cristo glorificado.

También San Pablo pone de relieve la vinculación entre la resurrección de Cristo y la nuestra, sobre todo en su Primera Carta a los Corintios; pues escribe: ´Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron... Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo´ (1 Cor 15, 20-22). ´En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: !La muerte ha sido devorada en la victoria!´ (1 Cor 15, 53-54). ´Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo´ (1 Cor 15, 57).

La victoria definitiva sobre la muerte, que Cristo ya ha logrado, El la hace partícipe a la humanidad en la medida en que ésta recibe los frutos de la redención. Es un proceso de admisión a la ´vida nueva´, a la ´vida eterna´, que dura hasta el final de los tiempos. Gracias a ese proceso se va formando a lo largo de los siglos una nueva humanidad: el pueblo de los creyentes reunidos en la Iglesia, verdadera comunidad de la resurrección. A la hora final de la historia, todos resurgirán, y los que hayan sido de Cristo, tendrán la plenitud de la vida en la gloria, en la definitiva realización de la comunidad de los redimidos por Cristo ´para que Dios sea todo en todos´ (1 Cor 15, 28).

5. El Apóstol enseña también que el proceso redentor, que culmina con la resurrección de los muertos, acaece en una esfera de espiritualidad inefable, que supera todo lo que se puede concebir y realizar humanamente. En efecto, si por una parte escribe que ´la carne y la sangre no pueden heredar el reino de los cielos; ni la corrupción hereda la incorrupción´ (1 Cor 15, 50) lo cual es la constatación de nuestra incapacidad natural para la nueva vida), por otra, en la Carta a los Romanos asegura a los que creen lo siguiente: ´Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en nosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros´ (Rom 8, 11). Es un proceso misterioso de espiritualización, que alcanzará también a los cuerpos en el momento de la resurrección por el poder de ese mismo Espíritu Santo que obró la resurrección de Cristo.

Se trata, sin duda, de realidades que escapan a nuestra capacidad de comprensión y de demostración racional, y por eso son objeto de nuestra fe fundada en la Palabra de Dios, la cual, mediante San Pablo, nos hace penetrar en el misterio que supera todos los límites del espacio y del tiempo: ´Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida´(1 Cor 15, 45). ´Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celeste´ (1 Cor 15, 49).

6. En espera de esa transcendente plenitud final, Cristo resucitado vive en los corazones de sus discípulos y seguidores como fuente de santificación en el Espíritu Santo, fuente de la vida divina y de la filiación divina, fuente de la futura resurrección.

Esa certeza le hace decir a San Pablo en la Carta a los Gálatas: ´Con Cristo estoy crucificado; y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí´ (Gal 2, 20). Como el Apóstol, también cada cristiano, aunque vive todavía en la carne (Cfr. Rom 7, 5), vive una vida ya espiritualizada con la fe (Cfr. 2 Cor 10, 3), porque el Cristo vivo, el Cristo resucitado se ha convertido en el sujeto de todas sus acciones: Cristo vive en mí (Cfr. Rom 8, 2. 10)11;. Flp 1, 21; Col 3, 3). Y es la vida en el Espíritu Santo. Esta certeza sostiene al Apóstol, como puede y debe sostener a cada cristiano en los trabajos y los sufrimientos de esta vida, tal como aconsejaba Pablo al discípulo Timoteo en el fragmento de una Carta suya con el que queremos cerrar )para nuestro conocimiento y consuelo) nuestra catequesis sobre la resurrección de Cristo: ´Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio... Por eso todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con la gloria eterna. Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con El, también viviremos con El; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con El; si le negamos, también El nos negará; si somos fieles, El permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo...´ (2 Tim 2, 8-13).

´Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos´: esta afirmación del Apóstol nos da la clave de la esperanza en la verdadera vida en el tiempo y en la eternidad.





Cristo vencedor de la muerte (29.III.1989)



1. ´¡Cristo nuestra Pascua, se ha inmolado en la cruz por nuestros pecados y ha resucitado glorioso: hagamos fiesta en el Señor!´.

Este es el sentimiento que invade la liturgia en estos días, tras la celebración de la Pascua; en estos días repetimos con júbilo, en la Santa Misa, las palabras de la Secuencia: ´Mors et vita duello conflixere mirando, dux vitae mortuus regnat vivus!´: ´¡Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es la Vida, triunfante se levanta!´. Cristo, victorioso sobre la muerte, está presente activamente también en la historia de hoy.

El cristianismo continúa su camino, porque cuenta con la acción del Verbo encarnado, que se hizo hombre, murió en cruz, fue sepultado y resucitó, como lo había predicho. ´La fe cristiana (ha escrito el conocido teólogo Romano Guardini) se mantiene o se pierde según se crea o no en la resurrección del Señor. La resurrección no es un fenómeno marginal de esta fe; ni siquiera un desenlace mitológico que la fe haya tomado de la historia y del que más tarde haya podido deshacerse sin daño para su contenido: es su corazón´ (´Il Signore´, Parte sexta, Resurrección y Transfiguración).

Y así la Iglesia, junto al sepulcro vacío, advierte siempre a los hombres: ´¡No busquéis entre los muertos al que vive! No está aquí: ha resucitado!´. ´Acordaos (dice la Iglesia con las palabras de los ángeles a las mujeres piadosas atemorizadas ante la piedra corrida) de lo que os dijo estando todavía en Galilea: ´El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar´ (Lc 24, 6-7).

Pedro, que entró con Juan en el sepulcro vacío, vio ´las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte´ (Jn 20, 6-7). El, después, le vio resucitado y se entretuvo con Él, como afirmó en el discurso en la casa del centurión Cornelio: ´Los judíos lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que El había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos´ (Hech 10, 39-42).

Pedro, los Apóstoles y los discípulos comprendieron perfectamente que les tocaba a ellos la tarea de ser esencialmente y sobre todo los ´testigos´ de la resurrección de Cristo, porque de este acontecimiento único y sorprendente dependería la fe en El y la aceptación de su mensaje salvífico.

