jueves, 5 de febrero de 2015

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Conversiones 9
Por fin oyó una palabra que le daba la posibilidad de
ayudar un poco al crucificado. Jesús dijo Tengo sed;
el centurión se apresuraría para que le
llevasen el líquido que estuviese más a mano.
Le acercan una esponja mojada en vinagre, pero Jesús
sólo la probó, no quería satisfacer la
terrible sed propia de la fiebre y la pérdida de
sangre, era la suya una sed espiritual. El centurión
puede comprobar que la dureza del suplicio no ha hecho
disminuir ni un ápice la voluntad de aquel hombre
extraordinario. Jesús tenía sed de almas y
cumplía la voluntad del Padre hasta en los más
mínimos detalles. El centurión admira la
fortaleza, tan patente en Jesús.




Fue entonces cuando dijo Jesús: Todo está
consumado. Ahora le quedaba más claro aún que
estaba realizando una misión religiosa,
extraña, pero real. ¿Qué es lo que
estaba consumado? Algo que no se puede explicar solo con la
lógica humana. Y la atención del
centurión se centraría en comprender la verdad
de lo que estaba pasando. Los hombres falsos o insinceros
sólo se preocupan de sus problemas; los hombres
sinceros buscan la verdad. La inquietud religiosa de aquel
soldado llegaba a un punto culminante.




Fue entonces cuando se produjo el momento decisivo de su
conversión. Primero fue el gran grito de Jesús,
después lo que dice en aquel grito, y por
último la sorprendente reacción del cielo y la
tierra. Escuchemos como lo narran los evangelistas. Y
Jesús, dando una gran voz, dijo: 'En tus manos entrego
mi espíritu'... Y era como la hora de sexta cuando se
obscureció toda la tierra hasta la hora de nona,
porque se eclipsó el sol... Y he aquí que el
velo del Templo se rasgó de arriba a abajo.
Tembló la tierra y las piedras se partieron. Los
sepulcros se abrieron y resucitaron muchos cuerpos de santos
que habían muerto.




El gran grito manifiesta la fuerza que conservaba
Jesús. La muerte de los crucificados era un apagarse
lento en el que la asfixia y la debilidad eran determinantes.
Cristo tiene fuerzas. Mas que hablar grita. Su libertad en la
hora de la muerte queda clara y el centurión es uno de
los que mejor puede captar esa muerte libre. El grito de
Jesús debió sobrecoger a todos. Los culpables
se llenarían de temor pensando en un posible milagro.
María al pie de la Cruz se alegró por ver el
término de los padecimientos de su Hijo y la
consumación de la Redención. El
centurión tuvo un dato más: se trataba de una
muerte extraordinaria.




La última palabra de Jesús en la Cruz
también es muy expresiva, dijo: Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu. Palabras densas que el
centurión captaría según su capacidad.
Para un pagano los dioses eran lejanos y terribles,
caprichosos y crueles. Pensar en Dios como Padre quedaba
fuera de su comprensión, aunque en alguna
ocasión pudiesen emplear la expresión. El
centurión sabía que los judíos veneraban
a un Dios único, pensar en ese Dios Creador como un
Padre que quiere a sus hijos era una auténtica
revelación. Si lo aceptaba toda su vida cambiaba.
Además Jesús amaba al Padre de tal manera que
su diálogo con Él no se rompía por la
dureza del sacrificio que se estaba realizando allí.
Aquel hombre noble pudo ver así unas relaciones
paterno filiales extraordinarias. El Padre quería una
misión difícilisima y el Hijo se abandonaba en
la voluntad de su Padre cumpliéndola hasta el final.



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