jueves, 5 de febrero de 2015

Verdaderamente este era Hijo de Dios

Verdaderamente este era Hijo de Dios




Viernes Santo: Homilía del predicador del papa en la celebración de la Pasión

“Verdaderamente éste era Hijo de Dios”
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 22 abril 2011 (ZENIT.org).-
Publicamos la homilía que pronunció el padre Raniero Cantalamessa, ofmcap.,
predicador de la Casa Pontificia, durante la celebración de la Pasión del
Señor que presidió Benedicto XVI este Vienes Santo en la Basílica de San
Pedro del Vaticano.




 




 
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.
 
"¡VERDADERAMENTE, ESTE ERA HIJO DE DIOS!"
Predicación del Viernes Santo 2011 en la
Basílica de San Pedro
En su pasión - escribe san Pablo a Timoteo -
Jesucristo "dio buen testimonio ante Poncio Pilato" (1 Tim 6,13). Nos
preguntamos: ¿testimonio de qué? No de la verdad de su vida y de su causa.
Muchos han muerto, y mueren aún hoy, por una causa equivocada, creyendo que
es justa. La resurrección, esta sí que da testimonio de la verdad de Cristo:
Dios le "ha acreditado delante de todos, haciéndolo resucitar de entre los
muertos", dirá el Apóstol en el Areópago de Atenas (Hch 17,31).
La muerte no da testimonio de la verdad, sino
del amor de Cristo. Es más, ésta constituye la prueba suprema de él: "No hay
amor más grande que dar la vida por los amigos" (Jn 15, 13). Se podría
objetar que hay un amor más grande que dar la vida por los propios amigos, y
es dar la vida por los propios enemigos. Pero esto es precisamente lo que
Jesús hizo: "En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo
señalado, murió por los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé
su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un
bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por
nosotros cuando todavía éramos pecadores" (Rm 5, 6-8). "Nos amó cuando
éramos enemigos, para poder hacernos amigos"[1].
Una cierta "teología de la cruz" unilateral
puede hacernos olvidar lo esencial. La cruz no es sólo el juicio de Dios
sobre el mundo, confutación de su sabiduría y revelación de su pecado. No es
el NO de Dios al mundo, sino su SÍ de amor: "La injusticia, el mal como
realidad - escribe el Santo Padre en su último libro sobre Jesús - no puede
ser simplemente ignorado, dejado estar. Debe ser eliminado, vencido. Esta es
la verdadera misericordia. Y que ahora, dado que los hombres no son capaces,
lo haga Dios mismo - esta es la bondad incondicional de Dios"[2].
* * *
¿Pero cómo tener el valor de hablar del amor de
Dios, cuando tenemos ante los ojos tantas tragedias humanas, como la
catástrofe que se ha abatido sobre Japón, o las hecatombes en el mar de las
últimas semanas? ¿No hay que hablar de ello? Pero quedarse del todo en
silencio sería traicionar la fe e ignorar el sentido del misterio que
estamos celebrando.
Hay una verdad que proclamar fuertemente el
Viernes Santo. Aquel a quien contemplamos en la cruz es Dios "en persona".
Sí, es también el hombre Jesús de Nazaret, pero éste es una sola persona con
el Hijo del eterno Padre. Hasta que no se reconozca y no se tome en serio el
dogma de fe fundamental de los cristianos - el primero definido
dogmáticamente en Nicea - que Jesucristo es el Hijo de Dios, es Dios mismo,
de la misma sustancia que el Padre, el dolor humano quedará sin respuesta.
No se puede decir que "la pregunta de Job
todavía permanece sin respuesta", o que tampoco la fe cristiana tiene una
respuesta que dar al dolor humano, si de entrada se rechaza la respuesta que
ésta dice tener. ¿Cómo se hace para demostrar a alguien que una cierta
bebida no contiene veneno? ¡Se bebe de ella antes que él, delante de él! Así
ha hecho Dios con los hombres. Él bebió el cáliz amargo de la pasión. No
puede estar por tanto envenenado el dolor humano, no puede ser sólo
negatividad, pérdida, absurdo, si Dios mismo ha decidido saborearlo. En el
fondo del cáliz debe haber una perla.
El nombre de la perla lo conocemos:
¡resurrección! "Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no
pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" (Rm
8,18), y también "Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni
pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó" (Ap 21,4).