2. También el cristiano, en la época y en el lugar en que vive, es un testigo de Cristo resucitado: ve con los mismos ojos de Pedro y de los Apóstoles; está convencido de la resurrección gloriosa de Cristo crucificado y por ello cree totalmente en El, camino, verdad, vida y luz del mundo, y lo anuncia con serenidad y valentía. El ´testimonio pascual´ se convierte, de este modo en la característica especifica del cristiano.

Así escribe San Pablo a los Colosenses: ´si habéis resucitado con Cristo, buscadlas cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios; aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra, porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios´ (Col 3, 1-3).

En un discurso sobre los sacramentos, San Ambrosio observaba justamente: ´Dios, por tanto, te ha ungido, Cristo te ha sellado con su sello. ¿De qué forma? Has sido marcado para recibir la impronta de su cruz, para configurarte a su pasión. Has recibido el sello que te ha hecho semejante a El, para que puedas resucitar a imagen de Él que fue crucificado al pecado y vive para Dios. Tu hombre viejo ha sido inmerso en la fuente, ha sido crucificado en el pecado, pero ha resucitado para Dios´ (Discurso VI, 2, 7).

El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, tratando de la vocación universal a la santidad, escribe: ´Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado. Estén todos atentos a encauzar rectamente sus afectos, no sea que el uso de las cosas del mundo y un apego a las riquezas contrario al espíritu de pobreza evangélica les impida la prosecución de la caridad perfecta´ (Lumen Gentium, 42).

3. Obligado al ´testimonio pascual´, el cristiano tiene indudablemente una gran dignidad, pero también una fuerte responsabilidad: en efecto, debe hacerse cada vez más creíble con la claridad de la doctrina y con la coherencia de la vida.

El ´testimonio pascual´, por lo tanto, se expresa antes que nada mediante el camino de ascesis espiritual, es decir, mediante la tensión constante y decidida hacia la perfección, en valiente adhesión a las exigencias del bautismo y de la confirmación; se expresa, además, mediante el empeño apostólico, aceptando con sano realismo las tribulaciones y las persecuciones, acordándose siempre de lo que dijo Jesús: ´Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mi antes que a vosotros... Tendréis tribulaciones en el mundo, pero tened confianza: ¡Yo he vencido al mundo!´ (15, 18; 16, 33); se expresa, por fin, mediante el ´ideal de la caridad´, por el que el cristiano, como buen samaritano, aun sufriendo por tantas situaciones dolorosas en que se encuentra la humanidad, se halla siempre implicado de alguna forma en las obras de misericordia temporales y espirituales, rompiendo constantemente el muro del egoísmo y manifestando así de modo concreto el amor del Padre.

4. Queridísimos: ¡Toda la vida del cristiano debe ser Pascua! ¡Llevad a vuestras familias, a vuestro trabajo, a vuestros intereses, llevad al mundo de la escuela, de la profesión y del tiempo libre, así como al sufrimiento, la serenidad y la paz, la alegría y la confianza que nacen de la certeza de la resurrección de Cristo! ¡Que María Santísima os acompañe y os conforte en este ´testimonio pascual´ vuestro!

´Scimus Christum surrexisse a mortuis vere: tu nobis victor Rex, miserere!´: ´¡Sabemos que en verdad resucitaste de entre los muertos. Rey vencedor, apiádate de nosotros!´







La Ascensión: misterio anunciado (5.IV.1989)



1. Los símbolos de fe más antiguos ponen después del artículo sobre la resurrección de Cristo, el de su ascensión. A este respecto los textos evangélicos refieren que Jesús resucitado, después de haberse entretenido con sus discípulos durante cuarenta días con varias apariciones y en lugares diversos, se sustrajo plena y definitivamente a las leyes del tiempo y del espacio, para subir al cielo, completando así el ´retorno al Padre´ iniciado ya con la resurrección de entre los muertos.

En esta catequesis vemos cómo Jesús anunció su ascensión (o regreso al Padre) hablando de ella con la Magdalena y con los discípulos en los días pascuales y en los anteriores la Pascua.

2. Jesús, cuando encontró a la Magdalena después de la resurrección, le dice: ´No me toques, que todavía no he subido al Padre; pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios´ (Jn 20,17).

Ese mismo anuncio lo dirigió Jesús varias veces a sus discípulos en el período pascual. Lo hizo especialmente durante la última Cena, ´sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre..., sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía´ (Jn 13, 1-3). Jesús tenía, sin duda, en la mente su muerte ya cercana y, sin embargo, miraba más allá y pronunciaba aquellas palabras en la perspectiva de su próxima partida, de su regreso al Padre mediante la ascensión al cielo: ´Me voy a aquel que me ha enviado´ ( Jn 16, 5): ´ Me voy al Padre, y ya no me veréis´ (Jn 16, 10). Los discípulos no comprendieron bien, entonces, qué tenía Jesús en mente, tanto menos cuanto que hablaba de forma misteriosa: ´Me voy y volveré a vosotros´, e incluso añadía: ´Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo´ (Jn 14, 28). Tras la resurrección aquellas palabras se hicieron para los discípulos más comprensibles y transparentes, como anuncio de su ascensión al cielo.

