jueves, 5 de febrero de 2015

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Conversiones 8
¿Y este Jesús por qué calla? ¿Y
sus amigos por qué no le defienden? Cuando hablaba
todos enmudecían por su sabiduría y la
autoridad de sus palabras. Cuando un sabio calla será
porque su silencio vale más que sus palabras. Pero, la
verdad, no es fácil entender por qué no se
defiende, ni por qué no le defienden. Él
habría actuado de otro modo. Aquí hay
algún misterio que no entiendo, se diría el
centurión. Y su tendencia a la verdad le
agudizaría la mente para entender lo que estaba
pasando delante de sus ojos.




Cuando comenzó la crucifixión su sorpresa
creció. Jesús no toma el calmante que le
ofrecen, ni se resiste a ser enclavado en la cruz, y, para
colmo, perdona. Sus palabras le debieron desconcertar y le
harían meditar Perdónales, porque no saben lo
que hacen. ¡Perdona a los que le matan! Como buen
soldado el centurión sabía que el perdón
es una de las características de los grandes ante el
enemigo derrotado. Quizá había visto la
alegría de un soldado enemigo condenado y perdonado.
Los emperadores eran más grandes cuando eran
magnánimos que cuando eran crueles. Y aquel condenado
perdona en lugar de pedir clemencia y pide a Dios que
perdone. El centurión pudo ver el alma grande de
Jesús hombre. Su primera palabra le ayuda a entender
su silencio y su ausencia de defensa: se trataba de una
cuestión religiosa. El hombre magnánimo capta
por simpatía la grandeza de alma de los demás.
La grandeza de Cristo es de un nivel que le
asombraría.




La segunda palabra de Jesús confirmó esta
idea, pues la dirigió a uno de los ladrones que le
pedía que se acordase de él en su reino.
¿Qué reino puede ofrecer alguién que va
a morir? Y Jesús responde Hoy estarás conmigo
en el Paraíso. Ahora comprende más, pues se
trataba de un reino espiritual. Así se entienden
muchas cosas. Esperan un paraíso. El centurión
se lo representaría según las mitologías
paganas; en ninguna religión falta la noción de
premio y de castigo. Ese reino sería un reino de
justicia verdadera. Sus años de lucha le llevaban a
desconfiar de la justicia humana tan difícil y tan
frágil. Ciertamente, sólo Dios puede ser justo
plenamente. Era una esperanza grande para un buen hombre
esperar en un reino de justicia verdadera. Pilato,
escéptico, no creyó en ese reino, pero al ver
la entereza de Jesús se despertaría con fuerza
en el centurión su sentido de la justicia.




La tercera palabra la dirige a su madre. No sabemos el papel
que el centurión tuvo al permitir su presencia
allí, pero no era usual, y es muy posible que fuese un
acto de piedad con el que sabía era inocente. Entonces
escucharía que decía a María y al
muchacho joven palabras importantes. A Juan le dice he
aquí a tu madre y a ella le dice Mujer, he aquí
a tu hijo. El centurión no entendería todo el
sentido espiritual de estas palabras a través de las
cuales Jesús pide a su madre que sea madre espiritual
de todos los hombres; pero sí debió entender
bien el cariño entre el hijo y la madre, y como
él se preocupaba de ella más que de sí
mismo. Cuida de ella a través del joven valiente -el
único hombre- allí presente, probablemente
pariente de ellos, pensaría sin errar demasiado.




El corazón se le debió encoger un poco al
pensar en su madre y en sus familiares. Daba así un
paso más en comprender que aquel hombre tan religioso
no era inhumano, no era un desapegado de los cariños
verdaderos. Es natural un movimiento de piedad en el
centurión, y eso acerca a la fe.




Pasaba el tiempo, y Jesús calló durante largo
rato; el centurión meditaba. La gracia iría
actuando en su corazón, como la semilla sembrada en
buena tierra. Poco a poco, pero viva. Hasta que Jesús
habló de nuevo dijo con gran voz: Eloí,
Eloí, lamá sabaktani que, traducido, es Dios
mío ¿por qué me has desamparado?. Ni
él ni muchos de los judíos que estaban cerca
entendieron estas palabras pensando que llamaba a
Elías. El centurión preguntó y le
debieron traducir, quizá le dijeron que eran las
primeras de un salmo mesiánico que se estaban
cumpliendo al pie de la letra en aquellos momentos. Pero
él se quedaría en la literalidad de la palabras
y se daría cuenta del dolor interno de Jesús
¿Cuanto sufre también en el alma?. Y una nueva
virtud humana afloraría en su interior: la
compasión. Era fuerte, pero no era insensible.
Sabía que Jesús era inocente, sabía que
podía haberse escondido o defendido de modos naturales
o sobrenaturales, pero que quería sufrir como pagando
una deuda y los pecados de otros. Esta justicia sólo
podía ser producto de un amor extraordinario. Pero
¡qué duro era aquello! No pudiendo consolarle en
lo humano, quizá al ver a la madre, pensaría en
que la mejor compasión era unirse a aquel valiente que
tenía delante de sus ojos. Y los deseos de conocerle
irían apareciendo cada vez más en el exterior.



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