Si la carrera por la vida terminara aquí abajo,
habría de verdad que desesperarse pensando en los millones y quizás miles de
millones de seres humanos que parten en desventaja, clavados por la pobreza
y el subdesarrollo al punto de partida, mientras algunos pocos nadan en el
lujo y no saben cómo gastar el dinero exagerado que ganan. Pero no es así.
La muerte no sólo acaba con las diferencias, sino que les da la vuelta. "El
pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico
también murió y fue sepultado, en la morada de los muertos, en medio de los
tormentos" (cf. Lc 16, 22-23). No podemos aplicar de manera simplista este
esquema a la realidad social, pero éste está allí para advertirnos de que la
fe en la resurrección no deja a nadie en su vida tranquila. Nos recuerda que
la máxima "vive y deja vivir" no debe nunca transformarse en la máxima "vive
y deja morir".
La respuesta de la cruz no es solo para nosotros
los cristianos, es para todos, porque el Hijo de Dios murió por todos. Hay
en el misterio de la redención un aspecto objetivo y un aspecto subjetivo;
está el hecho en sí mismo y la toma de conciencia y la respuesta de fe ante
él. El primero se extiende más allá del segundo. "El Espíritu Santo - dice
un texto del Vaticano II - de modo que solo Dios sabe, ofrece a cada hombre
la posibilidad de ser asociado al misterio pascual" [3].
Una de las formas de asociarse al misterio
pascual es precisamente el sufrimiento: "Sufrir - escribía Juan Pablo II
después de su atentado y de la larga convalecencia que le siguió - significa
volverse particularmente susceptibles, particularmente sensibles a la obra
de las fuerzas salvíficas de Dios ofrecidas a la humanidad en Cristo"[4]. El
sufrimiento, todo sufrimiento, pero especialmente el de los inocentes, pone
en contacto de modo misterioso, "que sólo Dios conoce", con la cruz de
Cristo.
* * *
¡Después de Jesús, quienes "dieron buen
testimonio" y "bebieron el cáliz" son los mártires! Los relatos de su muerte
se titulaban al principio "passio", pasión, como el de los
sufrimientos de Jesús que acabamos de escuchar. El mundo cristiano ha vuelto
a ser visitado por la prueba del martirio que se creía acabada con la caída
de los regímenes totalitarios ateos. No podemos pasar en silencio su
testimonio. Los primeros cristianos honraban a sus mártires. Las actas de su
martirio eran leídas y distribuidas entre las Iglesias con inmenso respeto.
Precisamente hoy, Viernes Santo del 2011, en un gran país de Asia, los
cristianos han rezado y marchado en silencio por las calles de algunas
ciudades para conjurar la amenaza que pende sobre ellos.
Hay algo que distingue las actas auténticas de
los mártires de las legendarias, reconstruidas al terminar las
persecuciones. En las primeras, no hay casi trazas de polémica contra los
perseguidores; toda la atención se concentra en el heroísmo de los mártires,
no en la perversidad de los jueces y de los verdugos. Incluso san Cipriano
llegó hasta ordenar a los suyos dar veinticinco monedas de oro al verdugo
que le iba a cortar la cabeza. Son discípulos de aquel que murió diciendo:
"Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". En verdad, "la sangre de
Jesús habla un lenguaje distinto respecto a la de Abel (cfr Hb 12,24): no
pide venganza y castigo, sino reconciliación" [5].
También el mundo se inclina ante los testigos
modernos de la fe. Se explica así el inesperado éxito en Francia de la
película "De dioses y hombres" que narra las vicisitudes de los siete monjes
cistercienses asesinados en Tibhirine en marzo de 1996. ¿Y cómo no
permanecer admirados por las palabras escritas en su testamento por el
político católico Shahbaz Bhatti, asesinado por su fe el mes pasado? Su
testamento es también para nosotros, sus hermanos de fe, y sería ingratitud
dejarlo caer pronto en el olvido.
"Se me han propuesto - escribía - altos cargos
en el Gobierno, y se me ha pedido que abandone mi batalla, pero yo siempre
me he negado, incluso a riesgo de mi propia vida. No quiero popularidad, no
quiero posiciones de poder. Sólo quiero un lugar a los pies de Jesús. Quiero
que mi vida, mi carácter, mis acciones hablen por mi y digan que estoy
siguiendo a Jesucristo. Este deseo es tan fuerte en mí que me consideraría
privilegiado si, en este esfuerzo mío y en esta batalla mía por ayudar a los
necesitados, los pobres, los cristianos perseguidos de mi país, Jesús
quisiera aceptar el sacrificio de mi vida. Quiero vivir para Cristo y quiero
morir por Él".
Parece que volvamos a escuchar al mártir Ignacio
de Antioquía, cuando venía a Roma a sufrir el martirio. El silencio de las
víctimas no justifica, sin embargo, la indiferencia culpable del mundo ante
su suerte. "El justo desaparece y a nadie le llama la atención; los hombres
de bien son arrebatados, sin que nadie comprenda que el justo es arrebatado
a consecuencia de la maldad" (Is 57,1)!