3. Si queremos examinar brevemente el contenido de los anuncios transmitidos, podemos ante todo advertir que la ascensión al cielo constituye la etapa final de la peregrinación terrena de Cristo. Hijo de Dios, consubstancial al Padre, que se hizo hombre por nuestra salvación. Pero esta última etapa permanece estrechamente conectada con la primera, es decir, con su ´descenso del cielo´, ocurrido en la encarnación Cristo ´salido del Padre´ (Jn 16, 28) y venido al mundo mediante la encarnación, ahora, tras la conclusión de su misión, ´deja el mundo y va al Padre´ (Cfr. Jn 16, 28). Es un modo único de ´subida´ como lo fue el del ´descenso´ Solamente el que salió del Padre como Cristo lo hizo puede retornar al Padre en el modo de Cristo. Lo pone en evidencia Jesús mismo en el coloquio con Nicodemo: ´Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo´ (Jn 3, 13). Sólo Él posee la energía divina y el derecho de ´subir al cielo´, nadie más. La humanidad abandonada a sí misma, a sus fuerzas naturales, no tiene acceso a esa ´casa del Padre´ (Jn 14, 2), a la participación en la vida y en la felicidad de Dios. Sólo Cristo puede abrir al hombre este acceso: Él, el Hijo que ´bajó el cielo´, que ´salió del Padre´ precisamente para esto. Tenemos aquí un primer resultado de nuestro análisis: la ascensión se integra en el misterio de la Encarnación, que es su momento conclusivo.

4. La Ascensión al cielo está, por tanto, estrechamente unida a la ´economía de la salvación´, que se expresa en el misterio de la encarnación y, sobre todo, en la muerte redentora de Cristo en la cruz Precisamente en el coloquio ya citado con Nicodemo, Jesús mismo, refiriéndose a un hecho simbólico y figurativo narrado por el Libro de los Números (21, 4-9), afirma: ´Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado (es decir, crucificado) el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna´ (Jn 3, 14-1 5).

Y hacia el final de su ministerio, cerca ya la Pascua, Jesús repitió claramente que era Él el que abriría a la humanidad el acceso a la ´casa del Padre´ por medio de su cruz: ´cuando sea levantado en la tierra, atraeré a todos hacia mi´ (Jn 12, 32). La ´elevación´ en la cruz es el signo particular y el anuncio definitivo de otra ´elevación´ que tendrá lugar a través de la ascensión al cielo. El Evangelio de Juan vio esta ´exaltación´ del Redentor ya en el Gólgota. La cruz es el inicio de la ascensión al cielo.

5. Encontramos la misma verdad en la Carta a los Hebreos, donde se lee que Jesucristo, el único Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza, no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro´ (Heb 9, 24). Y entró ´con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna: ´penetró en el santuario una vez para siempre´ (Heb 9, 12). Entró, como Hijo ´el cual, siendo resplandor de su gloria (del Padre) e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas´ (Heb 1, 3)

Este texto de la Carta a los Hebreos y el del coloquio con Nicodemo (Jn 3, 13) coinciden en el contenido sustancial, o sea en la afirmación del valor redentor de la ascensión al cielo en el culmen de la economía de la salvación, en conexión con el principio fundamental ya puesto por Jesús ´Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre´ (Jn 3, 13).

6. Otras palabras de Jesús, pronunciadas en el Cenáculo, se refieren a su muerte, pero en perspectiva de la ascensión: ´Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y adonde yo voy (ahora) vosotros no podéis venir´ (Jn 13, 33). Sin embargo, dice en seguida: ´En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho, porque voy a prepararos un lugar´ (Jn 14, 2).

5. Es un discurso dirigido a los Apóstoles, pero que se extiende más allá de su grupo. Jesucristo va al Padre (a la casa del Padre) para ´introducir´ a los hombres que ´sin Él no podrían entrar´. Sólo Él puede abrir su acceso a todos: Él que ´bajó del cielo´ (Jn 3, 13), que ´salió del Padre´ (Jn 16, 28) y ahora vuelve al Padre ´con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna´ (Heb 9, 12). Él mismo afirma: ´Yo soy el Camino nadie va al Padre sino por mí´ (Jn 14, 6).

7. Por esta razón Jesús también añade, la misma tarde de la vigilia de la pasión: ´Os conviene que yo me vaya.´ Sí, es conveniente, es necesario, es indispensable desde el punto de vista de la eterna economía salvífica. Jesús lo explica hasta el final a los Apóstoles: ´Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré´ (Jn 16, 7). Si. Cristo debe poner término a su presencia terrena, a la presencia visible del Hijo de Dios hecho hombre, para que pueda permanecer de modo invisible, en virtud del Espíritu de la verdad, del Consolador) Paráclito. Y por ello prometió repetidamente: ´Me voy y volveré a vosotros´ (Jn 3. 28).

Nos encontramos aquí ante un doble misterio: El de la disposición eterna o predestinación divina, que fija los modos, los tiempos, los ritmos de la historia de la salvación con un designio admirable, pero para nosotros insondable; y el de la presencia de Cristo en el mundo humano mediante el Espíritu Santo, santificador y vivificador: el modo cómo la humanidad del Hijo obra mediante el Espíritu Santo en las almas y en la Iglesia )verdad claramente enseñada por Jesús) permanece el envuelto en la niebla luminosa del misterio trinitario y cristológico, y requiere nuestro acto de fe humilde y sabio.

8. La presencia invisible de Cristo se actúa en la Iglesia, también de modo sacramental. En el centro de la Iglesia se así encuentra la Eucaristía. Cuando Jesús anunció su institución por vez primera, muchos ´se escandalizaron´ (Cfr. Jn 6, 61), ya que hablaba de ´comer su Cuerpo y beber su Sangre´. Pero fue entonces cuando Jesús reafirmó: ´¿Esto os escandaliza? ¿Y cuándo veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada´ (Jn 6, 61-63) .

La Jesús habla aquí de su ascensión al cielo cuando su Cuerpo terreno se entregue a la muerte en la cruz, se manifestará el Espíritu ´que da la vida´. Cristo subirá al Padre, para que venga el Espíritu. Y, el día de Pascua, el Espíritu glorificará el Cuerpo de Cristo en la resurrección. El día de Pentecostés, el Espíritu sobre la Iglesia para que, renovado en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo, podamos participar en la nueva vida de su Cuerpo glorificado por el Espíritu y de este modo prepararnos para entrar en las ´moradas eternas´, donde nuestro Redentor nos ha precedido para prepararnos un lugar en la te ´Casa del Padre´ (Jn 14, 2).





El hecho de la Ascensión (12.IV.1989)



1. Ya los ´anuncios´ de la ascensión, que hemos examinado en la catequesis anterior, iluminan enormemente la verdad expresada por los más antiguos símbolos de la fe con las concisas palabras ´subió al cielo´. Ya hemos señalado que se trata de un ´misterio´, que es objeto de fe. Forma parte del misterio mismo de la Encarnación y es el cumplimiento último de la misión mesiánica del Hijo de Dios, que ha venido a la tierra para llevar a cabo nuestra redención.

Sin embargo, se trata también de un ´hecho´ que podemos conocer a través de los elementos biográficos e históricos de Jesús, que nos refieren los Evangelios.

2. Acudamos a los textos de Lucas. Primeramente al que concluye su Evangelio: ´Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo´ (Lc 24, 50)51): lo cual significa que los Apóstoles tuvieron la sensación de ´movimiento´ de toda la figura de Jesús, y de un acción de ´separación´ de la tierra. El hecho de que Jesús bendiga en aquel momento a los Apóstoles, indica el sentido salvífico de su partida, en la que, como en toda su misión redentora, está contenida y se d l mundo toda clase de bienes espirituales.

Deteniéndonos en este texto de Lucas, prescindiendo de los demás, se deduciría que Jesús subió al cielo el mismo día de la resurrección, como conclusión de su aparición a los Apóstoles (Cfr. Lc 24, 36-39). Pero si se lee bien toda la página, se advierte que el Evangelista quiere sintetizar los acontecimientos finales de la vida de Cristo, del que le urgía descubrir la misión salvífica, concluida con su glorificación. Otros detalles de esos hechos conclusivos los referirá en otro libro que es como el complemento de su Evangelio, el Libro de los Hechos de los Apóstoles que reanuda la narración contenida en el Evangelio, para proseguir la historia de los orígenes de la Iglesia.

3. En efecto, leemos al comienzo de los Hechos un texto de Lucas que presenta las apariciones y la ascensión de manera más detallada: ´A estos mismos (es decir, a los Apóstoles), después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al reino de Dios´ (Hech 1, 3). Por tanto, el texto nos ofrece una indicación sobre la fecha de la ascensión: cuarenta días después de la Resurrección. Un poco más tarde veremos que también nos da información sobre el lugar.

Respecto al problema del tiempo, no se ve por qué razón podría negarse que Jesús se haya aparecido a los suyos en repetidas ocasiones durante cuarenta días, como afirman los Hechos. El simbolismo bíblico del número cuarenta, que sirve para indicar una duración plenamente suficiente para alcanzar el fin deseado, es aceptado por Jesús, que ya se había retirado durante cuarenta días al desierto antes de comenzar su ministerio, y ahora durante cuarenta días aparece sobre la tierra antes de subir definitivamente al cielo. Sin duda, el tiempo de Jesús resucitado pertenece a un orden de medida distinto del nuestro. El Resucitado está ya en el Ahora eterno, que no conoce sucesiones ni variaciones. Pero, en cuanto que actúa todavía en el mundo, instruye a los Apóstoles, pone en marcha la Iglesia, el Ahora trascendente se introduce en el tiempo del mundo humano, adaptándose una vez más por amor. Así, el misterio de la relación eternidad-tiempo se condensa en la permanencia de Cristo resucitado en la tierra. Sin embargo, el misterio no anula su presencia en el tiempo y en el espacio; antes bien ennoblece y eleva al nivel de los valores eternos lo que El hace, dice, toca, instituye, dispone: en una palabra, la Iglesia. Por esto de nuevo decimos: Creo, pero sin evadir la realidad de la que Lucas nos ha hablado. Ciertamente, cuando Cristo subió al cielo, esta coexistencia e intersección entre el Ahora eterno y el tiempo terreno se disuelve, y queda el tiempo de la Iglesia peregrina en la historia. La presencia de Cristo es ahora invisible y ´supratemporal´ como la acción del Espíritu Santo, que actúa en los corazones.

4. Según los Hechos de los Apóstoles, Jesús ´fue llevado al cielo´ (Hech 1, 2) en el monte de los Olivos (Hech 1, 12): efectivamente, desde allí los Apóstoles volvieron a Jerusalén después de la ascensión. Pero antes que esto sucediese, Jesús les dio las últimas instrucciones: por ejemplo, ´les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la promesa del Padre´ (Hech 1, 4). Esta promesa del Padre consistía en la venida del Espíritu Santo: ´Seréis bautizados en el Espíritu Santo´ (Hech 1, 5); ´Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos´ (Hech 1, 8). Y fue entonces cuando ´dicho esto, fue levantado en presencia ellos, y una nube le ocultó a sus ojos´ (Hech 1 9).

El monte de los Olivos, que ya había sido el lugar de la agonía de Jesús en Getsemaní, es, por tanto, el último punto de contacto entre el Resucitado y el pequeño grupo de sus discípulos en el momento de la ascensión. Esto sucede después que Jesús ha repetido el anuncio del envío del Espíritu, por cuya acción aquel pequeño grupo se transformará en la Iglesia y será guiado por los caminos de la historia. LA Ascensión es por tanto, el acontecimiento conclusivo de la vida y de la misión terrena de Cristo: Pentecostés será el primer día de la vida y de la historia ´de su Cuerpo, que es la Iglesia´ (Col 11). Este es el sentido fundamental del hecho de la ascensión más allá de las circunstancias particulares en las que ha acontecido y el cuadro de los simbolismos bíblicos en los que puede ser considerado.

5. Según Lucas, Jesús ´fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos´ (Hech 1, 9). En este texto hay que considerar dos momentos esenciales: ´fue levantado (la elevación-exaltación) y ´una nube le ocultó´ (entrada el claroscuro del misterio).