 
* * *
Los mártires cristianos no están solos, lo hemos
visto, en sufrir y morir a nuestro alrededor. ¿Qué podemos ofrecer a quien
no cree, además de nuestra certeza de fe de que hay un rescate para el
dolor? Podemos sufrir con el que sufre, llorar con el que llora (Rm 12,15).
Antes de anunciar la resurrección y la vida, ante el luto de las hermanas de
Lázaro, Jesús "se echó a llorar" (Jn 11, 35). En este momento, sufrir y
llorar, en particular, con el pueblo japonés, víctima de una de las más
grandes catástrofes naturales de la historia. Podemos decir a estos hermanos
en humanidad que estamos admirados de su dignidad y del ejemplo de
compostura y de mutua ayuda que han dado al mundo.
La globalización tiene al menos este efecto
positivo: el dolor de un pueblo se convierte en el dolor de todos, suscita
la solidaridad de todos. Nos da ocasión de descubrir que somos una sola
familia humana, unida en lo bueno y en lo malo. Nos ayuda a superar las
barreras de raza, color y religión. Como dice el verso de un poeta italiano:
"¡Hombres, paz! Sobre esta tierra de dolor demasiado grande es el misterio
"[6].
Debemos sin embargo recoger también la enseñanza
que hay en acontecimientos como este. Terremotos, huracanes y otras
desgracias que afectan a la vez a culpables e inocentes nunca son un castigo
de Dios. Decir lo contrario supone ofender a Dios y a los hombres. Pero son
una advertencia: en este caso, la advertencia a no engañarnos con que la
técnica y la ciencia bastarán para salvarnos. Si no sabemos imponernos
límites, pueden convertirse, precisamente ellas, lo estamos viendo, en la
amenaza más grave de todas.
Hubo un terremoto también en el momento de la
muerte de Cristo: "El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al
ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
'¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!'" (Mt 27,54. Pero hubo otro aún
más grande en el momento de su resurrección: "De pronto, se produjo un gran
temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra
del sepulcro y se sentó sobre ella" (Mt 28,2). Así será siempre. A cada
terremoto de muerte sucederá un terremoto de resurrección y de vida. Alguien
dijo: "Ahora solo un dios puede salvarnos", "Nur noch ein Gott kann uns
retten" [7]. Tenemos una garantía cierta de que lo hará porque "Dios amó
tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él
no muera, sino que tenga Vida eterna" (Jn 3,16).
Preparémonos para cantar con renovada convicción
y agradecimiento conmovido las palabras de la liturgia: "Ecce lignum
crucis, in quo salus mundi pependit
: Mirad el árbol de la cruz, donde
estuvo clavada la salvación del mundo. Venite, adoremus: venid,
adoradlo.
  