´Fue levantado´: con esta expresión, que responde a la experiencia sensible y espiritual de los Apóstoles, se alude a un movimiento ascensional, a un paso de la tierra al cielo, sobre todo como signo de otro ´paso´: Cristo pasa al estado de glorificación en Dios. El primer significado de la ascensión es precisamente éste: revelar que el Resucitado ha entrado en la intimidad celestial de Dios. Lo prueba ´la nube´ signo bíblico de ´presencia divina. Cristo desaparece de los ojos de sus discípulos, entrando en la esfera trascendente de Dios invisible.

6. También esta última consideración confirma el significado del misterio que es la ascensión de Jesucristo al cielo. El Hijo que ´salió del Padre y vino al mundo, ahora deja el mundo y va al Padre´ (Cfr. Jn 16, 28). En ese ´retorno´ al Padre halla su concreción la elevación ´a la derecha del Padre´, verdad mesiánica ya anunciada en el Antiguo Testamento. Por tanto, cuando el Evangelista Marcos nos dice que ´el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios´ (Mc 16, 19), sus palabras reevoca el ´oráculo del Señor´ enunciado en Salmo: ´Oráculo de Yahvéh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies´ (109-110, 1).´Sentarse a la derecha de Dios´ significa coparticipar en su poder real y en su dignidad divina. Lo había predicho Jesús: ´Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo´, leemos en el Evangelio de Marcos (Mc 14, 62). Lucas a su vez, escribe (Lc 22, 69): ´El Hijo de Dios estará sentado a la diestra del poder de Dios´. Del mismo modo el primer mártir Jerusalén, el diácono Esteban, verá a Cristo en el momento su muerte: ´Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios´ (Hech 7, 56). El concepto, pues, se había enraizado y difundido en las primeras comunidades cristianas, como expresión de la realeza que Jesús había conseguido con la ascensión al cielo.

7. También el Apóstol Pablo, escribiendo a los Romanos, expresa la misma verdad sobre Jesucristo, ´el que murió; más aún, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios y que intercede por nosotros´ (Rom 8, 34). En la Carta a los Colosenses escribe: ´Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios´ (Col 3, 1; cfr. Ef l, 20). En la Carta a los Hebreos leemos (Heb 1 3; 8, 1): ´Tenemos un Sumo Sacerdote tal que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos´. Y de nuevo(Heb 10, 12 y Heb 12, 2): ´ soportó la cruz, sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios´.

A su vez, Pedro proclama que Cristo ´habiendo ido al cielo está a la diestra de Dios y le están sometidos los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades´ (1 Ped 3, 22).

8. El mismo Apóstol Pedro, tomando la palabra en el primer discurso después de Pentecostés, dirá de Cristo que ´exaltado por la diestra Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís´ (Hech 2 33; cfr. también Hech 5, 31). Aquí se inserta en la verdad de la ascensión y de la realeza de Cristo un elemento nuevo, referido al Espíritu Santo.

Reflexionemos sobre ello un momento. En el Símbolo de los Apóstoles, la ascensión al cielo se asocia la elevación del Mesías al reino del Padre: ´Subió al cielo, está sentado a la derecha del Padre´. Esto significa la inauguración del reino del Mesías, en el que encuentra cumplimiento la visión profética del Libro de Daniel sobre el hijo del hombre: ´A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino nunca será destruido jamás´ (Dn 7, 13-14).

El discurso de Pentecostés, que tuvo Pedro, nos hace saber que a los ojos de los Apóstoles, en el contexto del Nuevo Testamento, esa elevación de Cristo a la derecha del Padre está ligada, sobre todo, con la venida del Espíritu Santo. Las palabras de Pedro testimonian la convicción de los Apóstoles de que sólo con la ascensión Jesús ´ha recibido el Espíritu Santo del Padre´ para derramarlo como lo había prometido.

9. El discurso de Pedro testimonia también que, con la venida del Espíritu Santo, en la conciencia de los Apóstoles maduró definitivamente la visión de ese reino que Cristo había anunciado desde el principio y del que había hablado también tras la resurrección (Cfr. Hech 1, 3). Hasta entonces los oyentes le habían interrogado sobre la restauración del reino de Israel (Cfr. Hech 1, 6), tan enraizada en su interpretación temporal de la misión mesiánica. Sólo después de haber reconocido ´la potencia´ del Espíritu de verdad, ´se convirtieron en testigos´ de Cristo y de ese reino mesiánico, que se actuó de modo definitivo cuando Cristo glorificado ´se sentó a la derecha del Padre´. En la economía salvífica de Dios hay, por tanto, una estrecha relación entre la elevación de Cristo y la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Desde ese momento los Apóstoles se convierten en testigos del reino que no tendrá fin. En esta perspectiva adquieren también pleno significado las palabras que oyeron después de la ascensión de Cristo: ´Este Jesús que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo´ (Hech 1,11). Anuncio de una plenitud final y definitiva que se tendrá cuando en la potencia del Espíritu de Cristo, todo el designio divino alcance su cumplimiento en la historia.







La Ascensión manifiesta que Jesús es el Señor (19.IV.1989)



1. El anuncio de Pedro en el primer discurso pentecostal en Jerusalén es elocuente y solemne: ´A este Jesús Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramando´ (Hech 2, 32)33). ´Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado´ (Hech 2 36). Estas palabras (dirigidas a la multitud compuesta por los habitantes de aquella ciudad y por los peregrinos que habían llegado de diversas partes para la fiesta) proclaman la elevación de Cristo (crucificado y resucitado) ´a la derecha de Dios´. La ´elevación´, o sea, la ascensión al cielo, significa la participación de Cristo hombre en el poder y autoridad de Dios mismo. Tal participación en el poder y autoridad de Dios Uno y Trino se manifiesta en el ´envío´ del Consolador, Espíritu de la verdad, el cual ´recibiendo´ (Cfr. Jn 16, 14) de la redención llevada a cabo por Cristo, realiza la conversión de los corazones humanos. Tanto es así, que ya aquel día, en Jerusalén, ´al oír esto sintieron el corazón compungido´ (Hech 2, 37). Y es sabido que en pocos días se produjeron miles de conversiones.

2. Con el conjunto de los sucesos pascuales, a los que se refiere el Apóstol Pedro en el discurso de Pentecostés, Jesús se reveló definitivamente como Mesías enviado por el Padre y como Señor.

La conciencia de que Él era ´el Señor´, había entrado ya de alguna manera en el ámbito de los Apóstoles durante la actividad prepascual de Cristo. El mismo alude a este hecho en la última Cena: ´Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy´ (Jn 13,17). Esto explica porque los Evangelistas hablan de Cristo ´Señor´ como de un dato admitido comúnmente en las comunidades cristianas. En particular, Lucas pone ya ese término en boca del ángel que anuncia el nacimiento de Jesús a los pastores: ´Os ha nacido un salvador que es el Cristo Señor´ (Lc 2, 11 ) . En muchos otros lugares usa el mismo apelativo (Cfr. Lc 1, 13; 10, 1; 10, 41; 11, 39; 12, 42; 13, 15; 17, 6; 22, 61). Pero es cierto que el conjunto de los sucesos pascuales ha consolidado definitivamente esta conciencia. A la luz de estos sucesos es necesario leer la palabra ´Señor´ referida también a la vida y actividad anterior del Mesías. Sin embargo, es necesario profundizar sobre todo el contenido y el significado que la palabra tiene en el contexto de la elevación y de la glorificación de Cristo resucitado, en su ascensión al cielo.

3. Una de las afirmaciones más repetidas en las Cartas paulinas es que Cristo es el Señor. Es conocido el pasaje de la Primera Carta a los Corintios donde Pablo proclama: ´Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosa y por el cual somos nosotros´ (1 Cor 8,6; cfr. 16, 22; Rom 10, 9; Col 2, 6). Y el de la Carta a los Filipenses, donde Pablo presenta como Señor a Cristo, que humillado hasta la muerte, ha sido también exaltado ´para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre´ (Flp 2, 10)11). Pero Pablo subraya que ´nadie puede decir: "Jesús es Señor´´ sino bajo la acción del Espíritu Santo´ (1 Cor 12, 3). Por tanto ´bajo la acción del Espíritu Santo´ también el Apóstol Tomás dice a Cristo, que se le apareció después de la resurrección: ´Señor mío y Dios mío´ (Jn 20, 28). Y lo mismo se debe decir del diácono Esteban, que durante la lapidación ora: ´Señor Jesús, recibe mi espíritu no les tengas en cuenta este pecado´ (Hech 7, 59)60).

Finalmente, el Apocalipsis concluye el ciclo de la historia sagrada y de la revelación con la invocación de la Esposa y del Espíritu: ´Ven, Señor Jesús´ (Ap 22, 20). Es el misterio de la acción del Espíritu Santo ´vivificante´ que introduce continuamente en los corazones la luz para reconocer a Cristo, la gracia para interiorizar en nosotros su vida, la fuerza para proclamar que Él (y sólo Él) es ´el Señor´.

4. Jesucristo es el Señor, porque posee la plenitud del poder ´en los cielos y sobre la tierra´. Es el poder real ´por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación Bajo sus pies sometió todas las cosas´ (Ef 1, 2122). Al mismo tiempo es la autoridad sacerdotal de la que habla ampliamente la Carta los Hebreos, haciendo referencia al Salmo 109/110, 4: ´Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec´ (Heb 5, 6). Este eterno sacerdocio de Cristo comporta el poder de santificación de modo que Cristo ´se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen´ (Heb 5, 9). ´De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor´ (Heb 7, 25). Asimismo, en la Carta a los Romanos leemos que Cristo ´está a la diestra de Dios e intercede por nosotros´ (Rom 8, 34). Y finalmente, San Juan nos asegura: ´Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo´ (1 Jn 2, 1).

5. Como Señor, Cristo es la Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo. Es la idea central de San Pablo en el gran cuadro cósmico-histórico-sotereológico, con que describe el contenido del designio eterno de Dios en los primeros capítulos de las Carta a los Efesios y a los Colosenses: ´Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo´ (Ef 1, 22). ´Pues Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la Plenitud´ (Col 1, 19): en Él en el cual ´reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente´ (Col 2, 9).

Los Hechos nos dicen que Cristo ´se h adquirido´ la Iglesia ´con su sangre´ (Hech 20, 28; cfr. 1 Cor 6, 20). También Jesús cuando al irse al Padre decía a los discípulos: ´Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo´ (Mt 28 20), en realidad anunciaba el misterio de este Cuerpo que de él saca constantemente las energías vivificantes de la redención. Y la redención continúa actuando como efecto de la glorificación de Cristo. Es verdad que Cristo siempre ha sido el ´Señor´, desde el primer momento de la encarnación, como Hijo de Dios consubstancial al Padre, hecho hombre por nosotros. Pero sin duda ha llegado a ser Señor en plenitud por el hecho de ´haberse humillado !se despojó de sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte en cruz´ (Cfr. Flp 2, 8). Exaltado, elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así toda su misión, permanece en el Cuerpo de su Iglesia sobre la tierra por medio de la redención operada en cada uno y en toda la sociedad por obra del Espíritu Santo. La redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia, como leemos en la Carta a los Efesios: ´El mismo "dio" a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo. . . a la madurez de la plenitud de Cristo´ (Ef 4, 11-13).