[Traducción realizada por Inma Álvarez]
[1] S. Agustín, Comentario a la Primera Carta
de Juan
9,9 (PL 35, 2051).
[2] Cf. J. Ratzinger - Benedicto XVI, Gesù di
Nazaret
, II Parte, Libreria Editrice Vaticana 2011, pp. 151.
[3] Gaudium et spes, 22.
[4] Salvifici doloris, 23.
[5] J. Ratzinger - Benedicto XVI, op. cit.
p.211.
[6] G. Pascoli, I due fanciulli [Los dos
niños]
.
[7] Antwort. Martin Heidegger im Gespräch,
Pfullingen 1988.

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Predicador del Papa en Viernes Santo: La perla
escondida en el sufrimiento
Homilía del padre Raniero Cantalamessa en la
celebración de la Pasión
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 22 abril 2011
(ZENIT.org).-
El sufrimiento no puede ser algo absurdo si Cristo, que es Dios, decidió
experimentarlo, aseguró este Viernes Santo el predicador del papa
durante la celebración de la Pasión del Señor.
"En el fondo del cáliz debe haber una
perla", y esta perla es la resurrección, afirmó el padre Raniero
Cantalamessa, ofmcap., durante la homilía que pronunció ante Benedicto
XVI y los fieles que llenaban la Basílica de San Pedro .
"Hay una verdad que proclamar fuertemente el
Viernes Santo. Aquel a quien contemplamos en la cruz es Dios 'en
persona'", afirmó el predicador
"Hasta que no se reconozca y no se tome en
serio el dogma de fe fundamental de los cristianos --el primero definido
dogmáticamente en el Concilio de Nicea-- que Jesucristo es el Hijo de
Dios, es Dios mismo, de la misma sustancia que el Padre, el dolor humano
quedará sin respuesta", reconoció el fraile capuchino.
"No se puede decir que 'la pregunta de Job
todavía permanece sin respuesta', o que tampoco la fe cristiana tiene
una respuesta que dar al dolor humano, si de entrada se rechaza la
respuesta que ésta dice tener", añadió.
"¿Cómo se hace para demostrar a alguien que
una cierta bebida no contiene veneno?", se preguntó el padre
Cantalamessa. "¡Se bebe de ella antes que él, delante de él! Así ha
hecho Dios con los hombres. Él bebió el cáliz amargo de la pasión. No
puede estar por tanto envenenado el dolor humano, no puede ser sólo
negatividad, pérdida, absurdo, si Dios mismo ha decidido saborearlo".
Por eso, "en el fondo del cáliz debe haber
una perla", añadió. "El nombre de la perla lo conocemos:
¡resurrección!".
En medio del recogimiento propio del Viernes
Santo, el predicador explicó que la cruz "no es el 'no' de Dios al
mundo, sino su 'sí' de amor". Por la cruz, el mal ha sido "eliminado,
vencido".
"La respuesta de la cruz no es sólo para
nosotros los cristianos, es para todos, porque el Hijo de Dios murió por
todos", precisó.
Y puso el ejemplo de los mártires, quienes
"bebieron el cáliz" después de Jesús. "No podemos pasar en silencio su
testimonio", dijo, citando entre los "testigos modernos de la fe" a los
monjes de Tibhirine, asesinados en 1996, y más recientemente el ministro
paquistaní Shahbaz Bhatti "asesinado por su fe el mes pasado", quien
quería vivir y morir por Cristo, como el mártir Ignacio de Antioquía.
Por Gisèle Plantec

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