6. En la expansión de la realeza que se le concedió sobre toda la economía de la salvación, Cristo es el Señor de todo el cosmos. Nos lo dice otro gran cuadro de la Carta a los Efesios: ´Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo´ (Ef 4, 10). En la Primera Carta a los Corintios San Pablo añade que todo se le ha sometido ´porque todo (Dios) lo puso bajo sus pies´ (con referencia l Sal 8, 5). ´Cuando diga que !todo está sometido!, es evidente que se excluye a Aquél que ha sometido a El todas las cosas´ (1 Cor 15, 27). Y el Apóstol desarrolla ulteriormente este pensamiento, escribiendo: ´Cuando hayan sido sometidas a Él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá que el que ha sometido a El todas las cosas, para que Dios sea todo en todo´ (1 Cor 15, 28). ´Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad´ (1 Cor 15, 24).

7. La Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II ha vuelto a tomar este tema fascinante, escribiendo que ´El Señor es el fin de la historia humana, !el punto focal de los deseos de la historia y de la civilización!, el centro del género humano, la alegría de todos los corazones, la plenitud de sus aspiraciones´ (n. 45). Podemos resumir diciendo que Cristo es el Señor de la historia. En Él la historia del hombre, y puede decirse de toda la creación, encuentra su cumplimiento trascendente. Es lo que en tradición se llamaba recapitulación ´´recapitulatio´, en griego: ´auacefalawsiz´ Es una concepción que encuentra su fundamento en la Carta a los Efesios en donde se describe el eterno designio de Dios ´para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra´ (Ef 1,10).

8. Debemos añadir, por último, que Cristo es el Señor de la Vida eterna. A Él pertenece el juicio último, del que habla el Evangelio de Mateo: ´Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria Entonces dirá el Rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo!´ (Mt 25, 31. 34).

El derecho pleno de juzgar definitivamente las obras de los hombres y conciencias humanas, pertenece a Cristo en cuanto Redentor del mundo. El, en efecto, ´adquirió´ este derecho mediante la cruz. Por eso el Padre ´todo juicio lo ha entregado al Hijo´ (Jn 5, 22). Sin embargo el Hijo no ha venido sobretodo para juzgar, sino para salvar. Para otorgar la vida divina que está en El. ´Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre´ (Jn 5, 26)27).

Un poder, por tanto, que coincide con la misericordia que fluye en su corazón desde el seno del Padre, del que procede el Hijo y se hace hombre ´propter nos homines et propter nostram salutem´. Cristo crucificado y resucitado, Cristo que ´subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre´. Cristo que es, por tanto, el Señor de la vida eterna, se eleva sobre el mundo y sobre la historia como un signo de amor infinito rodeado de gloria, pero deseoso de recibir de cada hombre una respuesta de amor para darles la vida eterna.



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San Juan Crisóstomo (hacia 345-407) obispo de Antioquia y Constantinopla, doctor de la Iglesia Católica - Homilía 15 sobre la carta a los romanos; PG 60, 543-548



“A los pobres los tenéis siempre con vosotros.” (Jn 12,8) - “El Padre no perdonó a su propio Hijo” (Rm 8,32); tú que no das ni siquiera un trozo de pan al que fue entregado e inmolado por ti. El Padre, por ti, no le perdonó; tú pasas con desprecio al lado de Cristo que tiene hambre, cuando no vives sino por la bondad y la misericordia del Padre... El fue entregado por ti, inmolado por ti, vive en la miseria por ti, quiere que la generosidad sea una ventaja para ti, y aún así, tú no das nada. ¿Hay una piedra más dura que vuestros corazones ante la interpelación de tantas razones? No fue bastante que Cristo padeció la cruz y la muerte; quiso ser pobre, mendigo y desnudo, encarcelado (Mt 25,36) para que al menos ante esta realidad te dejes conmover. “Si no me das nada para mis dolores, por lo menos ten piedad de mí en mi pobreza. Si no me tienes piedad por mi pobreza, que mis enfermedades te ablanden, mis cadenas te enternezcan. Si todo esto no te conmueve, ¡muévate al menos la insignificancia de mi petición. No te pido nada costoso sino pan, un techo y unas palabras amistosas... Fui encadenado por ti y lo estoy todavía por ti para que, conmovido por mis cadenas pasadas o actuales, tengas misericordia de mí. He pasado hambre por ti y sigo sufriendo el hambre por ti. Tuve sed cuando estuve colgado en la cruz y sigo teniendo sed en los pobres a fin de atraerte hacia mí para tu salvación”...
Jesús dice, en efecto: “Quien acoge a uno de estos pequeños, me acoge a mí.” (Mc 9,37)... Te podría premiar sin esto, pero yo quiero hacerme tu deudor para que lleves tú la corona segura. Por esto, aunque yo me podría alimentar yo mismo, voy mendigando aquí y allí, me presento a tu puerta y tiendo la mano. Quiero que me des de comer tú, porque te amo ardientemente. Mi felicidad consiste en estar sentado en tu mesa.”



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Santifiquemos nuestro corazón, hagamos modestos nuestro ojos, guardemos la lengua de las murmuraciones, hagamos penitencia por nuestros pecados, disipemos las dudas, depongamos la insensatez, troquemos nuestra pereza en celo. Ayunemos, perseveremos en la oración. Estemos prontos para la beneficencia, ejercitemos virtudes con las obras. Hagámonos niños en lo malo, y en la fe, por el contrario, perfectos. Así nos haremos en todas las virtudes dignos del augusto y gran misterio. Con gran deseo y pureza consumada gustaremos entonces el santísimo y vivificador Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; a Él sea dada la gloria y el poder por toda la eternidad. Amén.

JUAN MANDAKUNI - AÑO 415 + 490 ca. ¡Armenia siempre cristiana!



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“No son pocos los que quieren ser testigos del Señor de la paz, mientras todo les va conforme a sus deseos. Quieren de buena gana ser santos, pero sin trabajo, sin tedio, sin tribulaciones, sin perjuicios. Desean, pues, conocer a Dios, saborearlo, sentirlo, pero sin amargura. Si efectivamente deben trabajar, si les produce amargura, tristeza, tinieblas y arduas tentaciones, si Dios se les esconde y se ven desprovistos de consuelos interiores o exteriores, al instante se desvanecen sus buenos propósitos. No son los verdaderos testigos que el Señor exige.

¿Quién hay que no busque la paz, quién que no quiera tener la paz en todo lo que hace? Y, sin embargo, este modo de buscar esta paz debe sin duda ser descartado. Debemos esforzarnos en tener paz en todo tiempo, incluso en las adversidades con no poco esfuerzo. De ahí debe nacer la verdadera paz, estable, segura. Verdaderamente cualquier otra cosa que busquemos, o queramos será un engaño. Si, en cambio, nos esforzamos, en cuanto nos sea posible, en estar alegres en la tristeza y mantenernos tranquilos en la turbación, sencillos en complicación y alegres en la angustia, entonces seremos verdaderos testimonios de Dios y de nuestro Señor Jesucristo.

A tales discípulos el mismo Cristo vivo y resucitado de entre los muertos auguraba la paz. Éstos en su vida terrena nunca encontraron una paz externa; pero se les dio una paz esencial, la verdadera paz en las tribulaciones, la felicidad en los insultos, la vida en la muerte. Se alegraban y exultaban cuando los hombres los odiaban, cuando los entregaban a los tribunales, cuando eran condenados a muerte. Tales son los verdaderos testigos de Dios.”



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Cada día debe subir al cielo nuestra alabanza. Es nuestra acción de gracias, que florece al despuntar la aurora, en la oración de Laudes, para bendecir al Señor de la vida y la libertad, de la existencia y la fe, de la creación y la redención.



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Hoy en día se persigue y fustiga a los católicos con impunidad escandalosa. Y se les condena a tener que aceptar ‘en silencio y de manos atadas’ toda calumnia, injuria y sospecha. No sea que además de todas sus afrentas se les acuse de prepotentes por replicar conforme al derecho de toda persona a defender su honra.



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–Para los amantes de san Pablo, ¿cómo se puede traducir hoy aquella recomendación paulista: «Mirad que nadie os engañe con filosofías y vanas falacias»?

–Las palabras de san Pablo hoy podemos entenderlas como un mandato que está, si cabe, más vigente que nunca. Y mucho más si tenemos en cuenta que algunos aspiran a filósofos y no paran de pronunciar vaciedades y cursilerías.



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«Una investigación histórica, libre de prejuicios y vinculada únicamente con la documentación científica es insustituible para derrumbar las barreras entre los pueblos» (Juan Pablo II)



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"Obras todas del Señor, bendecid al Señor".-

“¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8, 2).



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La naturaleza respetada atentamente, dona a manos llenas sus riquezas. El corazón se dilata y surge espontáneo cantar las alabanzas a Dios: «Obras todas del Señor, bendecid al Señor» (Dn 3, 57).

Es característico que en nuestro tiempo, frente a lo que ha sido señalado como el peligro del holocausto ambiental, haya surgido un gran movimiento cultural, que mira a la defensa y redescubrimiento del ambiente natural.

Es necesario sensibilizar especialmente a los jóvenes en esto. El gozo respetuoso de la naturaleza debe considerarse un elemento importante de su proceso educativo. Quien quiere verdaderamente encontrarse a sí mismo, debe aprender a gustar de la naturaleza, cuyo encanto se relaciona mediante íntima afinidad con el silencio de la contemplación. Las modulaciones de la creación constituyen otros tantos recorridos de belleza extraordinaria, a través de los cuales el ánimo sensible y creyente no se cansa de recibir el eco de la belleza misteriosa y superior, que es Dios mismo, el Creador, de quien toda realidad recibe su origen y vida.



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María: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin. (Lucas 1:30-33) "





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La Iglesia testimonia el Evangelio por los caminos del mundo, ¡por eso es católica!; desde que Cristo la fundara, hace dos milenios.

“El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).

Si la presencia de Cristo es la que hace sentirse de veras en casa, es precisamente porque impulsa la libertad del cristiano más allá de los muros de la casa, pues es consciente de que el horizonte de su casa es el mundo-global-universalidad-catolicidad.
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'JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO'
Evangelio según San Lucas, Cap.3, vers.1º: El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene…

Crucifixión de San Pedro: fue crucificado al revés cabeza abajo - Pergamino con San Pedro en cruz invertida, de Maguncia- Alemania; entre el 900 y el 1000ca. - Museo Diocesano de la Catedral Maguncia (Mainz) Alemania - Pedro en su cruz, invertida. ¿Qué significa todo esto? Es lo que Jesús había predicho a este Apóstol suyo: "Cuando seas viejo, otro te llevará a donde tú no quieras"; y el Señor había añadido: "Sígueme" (Jn 21, 18-19). Precisamente ahora se realiza el culmen del seguimiento: el discípulo no es más que el Maestro, y ahora experimenta toda la amargura de la cruz, de las consecuencias del pecado que separa de Dios, toda la absurdidad de la violencia y de la mentira. No se puede huir del radicalismo del interrogante planteado por la cruz: la cruz de Cristo, Cabeza de la Iglesia, y la cruz de Pedro, su Vicario en la tierra. Dos actos de un único drama: el drama del misterio pascual: cruz y resurrección, muerte y vida, pecado y gracia.

La maternidad divina de María – Catecismo de la Iglesia
495 Llamada en los Evangelios 'la Madre de Jesús'(Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt 13, 55, etc.), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como 'la madre de mi Señor' desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [Theotokos] (cf. Concilio de Éfeso, año 649: DS, 251).
La virginidad de María
496 Desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido absque semine ex Spiritu Sancto (Concilio de Letrán, año 649; DS, 503), esto es, sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:
Así, san Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): «Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen [...] Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato [...] padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente» (Epistula ad Smyrnaeos, 1-2).

El acontecimiento histórico y transcendente – Catecismo de la Iglesia
639 El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3-18).
El sepulcro vacío

640 "¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc 24, 12). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf. Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn 11, 44).

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